Los fans de la TV clásica recordarán la serie de acción y aventuras de los setenta El hombre nuclear y su popular serie derivada, La mujer biónica. Ambos programas eran fijas de la televisión australiana de aquella época y yo era muy fan.
La trama de ambas series era sencilla: tras accidentes casi fatales, sus protagonistas ?Steve Austin, un astronauta de la NASA, coronel de la Fuerza Aérea estadounidense y agente secreto, interpretado por Lee Majors, y la extenista profesional Jaime Sommers, que había sido la prometida del coronel Austin y ahora era docente y combatía el crimen de manera encubierta en sus ratos libres, interpretada por Lindsay Wagner? obtuvieron habilidades sobrehumanas cuando los médicos “reconstruyeron” sus cuerpos con implantes biónicos. Esos agregados cibernéticos los hicieron tan fuertes que los demás seres humanos no podían frenarlos.
Con todos los avances registrados desde que salieron las dos series ?en prótesis artificiales, tecnología de trasplantes, microelectrónica, computadoras, impresión 3-D y hasta inteligencia artificial?, la idea de un “hombre biónico” ya no parece tan fantasiosa como antes.
De hecho, la pandemia de coronavirus nos está llevando más lejos todavía: personas, datos y máquinas están trabajando cada vez más juntos y empiezan a surgir empresas biónicas, Gobiernos y agencias biónicos y hasta lo que podríamos calificar de sociedad biónica. Y casi todos los pasos de este proceso dependen de datos.
Las tecnologías necesarias para esto (IA, aprendizaje automático o machine learning, procesamiento de alta potencia, conectividad de dispositivos móviles y robótica, entre otras) ya se inventaron y están revolucionando ciertas empresas e industrias desde hace un tiempo.
COVID-19 está acelerando esta metamorfosis y llevándola más lejos. En cuestión de semanas, las automotrices recauchutaron sus fábricas para producir respiradores. Las destilerías pasaron a fabricar alcohol en gel. Los talleres donde se personalizan autos empezaron a hacer máscaras protectoras para los trabajadores de salud más expuestos al virus. Líderes empresariales, funcionarios públicos y dirigentes de la salud pública están tratando de administrar estos cambios inevitablemente caóticos.
Esto no es para nada fácil y plantea grandes desafíos a los líderes.
Por ejemplo, incluso antes de que apareciera el coronavirus, empresas, Gobiernos y otras organizaciones sufrían de una fuerte escasez de talentos en las disciplinas más necesarias ?ciencias de la computación e ingeniería, desarrollo web y de aplicaciones, ciencia de datos y análisis, diseño digital, etc.? para que funcionen las organizaciones biónicas. Seguimos teniendo este problema.
Reflexiones sobre el futuro
Rich Hutchinson y Allison Bailey, con quienes trabajo estrechamente, pensaron sobre las empresas y organizaciones biónicas mucho más que la mayoría. Por eso, les pregunté sobre el tema. La primera observación que hicieron, que ya mencioné, debería saltar a la vista: la “sangre” de esas empresas y organizaciones son los datos: “les dan vida a las máquinas y la IA”. Lo demás fluye desde ahí.
En segundo lugar, a medida que las organizaciones “pasen de un sistema en el que las decisiones las toman humanos a otro en el que las tomen junto a la IA, tendrán que aumentar su capacidad para recopilar, administrar y usar datos de varias fuentes” y de varias maneras. Es lo que estamos viendo en el desafío de reabrir para empresas, escuelas y Gobiernos locales, estaduales y nacionales.
Incluso en las organizaciones digitales avanzadas en las que la IA es una parte fundamental de la toma de decisiones, los seres humanos siguen siendo indispensables. Recurrir exclusivamente a las máquinas es un exceso; alcanzar una combinación adecuada entre máquinas y personas será fundamental para cualquier estrategia de éxito.
Hutchinson y Bailey ponen como ejemplo a una empresa global de bienes de consumo que viene usando tecnología para programar y calcular descuentos. Antes, lo hacían los gerentes de los comercios, con una participación modesta de la sede de la empresa, donde se monitoreaban el stock y las ventas con hojas de cálculo que abarcaban todo el sistema. Ahora, la empresa usa más un algoritmo para optimizar esos descuentos.
Pero no es lo único que usa. Hay cosas que se le pueden escapar a un algoritmo. Por ejemplo, para un algoritmo, el 2 de febrero fue un domingo como cualquier otro, pero para la mayoría de los estadounidenses fue el domingo del Super Bowl, probablemente no el mejor día para hacer ventas. Es por eso que máquinas y personas deben trabajar juntas: una persona entiende esas cosas.
Muchas otras empresas ya están usando tecnología de formas diversas: marketing, contratación de personal interno, reclutamiento. Por ejemplo: ¿Cómo se monitorea cuándo son las vacaciones y los viajes de negocios de todos? ¿Manualmenté ¿Alguien tiene una agenda general? ¿Para qué, si lo puede hacer un programa de computadorá
¿Y el reclutamientó Antes, se recopilaban y evaluaban CV, actividades que hoy se pueden simplificar usando IA y aprendizaje automático. Así, el trabajo se vuelve colaborativo: las máquinas hacen de primer filtro y después intervienen los gerentes.
Otro caso es el de la educación. Ante la necesidad de pasar rápidamente de las aulas a las clases virtuales, también estamos observando una combinación más tangible entre tecnología e interacción humana. Cuando reabran las escuelas, difícilmente volvamos a las clases exclusivamente presenciales.
La verdad es que prácticamente nada quedará igual; los cambios en un sector repercutirán en todas partes.
El único obstáculo consiste en encontrar a suficientes personas con las habilidades necesarias. Para resolver este problema, según Hutchinson y Bailey, empresas, Gobiernos y todo tipo de instituciones deben apoyar la adquisición y adaptación generalizada de habilidades. No queda otra.
La pandemia de COVID-19 puso de relieve la necesidad de integrar más estrechamente los datos, la tecnología y las sensibilidades humanas en cada decisión importante que tomamos en nuestras sociedades. De eso dependen vidas y formas de sustento.
Autor: Grant Freeland