El hambre mata. Lo sabemos. Que se está usando como arma de alcance global en el marco de la guerra en Ucrania se evidencia ya en una creciente inseguridad alimentaria que –una vez más– embiste con mayor violencia a los que llevan años agonizando. Lo resume sin rodeos Oxfam Intermón: “Las bombas en Ucrania matan en África”.
Rusia y Ucrania juntas producen el 30% del suministro mundial de trigo, el 30% de cebada y el 75% de aceite de girasol. Una treintena de países, la mayoría del continente africano, son importadores netos de trigo y dependen esencialmente de los cereales ucranianos y rusos para alimentar a su población. Es el caso de Eritrea y Somalia, que importan más del 90% de su trigo de los dos países en guerra, mientras que Egipto y Líbano les compran cerca del 80%, según datos de la FAO.
Sin embargo, la Organización de Naciones Unidas calcula que en Ucrania continúan bloqueadas más de 20 millones de toneladas de cereales que no pueden distribuirse debido al cierre de puertos del Mar Negro (al mismo tiempo que la producción del año que viene peligra porque entre el 20% y el 30% de las tierras no se han podido cultivar).
Algunos expertos estiman que las reservas de trigo en el mundo se agotarán en menos de diez semanas y –por si fuera poco– faltan fertilizantes también a consecuencia de la guerra. Las sanciones a Rusia y Bielorrusia, dos de los mayores productores globales, han interrumpido su venta y los agricultores alertan de un menor rendimiento de los cultivos globales. Hasta 15 importadores netos en América Latina, Europa y Asia tienen una dependencia de los fertilizantes rusos de más del 30%.
“La escasez de fertilizantes es ahora uno de los problemas más apremiantes. Los esfuerzos nacionales y multilaterales deben orientarse a hacer que las cadenas de producción de alimentos sean más resistentes, ya que las peores fases de la crisis se verán más adelante en 2022 y 2023”, explica a Forbes Michaël Tanchum, investigador no residente del programa de Economía y Energía del Middle East Institute en Washington D.C. y miembro asociado de políticas en el Programa de África del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
Ante esta crisis de suministros, en los mercados mundiales prepondera la incertidumbre y el grave desequilibrio entre oferta y demanda nutre una feroz subida de precios de materias primas que, de nuevo, se ceba con los que no pueden comprar ni para comer. Según Naciones Unidas, 276 millones de personas sufren inseguridad alimentaria grave. Esta pavorosa cifra podría quedarse corta en los próximos meses.
La tormenta perfecta
El noqueo de la guerra, prolongado y despiadado, ha venido a exacerbar una situación de crisis alimentaria ya agigantada por la pandemia y el cambio climático. La primera por su impacto sobre los suministros y la segunda por su destructora huella sobre las cosechas, con múltiples implicaciones. Desde la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) señalan a Forbes. que “los fenómenos climáticos extremos afectan tanto a las explotaciones agrícolas como ganaderas y que pueden influir en la proliferación de plagas causantes de enfermedades transmitidas por alimentos”.
China, India, Estados Unidos o Francia, conocidos como los graneros del mundo, permanecen en alerta, sabiéndose hoy más vulnerables a las olas de calor y a las sequías en el marco de un comercio global de alimentos sumamente sensible a los cambios. En mayo, algunas zonas de La India registraron temperaturas de hasta 50 °C.
El que es el segundo productor mundial de trigo se había comprometido a aumentar sus ventas de grano al exterior, ayudando a compensar el déficit provocado por la guerra. Tras la sequía, el país ha cancelado las exportaciones por la caída de la producción y el súbito aumento de precios con el fin de asegurar su abastecimiento nacional. En los últimos meses, más de 20 países han prohibido la exportación de cereales y otros alimentos.
La investigadora sénior de la Universidad de Barcelona, Ana Moragues Faus, comenta a Forbes que “el conflicto en Ucrania es un elemento más que expone las vulnerabilidades del sistema, como el exceso de especulación en los mercados de materias primas, la dependencia en unos pocos alimentos (maíz, arroz y trigo representan dos tercios del consumo mundial de calorías) y en unos pocos países exportadores”.
Escasez y encarecimiento
El último informe de perspectivas alimentarias de la FAO, de junio de 2022, subraya que la producción de cereales disminuirá este año, previsiblemente, en 16 millones de toneladas respecto al récord de 2021 (superando los 2.780 millones de toneladas), lo que supondría la primera caída en cuatro años. La mayor mengua se vaticina para el maíz, seguido del trigo y el arroz.
A esta menor producción, derivada de la guerra y peores cosechas, se sumará el incremento previsto en la demanda mundial de alimentos, que –a su vez– impulsará unos precios que ya eran altos antes de que estallara el conflicto y que ahora también se ven propulsados por los altos costes de transporte (combustibles), producción (energía, fertilizantes y otros insumos) y por las restricciones en las exportaciones de países proveedores.
A la guerra, la pandemia y la crisis climática hay que añadir también el aumento de los precios de combustibles, energía, alimentos y materias primas.
Tras los máximos de marzo, la factura de los alimentos seguirá desorbitada en los próximos meses. En concreto, el precio internacional del trigo ha subido un 40% en lo que va de año y está en niveles no vistos desde 2008. “La subida de precios del cereal afecta también a las explotaciones gana- deras, que no encuentran rendimiento en la venta de sus productos. Otros alimentos muy sensibles a estos fenómenos son los productos frescos como la fruta y verdura”, expone AESAN.
En 2022, según el informe citado, las importaciones de comida a nivel mundial marcarán un récord de 1,8 billones de dólares, casi un 3% más que en 2021. La onda expansiva de este en- carecimiento lisiará especialmente a los países que no son autosuficientes.
Los importadores netos de alimentos, principalmente los países de África subsahariana, Perú, Venezuela u Honduras, serán los que más paguen. Sin embargo, no todos podrán hacer frente a las subidas y algunos ya están reducien- do las compras de carne, granos y semillas. El director de Incidencia y Relaciones Institucio- nales de Acción contra el Hambre, Manuel Sánchez-Montero, precisa a Forbes: “Cada aumento del 1% en los precios mundiales de los alimentos provoca que 10 millones de personas sufran un deterioro agudo de su seguridad alimentaria. Pero la escalada también afecta al precio del petróleo, transporte terrestre y envíos, con un impacto directo en el coste de la entrega de ayuda humanitaria”.
Hambruna sin precedentes
La situación es límite en el Cuerno de África, que además atraviesa su peor sequía en cuarenta años. El Programa Mundial de Alimentos calcula que el hambre amenaza a más de 13 millones de personas en Somalia, Etiopía y Kenia. “Es la peor emergencia inducida por el clima en la historia reciente. Se prevé que la suma aumente a 20 millones a mediados de 2022”, detalla Sánchez-Montero.
Cifra que forma parte de un cálculo global aún más estremecedor. Según Naciones Unidas, 276 millones de personas –en 81 países– se enfrentan a una situación de inseguridad alimentaria aguda (frente a los 135 millones que se registraban antes de la pandemia) y otros 49 millones de personas están en situación de hambruna. La Red Global contra Crisis Alimentarias pone el foco en países como Sudán del Sur, Yemen, Etiopía y el sur de Madagascar, donde asegura que hay actualmente 570.000 personas en peligro inmediato de muerte. “Estamos en una crisis sin precedentes”, alerta la ONU.
Las previsiones de Acción contra el Hambre son aciagas: “Incluso si todo el grano almace- nado en Ucrania pudiera salir con éxito, África seguirá pasando hambre”. Moragues Faus, que es ingeniera agrónoma y doctora en economía agrícola y política alimentaria, menciona el énfasis que pone el panel de expertos IPES-Food en “la importancia de prestar ayuda financiera a los países más vulnerables, así como reducir o cancelar su deuda para que puedan hacer frente a la subida de los precios y crear sistemas de protección social”.
Inestabilidad política y disturbios
Muchos de los países que están bajo el yugo de la hambruna o de una mayor inseguridad alimentaria son también los que enfrentan una creciente inestabilidad política y un riesgo elevado de sufrir disturbios civiles. Sri Lanka, sumergida en una severa crisis económica y política, vivió en primavera revueltas violentas por la escasez de alimentos y combustibles, el aumento de precios y los cortes de electricidad. Esa agitación culminó con la renuncia de su primer ministro. Patrón similar al ocurrido en Pakistán, donde una inflación galopante de doble dígito y la imposibilidad de comprar alimentos básicos condujo a la caída también de su dirigente.
En Irán, donde la mitad de su población vive bajo el umbral de la pobreza, las protestas estallaron en mayo por la subida de hasta un 300% del precio del pan. En Argentina, con una inflación interanual de más del 50%, miles de personas salieron a las calles en junio por el fuerte incremento del precio de los alimentos. Son solo algunos ejemplos porque la sombría evolución de esta crisis alimentaria cierne una importante amenaza de disturbios sobre otros estados como Filipinas o Líbano. 67
Para Michaël Tanchum “Túnez es muy vulnerable y también las regiones adyacentes al norte de África (el Sahel y el Cuerno de África) están en grave peligro”. El director de RRII de Acción contra el Hambre no anticipa la detonación de una nueva primavera árabe, pero sí recuerda que “la primera vez surgió por las enormes subidas reiteradas del precio del pan. Sin duda, es un factor que tiene una relación directa con la inseguridad”.
Acción global: sistema alimentario resiliente
Naciones Unidas reclama una acción conjunta a nivel mundial que mantenga los mercados abiertos, levante las restricciones a las exportaciones, facilite la distribución mundial y priorice la asistencia alimentaria inmediata para salvar millones de vidas. De lo contrario, asegura que esta crisis alimentaria podría durar años, dejando por el camino un reguero de desnutrición y hambruna.
AESAN considera que “se debe favorecer un cambio hacia sistemas alimentarios más sostenibles, que abarquen tanto a la producción como a la distribución y al consumo”. El investigador del Middle East Institute cree que “los gobiernos deben garantizar sistemas resilientes. La clave es centrarse en toda la cadena de producción. Es probable que veamos una reconfiguración y regionalización”.
Mientras que la investigadora de la UB refiere como primera lección a extraer que “la base de la resiliencia es la diversidad de alimentos, evitar la dependencia de pocas fuentes, crear mercados más transparentes que combatan la especulación con materias primas, reducir la dependencia de energías fósiles e insumos externos en la producción y distribución, desarrollar más las reservas regionales o crear sistemas que aseguren la seguridad alimentaria de la población en diferentes contextos, como el alza de precios.
En definitiva, la alimentación está en el centro de la seguridad de un país. Como dice el catedrático Tim Lang: “Si no puedes alimentar un país, no tienes un país”.