Las otras víctimas: médicos empiezan a alertar sobre los “efectos colaterales” de la pandemia
Matías Loewy Forbes Staff
Matías Loewy Forbes Staff
Mientras la pandemia hegemoniza la preocupación de las autoridades y los centros de salud, millones de pacientes que sufren de otras condiciones ven afectada su atención o prefieren retrasar las consultas. Y eso sin contar el eventual precio sanitario de la recesión.
Un par de semanas atrás, Adam Savage, el popular coconductor del programa “Cazadores de mitos” en Discovery Channel, casi pierde el dedo mayor de su mano izquierda mientras reparaba un torno en su taller de San Francisco. Fue uno de los momentos más aterrorizantes de su vida, según describió en un video. Y aunque hubiera necesitado una reparación de 25 o 30 puntos de sutura, dijo, lo único que hizo fue colocar la mano bajo el agua, ponerse iodo, solución salina, una crema antibiótica y llamar a su mamá de 85 años, hija de un cirujano, para que lo ayudara a vendarse. “Lo último que quería hacer era ir a la guardia de un hospital”, confió. “No quería ocupar el tiempo de médico y enfermeros que luchan contra COVID-19, ni quería exponerme a un lugar donde había gente con COVID-19”.
La historia de Savage no es única: mientras la pandemia está en el centro de la escena, y hegemoniza la preocupación de las autoridades y los centros de salud, millones de pacientes que sufren de otras condiciones ven afectada su atención o prefieren retrasar o evitar la consulta, aún cuando esa demora puede tener consecuencias muy graves. Cuando se agregan todas las enfermedades y muertes que pueden sobrevenir por la recesión y la pobreza, los efectos colaterales sanitarios de la pandemia y de los esfuerzos drásticos para contenerla alcanzan dimensiones astronómicas.
Este martes, en Argentina, un comunicado conjunto del Instituto Cardiovascular de Buenos Aires (ICBA), Fleni, el Instituto Alexander Fleming y el Hospital Universitario Fundación Favaloro alertó que, en el contexto de la pandemia, hubo “una reducción significativa de atención médica por parte de pacientes con patologías cardiovasculares, neurológicas y oncológicas”. Los centros advirtieron: “Hay enfermedades que no pueden esperar. La misma recomendación cabe para la consulta a emergencias médicas, los minutos cuentan y salvan vidas”.
Las caídas en la demanda, según el tipo de patología, fluctúan entre el 30% y el 90%. La Sociedad Argentina de Cardiología (SAC), por ejemplo, alertó en un comunicado que el mensaje generalizado, particularmente a los pacientes de mayor edad, es no acudir a los hospitales para evitar el contagio: “Esto está induciendo a que las personas que desarrollan síntomas demoren su atención, lo que puede empeorar su pronóstico”.
La SAC también citó informes de Italia y España, según los cuales el número de pacientes que acuden con infartos agudos de miocardio ha disminuido en un 80%; y los que se presentan, lo hacen tardíamente y con cuadros más descompensados.
Algunos médicos ya empiezan a hacer comparaciones preocupantes. Un flamante estudio en el “European Heart Journal” relevó la asistencia a 19 centros públicos de Austria que realizan angioplastias para síndromes coronarios agudos y calculó que, entre el 2 y el 29 de marzo, hubo 275 pacientes que no recibieron atención, lo que podría haber causado 110 muertes. “El número es muy alarmante, especialmente cuando se considera que el número oficial de muertes relacionadas con COVID-19 (en ese país) era 86 al 29 de marzo”, afirmaron.
“Creo que no ha de existir ninguna especialidad que no tenga impacto por la pandemia, porque la salud pública está enfocada de pleno en esta nueva patología”, reconoce a FORBES José María Lastiri, presidente de la Asociación Argentina de Oncología Clínica (AAOC). “Y el sentido común me dice que muy probablemente haya cambios en las curvas de casos” de otras patologías, agrega Lastiri, “aunque es difícil proyectar de qué magnitud”. En el cáncer, en particular, los oncólogos están tratando de minimizar los tratamientos en instituciones, “siempre que haya una alternativa oportuna equivalente en los domicilios”, dice. Sin embargo, una encuesta en Estados Unidos revela que casi una cuarta parte de los pacientes de cáncer informó retrasos en su atención, incluyendo postergación de estudios y cirugías. Es muy poco probable que eso no repercuta en la evolución de la enfermedad.
Un repunte de los trastornos de ansiedad y otras afecciones mentales, del abuso infantil, de la obesidad y hasta de la resistencia a los antibióticos aparece en el horizonte más o menos inmediato. Parafraseando a John Lennon, se podría decir que la enfermedad es lo que te pasa cuando estás ocupado haciendo otros planes (para evitar el contagio), incluso cuando sea imprescindible hacerlo.
Ni siquiera se libran los grupos que no se consideran hoy “de riesgo” para COVID-19, como las mujeres embarazadas. En un artículo que publica hoy la revista “The Lancet”, una de las dos más prestigiosas en medicina, María Luisa Cafferata, investigadora del Instituto de Efectividad Clínica y Sanitaria (IECS), alertó junto a cinco colegas de Estados Unidos, Francia, Honduras y Uruguay respecto de algunas “consecuencias no buscadas” en esa población de las medidas de distanciamiento social necesarias para desacelerar la pandemia: violencia de género; reducción de consultas médicas preventivas, incluyendo el cuidado prenatal; aumento de la depresión posparto y exacerbación de otros problemas de salud mental. También podría crecer la mortalidad infantil.
Para complejizar el escenario, los economistas también hicieron cuentas y mostraron su preocupación por el impacto sanitario de la pandemia. En el Reino Unido, un documento del Institute for Fiscal Studies (IFS) sostiene que, en el mediano y largo plazo, la caída económica “va a tener efectos negativos sobre la salud, con algunos efectos peores para algunos grupos que para otros. Por ejemplo, estimaciones recientes sugieren que la pérdida del empleo asociada con la recesión de 2008 podría haber resultado en 900.000 muertes adicionales en personas en edad laboral por distintas enfermedades crónicas, incluyendo las psiquiátricas”.
Ezequiel Huergo, un ingeniero industrial argentino graduado con honores en la UCA y con un MBA en la Wharton Business School, tomó estudios que vinculan la relación entre el aumento del desempleo y el aumento de la mortalidad en países desarrollados, proyectó el impacto de la caída del producto bruto interno por semana de cuarentena y concluyó que eso podría provocar hasta 50.000 muertes a adicionales en el país en los próximos cuatro años, un 40% de ellas por afecciones cardiovasculares.
Nadie puede garantizar que esos supuestos y modelos sean correctos. Y hasta hay quienes argumentan que los confinamientos y crisis pueden reducir otras muertes, como las vinculadas con accidentes laborales o de tránsito, alcoholismo o enfermedades respiratorias asociadas a la contaminación ambiental. El análisis tampoco puede minimizar la ominosa expansión de una pandemia para la cual aún no existen vacunas ni tratamientos efectivos. Y la importancia de medidas drásticas para que no desborde la capacidad de respuesta del sistema de salud.
Pero también obliga a abrir la cabeza y contemplar aquel sufrimiento que no tiene relación con el virus, el efecto dominó que cualquier política pública puede tener si no se consideran otras variables que también deben ser abordadas. Un artículo en el sitio de la Sociedad Estadounidense de Oncología Clínica reclama más datos sobre la relación entre COVID-19 y cáncer y concluye de manera sugestiva con una cita de José Saramago en “Ensayo sobre la ceguera”: “Si antes de cada acción, pudiésemos prever todas sus consecuencias, nos pusiésemos a pensar en ellas seriamente, primero en las consecuencias inmediatas, después, las probables, más tarde las posibles, luego las imaginables, no llegaríamos siquiera a movernos de donde el primer pensamiento nos hubiera hecho detenernos".