En la novela de José Saramago Las intermitencias de la muerte, en la que de pronto la gente dejaba de morir, los hospitales colapsaban con enfermos que nunca dejaban camas libres. En esta fase de la pandemia de COVID-19, el efecto es el contrario, aunque también negativo: las instituciones privadas en Argentina encargadas de asistir pacientes enfrentan un desplome de la facturación por caídas en las internaciones del 50% y de hasta el 93% en las consultas ambulatorias, derivados de la reprogramación de turnos y del miedo al contagio.
La situación del sector ya era muy mala antes de llegar COVID-19, y el virus agravó todo, asegura en diálogo con FORBES Hugo Magonza, presidente de la Asociación Civil de Actividades Médicas (ACAMI), la cámara que agrupa a instituciones prestadoras como FLENI, CEMIC, la Fundación Favaloro y los hospitales Alemán, Británico, Italiano y Sirio Libanés (además de prepagas como OSDE, OSDIPP y Luis Pasteur).
La semana pasada, ACAMI le mandó una carta al ministro de Salud, Ginés González García, en la que denunciaban el escenario sumamente crítico para las clínicas, sanatorios y centros de diagnóstico y reclamaban que se otorgue un subsidio que compense los ingresos no percibidos durante los meses que dure la pandemia, similar al que se ha otorgado a otras actividades económicas.
¿Y cuál fue la respuestá Afirmativa, no. Pero va a haber algunas otras soluciones a medio camino. Entienden el problema. Algunas cosas están concretadas, como la disminución de ciertos impuestos. Y probablemente salga la aprobación de un subsidio para contribuir, por una vez en principio, al pago de los salarios, que van a ser dos salarios mínimos o el 50% del sueldo (lo menor), que es algo relativamente significativo. Veremos qué pasa en el siguiente mes, dice Magonza, un licenciado en administración que se desempeña como director general del CEMIC.
¿Por qué dice que la situación ya era mala antes de la pandemia?
Porque durante muchísimos años nadie le prestó demasiada atención al sistema de salud, ni al subsector público, ni al privado ni al de la seguridad social. Tenemos un modelo anárquico y la fragmentación genera ineficiencia. A pesar de eso, el sistema de salud es incomparablemente superior en la Argentina en cuanto a la cobertura y la calidad para los que acceden, respecto de otros países del mundo. El único problema de todo esto es la sostenibilidad de estos procesos: no se puede poner de un lado una canasta prestacional enorme, que ningún país del mundo cubre, con una calidad de primer nivel, si no se dispone de los recursos. El argentino está perdiendo sin darse cuenta su sistema de salud. Y tampoco le presta demasiada atención, porque su decaimiento no se ve a simple vista. Los sistemas de salud no implosionan, se van degradando con el tiempo. Hay que definir qué salud queremos para la población, y preguntarse qué podemos dar.
¿Cuáles son las causas de ese desfinanciamiento?
El costo sanitario en el mundo crece más que el costo de vida, hasta seis veces más. Y el costo de la salud también hay que relacionarlo con el PBI, porque se paga con los recursos y la riqueza que genera el país. Pero como el tema no está entre las prioridades de la gente, los gobiernos no se meten porque tomar decisiones en salud tiene costos muy altos y beneficios a largo plazo que los políticos no usufructúan en el corto plazo. Uno de los problemas que enfrentamos es la creciente judicialización, que pasó de representar el 2% del gasto en salud al 5-6%. Y el gasto jurídico está muy relacionado con la incertidumbre normativa. Por otra parte, los ingresos de los equipos de salud están bastante deteriorados, porque la retribución a las instituciones por las prestaciones que brindan, están muy por debajo de los valores en otros países. Por ejemplo, una cirugía en Estados Unidos se cobra 10 a 20 veces más que en Argentina.
Y entonces, llegó el coronavirus. ¿Cómo les impactó?
El Gobierno, ante la amenaza inminente, tomó la decisión de la cuarentena, que ha tenido la virtud de enlentecer la curva de contagios. Eso nos dio tiempo a las instituciones de salud para la capacitación del personal y la compra del equipamiento mínimo necesario para la atención a los pacientes. Según la OMS, para atender a un paciente con COVID-19 internado, se debería tener por lo menos entre 25 y 30 equipos de protección personal, como camisolines descartables. Y nadie tenía stock para eso, ni stock de barbijos, incluyendo los de alta protección o N95. Pero, bueno, nos preparamos.
¿Y cuántos pacientes con COVID-19 ya atendieron?
El CEMIC atendió a 32 pacientes, internados en sala, ninguno en terapia intensiva. Algunos incluso recibieron plasma de recuperados, con buenos resultados. Pero, como contrapartida, tenemos niveles de ocupación en todas las salas en el orden del 50%. Y con una complejidad menor, muy distinta a la habitual, que se factura menos. Además, se desactivaron todas las consultas programadas y pasamos de tener 70.000 mensuales a menos de 10.000. Y eso tiene un fuerte impacto económico, porque, para instituciones como las nuestras, el 50% de la facturación es por el hospital (internaciones) y el 50% por la atención ambulatoria.
¿Cuánto tiempo cree que se soporta esa situación?
Estoy convencido de que la economía se va a tener que empezar a reactivar prontamente, aunque no sea al 100%. En una fábrica de pintura, con 45 empleados, que se pongan barbijos, que se testeen, que se controlen los síntomas y que vayan a trabajar, porque de otra forma van a morir más personas por la economía que por la salud. La economía mata de una manera silente: el que se quedó sin salario no come, se desnutre, o se muere de un infarto. Si alguien con una enfermedad severa, por ejemplo, que fue trasplantado, abandona el tratamiento, se perdió todo el esfuerzo que hizo el sistema sanitario. Aunque, por supuesto, con la mayor circulación habrá más casos de COVID-19.
¿Notaron un aumento de pacientes que hayan tenido un agravamiento de enfermedades crónicas?
Lo que está pasando es que algunos que tendrían que venir a consultar no consultan. Por ejemplo, tenemos unos 1600 pacientes de riesgo en el área de cardiología y la mayoría no estaba concurriendo, sobre todo por miedo. Ahora, estamos sacando de los hospitales los centros de atención ambulatoria para que no se mezclan los pacientes, y facilitando la reprogramación de turnos con teleconsultas para un 25-40% de los pacientes. El coronavirus nos impulsó a la tecnología por la ventana. El modelo de atención ambulatorio se va a reorientar de manera muy rápida a modelos de atención a distancia, con monitoreos mediante elementos de tecnología, receta electrónica, etcétera. Y la gente que empiece a tomar esa costumbre, va a volver menos. En poco más de 20 años, el promedio de consultas por afiliados pasó de 3,5 a 9 por añó. seguirá habiendo presenciales, pero ya no serán todas.
¿Qué otros cambios van a quedar después de la pandemia?
Esta no a va a ser la última pandemia. Y los hospitales en algún momento van a empezar a atender a los pacientes como si todos fueran infectados, lo que va a encarecer los costos. Pero también va a cambiar el modelo de internación. Hoy, el personal entra 25 veces por día a una habitación, incluyendo médicos, enfermeros, mucamas. Yo creo que, en un futuro no muy lejano, las habitaciones van a tener sistemas de intercomunicación con controles vitales del paciente y monitores centrales. Y los profesionales van a ingresar solamente cuando sea imprescindible. Estoy seguro de que nada va a volver a ser como era antes.