"Del caos al crecimiento. Conversaciones transformadoras con un hombre agobiado". Así se titula el último libro de Marcelo Vazquez Ávila, en el que expone su experiencia como coach y experto en comportamiento humano en las organizaciones, con una perspectiva que ayuda a descubrir cómo tomar control y cambiar su situación. Algo que el experto, que es biólogo y doctor en Gobierno y Cultura de las Organizaciones, aplicó en sus más de 30 años de experiencia como coach de empresarios -camino que comenzó a recorrer de la mano de Gregorio "Goyo" Perez Companc, uno de los empresarios más relevantes de este siglo, y que continúa hoy como director de Molinos, asesorando a su cuerpo directivo -incluyendo a Luis, hoy a cargo de continuar el legado de su padre.
Vázquez Ávila es biólogo, carrera que eligió estudiar cuando terminó el colegio. Enfocado en la investigación, cuando se recibió, se doctoró y se quedó en el Conicet investigando la polinización del género ficus en Sudamérica, lo cual implicó visitas a la selva e, incluso, vivir dos años en Holanda. En un momento, cuenta, miró hacia adelante y pensó: "¿Cuántos años voy a seguir en esto y por qué?". Su conclusión: le faltaba "la pata humana" -de relacionamiento e impacto en el otro.
La oportunidad del cambio llegó de la mano de unos amigos psiquiatras, para utilizar sus conocimientos de neurobiología aplicados a la entonces llamada psiquiatría ortomolecular. "Me interesaba la parte científica. Estaba en los análisis clínicos de neurotransmisores y de complejos vitamínicos, porque ellos sacaban a la gente de la depresión sin drogas pesadas, sino con vitaminas y neurotransmisores", cuenta. En ese trabajo conectó con la psicología y la filosofía. Pero, después de tres años, necesitaba otro cambio, que llegó de la mano de otros amigos que lo llamaron para hacerse cargo del área de Recursos Humanos de una Pyme en la que habían invertido.
"Acepté, pero necesitaba formarme. Entonces, hice un curso de entrepreneurs en el IAE, la escuela de negocios de la Universidad Austral", cuenta. Al año, vendieron la compañía, pero en el IAE le ofrecieron sumarse como profesor en la cátedra de Comportamiento Humano en las Organizaciones. Emprendió la búsqueda de un mentor y conoció a Santiago Álvarez de Mon, con quienes intercambiaban clases entre el IAE y el IESE, y escribieron un libro juntos, llamado "Desde la adversidad".
Tras varios años de clases full time en el IAE, llegó otra oportunidad inesperada. "Un día me llamó el director del IAE y me dijo: 'Tengo que presentarte a alguien'. Entré a la oficina y estaba Goyo Perez Companc. Me dijo: 'Mirá, Goyo tiene necesidad, ganas, interés en consultar con alguien temas de recursos humanos para una de sus compañías, Goyaike'. En 1999, entonces, empezamos con el vínculo de coaching", recuerda.
¿Cómo era ese vínculo?
Hablábamos de Goyaike y a veces de Temaikén con María del Carmen, su mujer. Me iba a ver seguido al IAE. Fue un empujón muy grande y tuvimos una relación espectacular, muy enriquecedora, porque hablábamos de todo que uno habla en una relación de coaching y de la empresa. Empecé a darle cursos en el IAE a su gente a los que él también venía.
Arrancaste tu carrera de coach con un empresario muy importante...
Sí, muy arriba. Hoy, en el año 2024, miro para atrás y a quien más le agradezco de mi profesión es a Goyo Perez Companc. Con él aprendí, me estrené, en el coaching ejecutivo. Yo no tenía que ser un experto, porque él es el experto. Yo lo que tenía que hacer (y lo que uno tiene que hacer) es escuchar y saber hacer la pregunta precisa, exacta, correcta para que la persona aclare un poco más sus ideas y pueda trabajar sobre ellas. ¿Sobre los negocios qué voy a decirle? Además era una persona muy de futuro, muy de lo que vendrá. Era un lujo para mí y un medio de formación. Trabajamos juntos cuatro años. Era una persona muy transparente. Si puedo serle útil en algo a esta persona tan capaz, tan enriquecedora para los demás y con tanto peso en la sociedad, este es el camino del coaching que yo quiero. No mostrarme, sino que el otro se muestre, se conozca mejor y que pueda sacar de aquellas ventanas cerradas el poder mirar y ver un poco más allá.
Acompañar...
Eso es, un acompañamiento. Después, también me ayudó un montonazo ir a hacer el doctorado en Filosofía a España porque hice la tesis sobre los fundamentos filosóficos de Karol Wojtyla aplicados al coaching. Quería fundamentar al coaching en la persona humana, en las virtudes, en las debilidades, en la naturaleza humana y en todo lo que aportaron Aristóteles, Sócrates, Platón y otros de filosofías personalistas.
Salir del agobio
Hoy, Vázquez Ávila está instalado en España (dio clases hasta hace poco en el IAE y la Universidad de San Andrés), pero se dedica a escribir y, además, viene a Argentina todos los meses porque continúa trabajando como coach y formador. "Goyo me presentó a su hijo Luis hace más de 20 años, y realizo consultorías para el grupo, en empresas como Molinos y PeCom", cuenta. Su último libro se titula "Del caos al crecimiento. Conversaciones transformadoras con un hombre agobiado".
¿Cómo surgió? ¿Qué es el hombre agobiado? ¿El argentino está muy agobiado?
Acá la gente está muy agobiada. Cuando estoy acá me siento un poquitín agobiado y hablo con la gente de las compañías. Y lo que vi es que junto a eso hay una enorme resiliencia. Admiro al argentino medio por su resiliencia. Vale la pena invertir tiempo, cabeza y corazón en que la gente apoyándose en su resiliencia supere por los momentos que pueda y quiera ese agobio que le cae de afuera. Porque el agobio es algo que nos viene de afuera y tenemos que buscar, a través de la resiliencia y otras formas emocionales, la manera de encontrar la llave.
¿Cómo fue el proceso?
Conocí al editor, un hombre muy agobiado. Teníamos conversaciones muy ricas sobre él y la problemática. Estas conversaciones con un hombre agobiado quise que fueran el nudo de donde se derivan todas las demás cosas que tengo para aplicar, los fundamentos, práctica y herramientas. El coaching ontológico (como se llama técnicamente lo que hago) es una manera muy práctica de que la gente se conozca mejor. La necesidad del coaching surge del: "No estoy logrando lo que quiero". El mejor coachee cuando se presenta es: "No sé lo que me pasa, pero algo me pasa, no logro estos objetivos". A través de la pregunta socrática (decir: "¿Qué es lo querrías? ¿Qué te gustaría que pasara?", preguntas muy abiertas), la gente empieza a plantearse lo que no sabía plantearse solo.
Parar un segundo...
Y mirar desde otra mirada. El coach lo que intenta es que el otro tenga otra mirada. Nos nubla lo que pasa afuera, porque en realidad a veces no es tanto el problema interno (que también, porque tenemos falta de habilidades o actitud), sino que no sabemos aplicarlas a la problemática que nos abruma. Es el contacto con la realidad lo que me pesa, porque la realidad la veo a través de mis anteojos, que tienen mis debilidades, mi falta de esto, mis prejuicios. Es muy difícil sacarse los anteojos, si no es por ellos no veo. Un prejuicio no es solamente pensar mal de los demás (que también), sino que yo ya sé que hay aquí y lo que hay aquí es dolor, un gobierno que blablablá, que no me alcanza el dinero... El dinero quizás no te va a seguir alcanzando si sigue la inflación y los sueldos no aumentan en relación, pero la forma en la que yo me lo tome sí puede ser distinta. El coaching un poco es llevar a la persona por donde ella creo que podría ir, pero con preguntas, no orientándolo, y ayudándolo a que salve las trampas, a los tropezones.
Sobre todo con las cosas que no se pueden controlar...
Es que la trampa es cómo me lo tomo. A veces uno quiere cambiar cosas sobre las que no tiene el control y por eso se frustra. Además, nos tratamos muy mal. ¿Cómo no vamos a estar un poquito agobiados? Si yo mismo no sé tratarme. En una época se consideraba muy egocéntrico a aquel que hablaba de "yo". A mí me gusta hablar: "Lo que me pasa a mí es esto", no: "Lo que pasa en general con la gente". En el coaching es imposible hablar de los demás, hay que hablar de uno. Otro de los motivos por los cuales nos conocemos menos y resulta en parte también en que nos sentimos agobiados y después hay gente que no se da cuenta que está agobiada, piensa que es el mundo, el demonio y la carne. Pero a vos te está pasando algo, ¿qué te pasa? ¿Qué te parece que es lo que te pasa?
Con la tecnología y la aceleración del ritmo de vida en general, estamos más agobiados, ¿no?
Estamos peor. Cuantitativa y cualitativamente estamos mucho más acelerados, presionados. A pesar de que hablamos una cosa, vivimos otra, separando el trabajo y la familia. A la gente le encantaría salir de ese vértigo, pero no tiene cómo haciéndolo solo. Hay mucho trabajo. Hay que romper muchos hábitos.
Y crear nuevos...
Efectivamente. Pero es tan difícil romper un hábito como adquirir uno nuevo. Para empezar a construir hábitos nuevos hay que hundir y destruir otros. Para eso hay que querer hacerlo y tenemos mucho miedo. Es otro tema: no hacemos estos cambios por miedo a perder -no el trabajo necesariamente, sino perder quién soy yo, porque tengo unido mi yo a mis resultados laborales. Y lo que he visto últimamente es mucha mayor tendencia al perfeccionismo. Me da muchísima pena, porque el perfeccionista no es feliz.
En este contexto, ¿cuán importante es la cultura de la empresa?
Muchísimo.
A veces también es momento de decir: "Este no es el lugar para mí".
Por supuesto. Es interesante. Tenemos que saber hacer duelos no solamente cuando se nos muere alguien, sino cuando alguien es una persona nociva, saber no seguir tratando con esa persona que te hace mal. Pero llega un momento en el que no puede, porque la otra persona es muy manipuladora. Ojo con la manipulación, que no todo aquel que nos agrada y que nos adula me hace bien, tengo que saber ponerlo en su lugar. Y si no se pone en su lugar porque me avanza, me invade, tengo que saber cortar. Esto viene a cuenta de la cultura. Nosotros hacemos la cultura de la organización: del CEO o presidente para abajo. Por ejemplo, cuando hablo de temas culturales en la empresa en la que trabajo, lo hablo con Luis.
Como cuando en las compañías dicen que son abiertas, pero solo en el discurso...
Lo que hay que hacer es salir, escuchar, preguntar. Hay que saber elaborar una cultura, tener la responsabilidad de transmitirla y después, viviendo dentro de la compañía, hay que saber ser ordenadamente crítico con algunos aspectos y decírselo a la persona que corresponda. Hay que ser valiente. Y hay que saber decírselo a la persona adecuada. Otro tema que sale en coaching: "Tengo problemas con mi jefe, no sé qué hacer. ¿Qué hago?". Vemos oportunidades, amenazas, fortalezas y debilidades de cada una de las acciones que podés tomar.
¿Sirve para salir un poco del agobio pensar en el peor escenario?
Sí, claro que sirve. Es una pregunta clave. Una es: ¿qué te gustaría que pasara? Como una visión. Una vez que eso te gustaría, vamos a ver una estrategia para ver si realmente es posible. ¿Cuáles son las barreras? Y así vas trabajando. Y por el lado negativo, también, por supuesto. ¿Qué es lo peor que te puede pasar si mañana vas a trabajar? ¿Qué es lo peor que te podría pasar si te vas? Son preguntas que nos ayudan a sacar la cabeza fuera de la caja y ver alguna posibilidad. Y lo decía con lo del duelo. Hay que saber hacer el duelo de una persona, cortar con alguien que es una sombra, una persona gris para mí. ¿Es falta de caridad? No. Porque a mí me enseñaron que la caridad empieza por uno mismo y si esa persona me causa daño, tengo que saber apartarme. Cuando uno tiene más autoconocimiento va descubriendo que hay muchas cosas que puede hacer y otras dejar de hacer y eso ayuda.