De un lado, las sopas y los guisos; del otro, los ceviches, el helado y las ensaladas. En el primero es invierno; en el segundo, verano. Las estaciones del año, sin duda, definen los platos, y deberían hacer lo mismo con el lugar donde se disfrutan, porque no es igual tomar una copa de vino con un espejo de agua trazando el horizonte que hacerlo frente al fuego crepitante de un hogar a leña. Buenos Aires rebosa de restaurantes que gritan verano a los cuatro vientos. Aquí, un GPS gastronómico para ir a su encuentro.
En plena ciudad
A veces, no hay tiempo disponible ni un auto con el cual huir, pero la necesidad de escapar del cemento doliente apremia. A no desesperar, la ciudad también tiene oasis urbanos que invitan a entrar en otra frecuencia.
El más nobel de todos es Aire Libre, un nuevo restaurante que se alza sobre la avenida Del Libertador, en el barrio de Belgrano. Sí, suena a misión imposible vibrar energías de paz con la ciudad chillando del otro lado de la puerta, pero el estudio de arquitectura Hitzig Militello, encargado del proyecto, hizo un trabajo estupendo que logra dejar el caos citadino detrás. Pero el relax da un paso más y no se agota en los 900 m2 repletos de verde: la cocina también aporta lo suyo. La carta está llena de hits, esos platos del repertorio "uno que sepamos todos" pero ejecutados con esa mano de chef que falta en los hogares. El talentoso chef Julián Del Pino es el responsable de tal éxito. Aire Libre tiene diferentes espacios para explorar y sentir que cada visita es nueva, desde las butacas en la barra, pasando por el inmenso patio o el salón principal. Sin dudas, el patio tiene el área más verde, con más plantas y un cotizado sistema de foggers que "riega" los días calurosos con agua pulverizada, una especie de bruma para aliviar el calor.
A metros del Ferrocarril San Martín, en una zona donde la ciudad se pone bien gris, se alza Chuí, un restaurante que, desde su apertura en 2021, solo conoce el éxito. Al cruzar el portón, el verde estalla, una selva urbana se esparce ante la vista: un tanque de agua marca el punto focal de la escena, se advierten algunas mesas escondidas entre árboles y plantas, otras están a la vista, a medida que el camino avanza se vislumbra un salón semi cubierto y al fondo la cocina. Cualquier momento del día le queda bien a Chuí y también vale para ir a tomar una copa de vino o un cóctel al atardecer. En línea con los colores del paisaje, Chuí tiene una carta colorida, protagonizada por las conservas y los encurtidos, sin proteínas animales y con el "paso por la leña" como leit motiv de la casa. Tienen su propia cámara de cultivo de hongos, lo que hace innecesario aclarar que todo plato que lleve hongos acá es un must, como su ya consagrado paté. Los inspectores de la guía Michelin validaron la opinión del público y el año pasado lo incluyeron como recomendado.
Cerca de allí, en el barrio vecino de Palermo, se encuentra otro de los jardines gastronómicos más cotizados de la ciudad: Las Flores. Un invernadero hace de foyer, desde allí se ve el jardín, un oasis con 600 plantas nativas de 40 especies distintas; más adelante se abre un salón cubierto, también vidriado, que da la sensación de estar al aire libre. Aquí se cocina sin gluten y hacen foco en platos tradicionales, como un ojo de bife o unas croquetas de osobuco braseado, pero siempre con una leve vuelta de tuerca. Ofrecen una gran carta de meriendas, con café de especialidad todo el día y buenas opciones de pastelería.
En Cardales
El campo está más cerca de la ciudad de lo que se piensa, solo se trata de agarrar el auto y soportar el tránsito de la Panamericana sabiendo que un rato después viene la recompensa. La zona de Cardales es ideal para planes de tinte campestre. Allí se encuentra La Pebeta, un restaurante farm to table, es decir que todo lo que llega a la mesa viene de sus propios campos. Es cierto que el "todo" tiene una excepción: la carne todavía llega a través de proveedores, pero tienen ganado y la idea es empezar a trabajar con sus animales en breve. Para los que buscan un programa de todo el día, hacer la visita guiada a la huerta -situada en el mismo predio, pero a casi 2 kilómetros del restaurante- es una buena opción. Después, a comer relajados y prepararse para redescubrir alimentos, porque todos los vegetales tienen otro sabor, más vivo y potente, incluso con variedades que no se ven en las verdulerías, como el tomate ciruela, por dar solo un ejemplo. La Pebeta también cuenta con un almacén o proveeduría que exige visita, donde venden desde aromáticas, tisanas naturales y vegetales hasta tartas, budines y huevos de campo.
A unos 20 minutos en auto de allí, también en Cardales, se alza una novedad que cada vez dará más que hablar: Estancia Vigil, de Alejandro Vigil, el enólogo conocido como "el Messi del vino". Después de ganar una estrella Michelin con Casa Vigil en Mendoza, desembarca en Buenos Aires con este ambicioso proyecto del cual, por ahora, solo se inauguró el mercado, pero en los primeros meses de este año será el turno del restaurante, los viñedos y la bodega. El Mercado, inspirado en los viejos almacenes de campo, ofrece productos de Casa Vigil y vinos exclusivos. Además, tiene una propuesta gastronómica para sentar bases a la hora de disfrutar de la bebida. El restaurante estará comandado por el chef Diego Irato, de reconocida trayectoria, y hará pie en productos locales.
Y si viñedo y Buenos Aires aparecen en una misma oración, seguramente haya alguna referencia a Bodega Gamboa, pionera en la zona. Ya al acercarse al lugar y andar por el camino de álamos que da la bienvenida la sensación de vacaciones asoma, y cuando el auto se detiene y se dan los primeros pasos hacia el viñedo, parece que Mendoza encarnó en Buenos Aires. Se trata de 6 hectáreas de vides, bien productivas y cuidadas. Al pie del viñedo está el restaurante, comandado por el chef Edward Holloway, un nombre que también se puede leer en el menú de algunas bodegas mendocinas. Allí proponen una experiencia, llamada Terruño, que consiste en un menú fijo de cuatro tiempos (picada, principales, pre postre y mesa dulce) más una sobremesa especial: un paseo guiado por el viñedo y la bodega.
Además, cuentan con una alternativa más frugal: Pizza Napolitana en el Bosquecito, como la llaman, con entrada, pizza individual y postre, y el mismo final que la experiencia anterior. A lo largo del año ofrecen diferentes actividades que fusionan naturaleza, recreación y gastronomía, desde el ciclo Música clásica entre viñedos hasta una feria en la que participan bodegas de todo el país. ¿La novedad? Los baños de bosque, caminata meditativa por el bosque de casi 80 hectáreas bajo la guía de una experta certificada en shinrin-yoku, como se conoce a esta práctica en Japón, de donde es oriunda.
En Tigre
Cuando el porteño piensa en salir del cemento para despejarse, la zona de Tigre siempre aparece en el horizonte. Es que sus espejos de agua y la vegetación exuberante transportan a un clima de vacaciones sin escalas, pero a la hora de elegir un plan gastronómico es clave conocer qué lugares permiten disfrutar de todo eso.
Una buena opción es Manso. Basta poner un pie allí para entender el motivo de la recomendación: el restaurante tiene un enorme deck sobre el lago central de Nordelta, con dos muelles para que los que llegan en lancha o los que quieren una foto digna de Instagram. Allí hay varias mesas -clásicas y también en formato living- que cotizan alto para ver la puesta del sol cóctel en mano. Los que prefieren estar bajo techo, pero sin perder contacto con la naturaleza, eligen la galería y su impactante panorámica. Claro que Manso también vale la pena por su propuesta gastronómica, que podría definirse con solo dos palabras: carnes y fuegos. Ofrecen seis tipos de cocciones: kamado, Josper, parrilla, leña, plancha, ganchos y rescoldo; reina la carne vacuna, pero también hay lugar para los pescados y el pollo. Los domingos a la noche salen a la cancha las pizzas al Josper.
Cerca de allí, en el Barrio Náutico Marinas H, se encuentra otro imperdible de la zona: Almacén de Flores. Este restaurante lleva la firma de la paisajista Daniela Rayneli y vale la pena, entonces, setear las expectativas bien altas en cuanto a las visuales que ofrece. Por empezar, queda al pie del río Luján, cielo y agua, todo lo que la vista tiene por delante; hacia la izquierda, la vegetación del Delta; en la margen derecha, las housing del barrio, unas minimalistas construcciones de hormigón y hierro que se funden en el paisaje. Esta postal se vuelve inmersiva en las mesas del deck que está sobre el río, al lado del muelle, pero también se disfruta desde los otros espacios del restaurante, como la galería o los salones internos.
Abren del desayuno a la cena, con una propuesta de platos simples, clásicos, y mucho foco en el producto, como los huevos pastoriles o algunos vegetales que vienen de su huerta. Los viernes, sábados y domingos tienen un servicio especial de buffet salad libre, ofrecen ensaladas, buñuelos, tortillas y más platos en modalidad self service que se acompañan por una proteína a elección. También cuentan con un menú kids y, para el desayuno, varios menús pre armados, como el proteico, el clásico o el americano. Un dato: para visitar el restaurante es necesario tener reserva, sin ese requisito seguridad no habilita el ingreso.
De escapada foodie
Ya lo decían Thelma y Louise, "dos días en la vida nunca vienen nada mal". Por suerte, algunos hoteles asoman entre las opciones cuando se trata de conjugar buena gastronomía con espacios verdes y recreación. Un buen ejemplo es el novísimo Sheraton Greenville Polo & Resort. Este hotel cinco estrellas, inaugurado hace solo 3 meses, se sitúa en un predio de 130 hectáreas, en Hudson, a media hora del centro de la ciudad. La estrella de la propiedad es la piscina de 100 metros de largo, según dicen, "la más larga de la Argentina". Y también un intangible: la calma del lugar, el barrio Greenville, un entorno verde con cancha de polo incluida, que pide una recorrida a pie o bien en una de las bicicletas que ofrecen en el front desk. La propuesta gastronómica destaca por su calidad, desde la elección de los platos que componen las cartas hasta su ejecución. Tiene tres restaurantes a cargo del chef Javier Marrone: Al Sur, el principal; Los fuegos al Polo, parrilla; y Pura Criolla Bar. Todos pueden visitarse sin ser huésped del hotel, siempre con reserva previa.
Para sumergirse de cabeza en el modo verano, el indicado es Los fuegos al Polo, ya que, como indica su nombre, se alza sobre una de las canchas, lo que ofrece un horizonte verde infinito. Trabajan con carnes 100% de pastura y ofrecen delicias como el asado de costilla en cocción lenta, el Tomahawk -una pieza que roza el kilo- o la trucha arcoíris para los que prefieren la pesca. En Al Sur, la elegancia en clave relajada manda, la carta tiene entradas y principales, pero también una sección de platos para compartir. Ambos restaurantes ofrecen una buena propuesta de vinos que todavía seguirá nutriéndose. Claro que nada transmite clima de viaje como sentarse en la barra de un hotel y pedir un cóctel al mejor estilo "Perdidos en Tokio", ahí Pura Criolla Bar asoma como opción con cócteles clásicos y de autor acompañados por tapeos y algunos principales al paso, como hamburguesas, pizzas o empanadas.
Pilar es otra buena alternativa para combinar gastronomía y recreación. El complejo comercial Vila Center ostenta varias propuestas gastronómicas. Allí se destaca Mess, de los cocineros Guido Casalinuovo y Celeste Rizian, con reversiones de platos del Medio Oriente y huerta propia en el patio central del predio. Otras opciones en el mismo espacio: Lima, restaurante de cocina nikkei; Pizza Paradiso, la pizzería de Donato; y Fika, cafetería de especialidad. Si la intención es ir tras novedades, Sheraton Pilar arrancó el año con una: el 1° de enero inauguró La Federala, una parrilla emplaza en los espacios verdes del hotel. Además, proponen un nutrido programa de actividades para realizar en familia, como fogón nocturno, escape room y kids club.