Por qué los barbijos en las escuelas ya no deberían ser obligatorios
Alex Milberg Director
Alex Milberg Director
El gobierno de la Ciudad puso fin a las burbujas y al aislamiento para casos estrechos asintomáticos. ¿Por qué persiste en el uso obligatorio de barbijos a partir de 4° grado cuando la evidencia sobre su eficacia en escuelas es tan endeble y sus perjuicios tan claros?
Por cierto, numerosos países de Europa (Holanda, Suecia, Francia, Inglaterra, Irlanda o Dinamarca (desde mayo 2020) no obligan a los niños en primaria a usar barbijos, tal como lo recomienda el Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades.
En EE.UU. hay un amplio debate sobre su uso, según los Estados. La directora de los CDC, la Sociedad de Enfermedades Infecciosas de América y la Academia Estadounidense de Pediatría, de extrema cautela durante toda la pandemia, insiste en el uso de barbijos incluso a partir de los 2 años. Se basa en 3 papers que fueron refutados por parte de la comunidad científica por distintos errores técnicos: por ejemplo, no discriminaban, en la comparación, distritos donde el índice de vacunación de la comunidad era mucho más baja que en otras. Hay varios estudios que muestran una reducción mínima en la transmisión de COVID-19 con máscaras en las escuelas, pero los resultados no fueron estadísticamente significativos.
Pero sobre todo, lo más grave de los CDC es establecer la obligatoriedad del uso de máscaras basado en “la ciencia” cuando, no hay estudios científicos relevantes que lo demuestren.
Además, la decisión se toma en base a estudios que no tenían en cuenta las vacunas contra el COVID-19 en adultos y niños vacunados.
Por momentos, los políticos, necesitan permanecer aferrados en alguna instancia a los protocolos de 2020 y 2021 como si el tiempo no hubiera pasado. En CABA el 71,9% de los niños y niñas entre 3 y 11 años recibieron la primera dosis de la vacuna y el 55,8% cuenta con el esquema completo.
Entre los 12 y 17 años, el 87,5% tienen una dosis y el 78,7% al menos dos. En la Provincia de Buenos Aires, las cifras son similares: de 3 a 11 años 75,6% (dos dosis) y 51,4% (una); y en el de adolescentes de 12 a 17 años es de 90,9% (dos) y 73,6% (una).
Con respecto a los docentes, el 91,9% de los docentes de todo el país ya están vacunados y el 41% incluso con tres dosis. Las cifras mejoran en CABA, pero en general la cobertura es amplia.
Y cada vez más expertos concluyen que la evidencia de máscaras en las escuelas no resiste el escrutinio científico sólido como para implementar su uso obligatorio. Las razones son varias.
a) Salvo las máscaras quirúrgicas, no es clara la evidencia de que los demás barbijos sean realmente útiles para evitar la transmisión.
b) Quienes defienden el uso del barbijo en niños aseguran que si lo usan correctamente puede contribuir a mitigar la transmisión. Si bien las máscaras ofrecen cierta protección para los adultos en muchos entornos, como dice el adagio en pediatría, los niños no son pequeños adultos: Suponer u obligar a un niño a tener una máscara ajustada “correctamente” durante ocho horas carece de sustento empírico, además que en lugar de esa máscara, al igual que los adultos, suelen tener una “telita” cuya eficacia es absolutamente inútil.
c) Como a lo largo de toda la pandemia, quedó claro que hay “expertos” para todos los gustos y hoy hasta los confinamientos podrían haber sido inútiles y dañinos, como analiza en esta excelente columna John Carlin, el mismo que en mayo 2020 escribió que “la gente tiene miedo de contraer el virus, los políticos de pagar el precio y los medios tienen miedo de cuestionar el miedo”.
Con respecto a los niños, es clave recordar que el riesgo de enfermedad grave por COVID-19 para niños sanos, por suerte, siempre fue ínfimo. En la Argentina, los fallecimientos pediátricos representan el 0,3% del total de las muertes por COVID-19. Y si bien cualquier muerte es una tragedia, muchos, si no la inmensa mayoría, de estos niños tenían afecciones médicas subyacentes que los hacían exponencialmente más vulnerables. Las estadísticas no distinguen entre muerte “con COVID” y “por COVID”.
La decisión del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para preservar el uso de barbijos puede basarse en la hipótesis de que los niños asintomáticos eran una fuente importante de propagación o que serían los “drivers” de la pandemia. Esto no sucedió. La medida resulta aún más paradójica cuando hasta el propio Gobierno de CABA resolvió eliminar las burbujas y los contactos estrechos asintomáticos.
El uso de barbijos afecta negativamente el aprendizaje: perjudica la comunicación verbal no verbal y causa daño social y emocional. Los chicos necesitan ver las expresiones y reacciones en los rostros de sus compañeros y maestros.
Esta retroalimentación no verbal es la forma en que a menudo comparan sus acciones y comportamientos con los que los rodean, desarrollando inteligencia social y emocional e interrelaciones que son cruciales para su desarrollo educativo. La Argentina batió el record mundial de encierro a los niños al inicio de la pandemia (90 y 120 días sin salir de sus casas, sin ninguna evidencia). También está en el 10% de países con menos clases presenciales (que no se arregla saturándolos de clases al año siguiente de mediados de febrero a fines de diciembre).
Además se les cargó a los niños la culpa de que podían “llevar el virus a sus casas y matar a sus abuelos”. Es hora de terminar con el terror, con los protocolos inútiles y el castigo a la población etaria más condenada de toda la pandemia.
Con la inmensa mayoría de la población adulta vacunada y la pandemia llegando a su fin y ante el disenso en la comunidad científica global, las autoridades deberían permitir que fuera cada padre quien decida si su hijo debe portar barbijos ocho horas diarias o no.