Se va Mauricio Macri, vuelve Cristina Kirchner (esta vez como vicepresidenta de Alberto Fernández) y los inversores retienen los bonos argentinos en vez de correr por sus vidas.
En realidad, me encanta Argentina, afirmó Timothy Barrett, CIO del fondo de donaciones del Texas Tech University System. Apostamos mucho por Argentina.
Perdóñ ¿cómó
El banco central de Argentina tiene unos US$ 10.000 millones en reservas. Su Gobierno tiene que pagarle cerca de US$ 22.000 millones en 2022 y US$ 22.000 millones en 2023 al Fondo Monetario Internacional. Aunque el FMI recortara la deuda para 2022 a la mitad, a US$ 11.000 millones, seguirían siendo US$ 1.000 millones más que las reservas del Gobierno. Y esa cifra no cuenta los miles de millones que tiene que pagar este año y el que viene en deuda local y extranjera denominada en dólares.
Yo conservaría los bonos argentinos por ahora, sostuvo Rebecca Braeu, directora de investigación y estrategias internacionales de Nationwide Investments. Barrett y ella estaban participando de dos paneles de discusión en la edición de este año del Greenwich Economic Forum en Connecticut.
En el Forum, que terminó el miércoles, ninguno de los oradores habló mal de Argentina.
Fernández ganó las elecciones el mes pasado y todavía no explicó cómo hará para pagarle al FMI, por no hablar a los acreedores locales este año. Hay mucha incertidumbre y puede que todo siga así por un tiempo, ya que los inversores parecen muy dispuestos a apostar que Fernández no será como Cristina, de quien fue su jefe de Gabinete.
Su equipo de transición está trabajando con el equipo económico del presidente Mauricio Macri para garantizar una transición tranquila.
Opinamos que el futuro Gobierno de Fernández quiere mantenerse lejos de un default antimercado para evitar trastornos políticos y económicos gravísimos, postula Jan Dehn, director de investigación del Ashmore Group en Londres. En particular, una prorrogación de los vencimientos de la deuda con el FMI podría hacer que los precios de los bonos dupliquen los valores actuales, de alrededor de 40 centavos por dólar.
Esa es la apuesta. Y es una flor de apuesta.
Argentina no está creciendo. El banco central de Fernández tiene mucho margen para recortar las tasas de interés, pero la inflación está tan alta (ronda el 50%) que incluso aunque el banco central bajara la tasa real a 0%, la inflación se comería todo.
Fernández todavía prioriza la política a la agenda económica. Su primer viaje al exterior fue a México, un país con el que Argentina apenas si comercia, donde su vicepresidenta y él cantaron junto a sus simpatizantes Lula libre, una referencia al expresidente de Brasil encarcelado (y liberado este viernes) por su papel en los gigantescos esquemas de adjudicación de contratos de Petrobras, que dejaron a la empresa más importante de Brasil al borde de la quiebra.
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, no asistirá a la asunción de Fernández el mes que viene. Es uno de los peores momentos en las relaciones entre los dos países; Brasil es el principal socio comercial de Argentina.
No inspira confianza en que pueda manejar la crisis por el enfoque reactivo y el equipo económico subóptimo, que demuestra no estar al tanto de la gravedad de la crisis económica y no tiene un plan creíble, sostiene Siobhan Morden, directora de renta fija de Amherst Pierpont Securities para América Latina. Si no hay un modelo de crecimiento obvio ni un compromiso con la reforma fiscal, entonces puede que les tiren la carga a los tenedores de bonos y les pidan aliviar la deuda.
En criollo: un recorte gigantesco de bonos que ya cotizan muy por debajo de su valor nominal (alrededor de 60% abajo).
El valor de recuperación de los bonos se estima de 35 a 40 con base en una reducción de deuda del 50% y una prorrogación de vencimientos de cinco años con un rendimiento del 10%. Los inversores que compren ahora corren el riesgo de que no les paguen. Los que compraron hace un año sufrirán la pérdida de las ganancias de capital en Argentina, nada que no haya pasado antes.
De ahora en adelante no solo habrá que tener en cuenta la caída de las reservas de moneda extranjera del banco central, reservas que la mayoría de los inversores en bonos soberanos mira al evaluar si un país puede pagar sus deudas, sino también los índices mensuales de inflación y los principales indicadores de esta economía patética.
Las presiones inflacionarias complicarán la política económica y aumentarán las tensiones entre los votantes hartos de recesiones que le dieron la elección a Fernández porque querían un salvavidas y los bonistas hartos de defaults que quieren recuperar su plata.
Argentina también necesita plata.
Las necesidades de financiación bruta reafirman lo importante que es que el Gobierno de Fernández y Kirchner renegocie con el FMI, organismo al que desprecia como mínimo por más de la mitad de sus votantes. Necesitan reestructurar el ajustado calendario de pagos del paquete del FMI y también los US$ 12.000 millones que falta recibir de ese paquete.
El FMI le prestó US$ 56.000 millones a Argentina, una suma récord para el país y para el Fondo.
Morden opina que las negociaciones de la deuda se tensarán cada vez más por la táctica de echarle la culpa al otro del Gobierno de Fernández. Los controles de capitales y las tasas de cambio dobles que aparecieron con la resurrección del mercado azul probablemente sean intolerables para la ortodoxia financiera del FMI. Eso podría complicar todavía más la enésima discusión sobre la política económica necesaria para salvar a la Argentina.
Gran parte de la economía está dolarizada, especialmente en Buenos Aires, donde mucha gente trabaja en el sector público, el sector inmobiliario, las finanzas de exportación o la industria del turismo. Una economía pesificada no es más que una fantasía peronista/kirchnerista.
Los datos más recientes del banco central arrojan un déficit de US$ 14.600 millones en la cuenta de capital en agosto y de US$ 6.700 millones en septiembre.
La única razón por la que la balanza de pagos de Argentina entró en superávit, algo teóricamente positivo, es que el doble mercado cambiario y los controles de capitales que restringen gran parte de la venta de pesos se endurecieron todavía más desde que ganó Fernández. O sea, el dato positivo es en gran medida falso. Pero si Fernández y el FMI logran arreglar, puede que el presidente electo les dé un alivio a los que compren bonos ahora. Pero no por mucho tiempo: después de todo, ahora él estará a cargo y su equipo tendrá que encontrar una forma de pagar esas deudas sin echar a empleados públicos ni achicar subsidios.
Si Ashmore y Texas Tech tienen razón en mostrarse alcistas respecto a Argentina, quizás lo mejor sea abandonarla apenas llegue la noticia de una prorrogación de la deuda. Porque ya sean US$ 10.000 millones o US$ 20.000 millones, Argentina no tiene la plata y en estas circunstancias nadie se la prestará excepto para cobrar las tasas de interés escandalosas que aman los bonistas y odia el electorado argentino.