¿Y si la primera “cura” del COVID-19 fuera un medicamento de 75 años?
Matías Loewy Forbes Staff
Matías Loewy Forbes Staff
El llamado “reposicionamiento” de viejos fármacos para nuevas indicaciones (como arriesgó Trump en Twitter con la hidroxicloroquina), podría lograr un asombroso efecto: que el primer tratamiento efectivo contra el virus pandémico tenga la edad aproximada de los pacientes más vulnerables.
Es como un incunable encontrado en un depósito de libros polvorientos. Cuando nació la hidroxicloroquina, en 1946, faltaban dos décadas para que la familia de los coronavirus fuera descubierta. Desde entonces, se popularizó su utilización contra la malaria, la artritis reumatoidea, el lupus y ciertas afecciones de la piel. Hoy, 75 años más tarde, hay médicos, investigadores y hasta líderes políticos que creen que este fármaco, un derivado sintético de la quinina, solo o en combinación con un antibiótico de fines de la década del ?70, es lo más cercano que existe a una cura o terapia eficaz del COVID-19, la pandemia causada por el virus SARS-CoV-2 que conmueve y paraliza al mundo.
La esperanza tiene la edad de los pacientes más vulnerables. “Tomados en conjunto (con el antibiótico azitromicina), tienen una oportunidad real de ser uno de los mayores puntos de inflexión en la historia de la medicina”, se exaltó por Twitter el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. “En los próximos días, los resultados (de estudios con hidroxicloroquina y azitromicina) podrán ser presentados al público, trayendo un necesario ambiente de tranquilidad y serenidad a Brasil y el mundo”, se sumó su par brasileño, Jair Bolsonaro, quien en una reunión por videoconferencia del G20 se mostró con el envase de un producto que contiene ese principio activo (Reuquinol).
Este jueves 26, el ministro de Salud de Argentina, Ginés González García, celebró que Argentina fuera uno de los primeros diez países elegidos por la Organización Mundial de la Salud para participar de ensayos clínicos que investiguen tratamientos contra la pandemia. Y anunció que tres pacientes graves con COVID-19 en el Hospital Posadas ya habían recibido dosis de hidroxicloroquina. “Es una antigua droga que, se dice, tendría algún efecto positivo. Algunos lo dicen con más énfasis, otros no. No puedo hacer un juicio de valor. Pero no podemos dejar de probar nada”, argumentó.
Por supuesto, todavía es muy prematuro para arriesgar resultados. El infectólogo francés de un centro de Marsella que impulsa esa combinación, Didier Raoult, presentó (¡primero por YouTube y luego en una publicación científica!) un ensayo abierto no aleatorizado en apenas 25 enfermos, de los cuales solo 10 eran mayores de 65, que sugiere una disminución más rápida de la carga viral. Nadie puede extraer conclusiones sólidas con un puñado de pacientes.
Pero si los estudios a mayor escala confirman efectos positivos y se oficializa esa indicación contra el coronavirus, se trataría de uno de los ejemplos más rutilantes de “reposicionamiento” de drogas: un enfoque cada vez más utilizado por la industria farmacéutica e investigadores independientes para darle nueva vida a viejos medicamentos. Ya en 2015, una consultora pronosticó que el mercado global de fármacos reposicionados iba a crecer de US$ 24.000 millones a 31.300 mil millones en 2020.
El reposicionamiento tiene una larga historia en la farmacología. Quizás el ejemplo más conspicuo sea el de la aspirina: un analgésico y antifebril centenario que después probó ser efectiva en la prevención de infartos y se estudia también para bajar el riesgo de cánceres de colon y páncreas. Otros casos notorios son el minoxidil y el sildenafil o Viagra: desarrollados originalmente para bajar la presión arterial, alcanzaron el estrellato como productos para hacer crecer el cabello y combatir la disfunción eréctil, respectivamente. De hecho, el Viagra también se utiliza hoy para tratar la hipertensión pulmonar y algunos médicos lo indican para el mal de altura. La difenhidramina, el principio activo del Benadryl, hoy se comercializa más como pastilla para dormir que como antialérgico.
En realidad, “el 25-30% de los medicamentos aprobados en los últimos 10 años serían drogas reposicionadas”, cuenta Alan Talevi, investigador del CONICET y director del Laboratorio de Investigación y Desarrollo de Bioactivos (LIDeB) de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata.
“Ese enfoque permite ahorrar tiempo y dinero”, agrega Talevi, quien trabaja en el diseño de fármacos asistido por computadoras. “Si el proceso de desarrollo de un fármaco demanda de 10 a 15 años, con uno reposicionado en dosis iguales o menores a las ya aprobadas se puede acortar ese período entre 5 y 7 años, porque se puede evitar la fase 1 de los ensayos clínicos (en voluntarios sanos) y se reduce mucho la tasa de fracaso de proyectos por problemas de seguridad”.
A modo de ejemplo, Talevi señala el caso del fexinidazol: un antimicrobiano de amplio espectro desarrollado por Hoechst (hoy Sanofi) a fines de la década del ?70, discontinuado y redescubierto en 2005 como posible tratamiento oral para la enfermedad del sueño, una parasitosis transmitida por la picadura de la mosca tse-tsé y que amenaza a 65 millones de personas en el África subsahariana. “Para los estudios clínicos se invirtieron 50 millones de euros, cuando normalmente se requiere 10 a 20 veces más”, afirma.
Analistas de la firma de inversión AllianceBernstein (AB), en Nueva York, estimaron en 2012 que el desarrollo de una droga desde cero implica invertir entre US$ 1.000 y 2.000 millones, mientras que reposicionarla requiere solo US$ 300 millones. De todos modos, algunos especialistas sostienen que la brecha no es tan grande, porque también se necesitan a menudo nuevos estudios en modelos animales y completar las otras fases de la investigación clínica.
Lo que nadie discute es que, en medio de una emergencia sanitaria global, el tiempo vale oro: los expertos pronostican que, en el mejor de los escenarios, solo podría haber una vacuna disponible contra el SARS-CoV-2 en 12-18 meses, mientras que los estudios de fase 1 y 2 con anticuerpos neutralizantes recién empezarían en junio.
En cambio, como el dinosaurio del famoso cuento breve de Augusto Monterroso, cuando “despertó” el virus de la pandemia, la hidroxicloroquina ya estaba allí. En Argentina, hoy hay cuatro laboratorios que la producen y comercializan, con precios por tableta de 200 mg que oscilan entre 17 y 40 pesos. Del mismo modo, también estaban allí otros medicamentos antivirales diseñados contra el VIH o el Ébola que se van a poner a prueba. “En una situación de pandemia, cualquier estudio clínico (sobre tratamientos) será evaluado con mucha celeridad por las autoridades sanitarias”, anticipa Talevi. Mientras tanto, habrá que poner a la ansiedad en cuarentena.