Y ahora, ¿quién quiere entrar al Salón Oval?
Ezequiel Kieczkier CEO y socio fundador de Olivia
Ezequiel Kieczkier CEO y socio fundador de Olivia
El Salón Oval, epicentro de poder y símbolo de la política estadounidense, se ha convertido en escenario de un desplante que expone las fisuras en el entramado internacional. La reciente confrontación, en la que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, desairó al mandatario ucraniano, Volodymyr Zelensky, ante las cámaras, reaviva con ironía la pregunta: ¿Y ahora quién quiere entrar al Salón Oval? Esta interrogante nos invita a repensar el liderazgo y cuestionar la legitimidad de un modelo que ha olvidado los principios de la intersubjetividad y el diálogo.
La intersubjetividad, entendida como la capacidad de construir un entendimiento compartido y establecer relaciones basadas en la confianza mutua, se halla relegada en un contexto donde impera la lógica del "fin justifica los medios". El desplante no es un incidente aislado, sino la manifestación de una tendencia que privilegia resultados inmediatos sobre la consolidación de vínculos sólidos y el respeto recíproco. En tiempos de crisis, la política recurre a estrategias utilitaristas, en las que la inmediatez y la imagen prevalecen sobre el compromiso ético y la construcción de relaciones duraderas.
Este episodio en la Casa Blanca simboliza un quiebre en los paradigmas tradicionales del poder. No se trata solo de una afrenta personal, sino de una señal de alerta sobre el deterioro de la confianza tanto en el ámbito internacional como en el interno. La política, antes sustentada en el diálogo y la búsqueda de consensos, hoy se arriesga a perder su esencia al priorizar el espectáculo sobre la sustancia. La desconfianza generada por estas actitudes tiene repercusiones profundas en las instituciones y en la cohesión social, erosionando la base misma sobre la que se construye un liderazgo efectivo y sostenible.
La nueva era de liderazgo exige una mirada sistémica que reconozca que cada decisión tiene un impacto que trasciende lo inmediato. Los líderes del futuro deben integrar diversas perspectivas y fomentar un ambiente donde el respeto y la colaboración sean la norma. La intersubjetividad no es un lujo, sino una necesidad para superar los desafíos contemporáneos. Solo a través de un liderazgo basado en la escucha activa y el diálogo genuino se podrán construir organizaciones que respondan a las exigencias de un mundo en constante cambio.
La ironía de la pregunta "¿Y ahora quién quiere entrar al Salón Oval?" radica en la evidente disonancia entre la imagen que se proyecta desde la cúpula del poder y la realidad de las relaciones internacionales. La Casa Blanca, históricamente símbolo de liderazgo, enfrenta ahora la tarea de reconstruir la confianza que, de alguna manera, quedó golpeada. Este llamado a la reflexión invita a repensar el modelo de liderazgo basado en la imagen y el desplante, y a apostar por un camino donde la ética, la transparencia y el compromiso con el bien común sean los verdaderos pilares.
En este contexto, la metamorfosis del liderazgo se presenta como un imperativo ineludible. Las cicatrices de los eventos recientes evidencian que el poder, cuando se ejerce de esta manera, conduce a la fragmentación de las organizaciones y al debilitamiento de las instituciones en general.
La construcción de un liderazgo basado en la intersubjetividad implica reconocer la importancia de la empatía y la reciprocidad en las relaciones internacionales. Cada interacción y decisión tiene el potencial de fortalecer o debilitar la red de confianza entre las personas, las comunidades y los pueblos y sus instituciones. El liderazgo de largo plazo debe ser un ejercicio de construcción de puentes, en lugar de un campo de batalla donde prevalece la confrontación y la descalificación. La recuperación de la confianza en el poder depende de la capacidad de los líderes para reconocer sus errores, aprender de ellos y construir un camino hacia la reconciliación y el entendimiento mutuo.
Además, es clave que los líderes se liberen de la lógica del oportunismo y de la inmediatez. La verdadera fortaleza reside en la capacidad de mirar más allá de los intereses particulares y comprometerse con un proyecto colectivo que trascienda fronteras y diferencias ideológicas. El desafío es transformar el poder en un instrumento al servicio de la comunidad, con el diálogo y la transparencia como pilares para organizaciones más fuertes, comunidades más productivas a innovadoras y, en definitiva, para una sociedad más justa.
La lección es clara: el poder sin responsabilidad se erosiona, y la confianza, una vez quebrantada, resulta difícil de restaurar. ¿Quién, en efecto, quiere entrar al Salón Oval cuando las bases de la convivencia están comprometidas? ¿Quién se quiere arriesgar y ser el próximo en exponerse a ese tipo de trato? Al menos nos hemos quedado con otro claro ejemplo de cómo el comportamiento de los líderes puede cambiar en segundos el sentido histórico que le ha tomado al país siglos de trabajo construir.