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18 Julio de 2018 14.00

El presidente de Los Grobo sorprende con una autocrítica: "No la tenemos muy clara". Asegura que los beneficios de la devaluación son relativos para el campo y prefiere decir que tiene esperanza antes que definirse como optimista.

A fines de 2016, con una facturación superior a los US$ 500 millones y 50.000 hectáreas en producción, el grupo Los Grobo encaraba un plan para duplicar su tamaño hacia 2020. Ese plan implicó que su presidente y miembro de la familia fundadora, Gustavo Grobocopatel, cediera el control a un grupo de inversores liderado por el fondo Victoria Capital que, además de pagar por el 75% de la compañía, inyectó US$ 100 millones. Un año y medio después, Grobocopatel asegura que no sufrió el pase de manos ?“ahora soy socio minoritario, pero no tengo problemas con el poder”, dicé, pero sí le cuesta hacer negocios en Argentina. Eso a pesar de desempeñarse en uno de los sectores más beneficiados por la política económica de la gestión de Macri. “Es muy difícil hacer negocios en el país, presupuestar, invertir, con inflación, con estas inestabilidades”, afirma, y remata: “Cuando viene un empresario de afuera, no entiende cómo sobrevivimos”.

¿Cómo creés que la economía va a sobrevivir a estos meses tan difíciles?

Si hablamos de la crisis económica que pasó, sin la consideración de la turbulencia y la angustia que produce, el resultado es una mayor devaluación, una mayor injerencia de la política en la toma de decisiones, una mayor coordinación en el gabinete: todas cosas que estábamos pidiendo y que son positivas.

Particularmente, la devaluación tiene un impacto positivo en el sector agropecuario.

No es tan claro el beneficio. Primero, porque muchos de los costos están dolarizados. Además, el campo es un sector que no es mano de obra intensiva; entonces, el costo salarial tiene menos impacto. Hay que mirar las cosas como parte de un proceso más largo que trata, de alguna manera, de vincular las relaciones entre los números, la macro, en la que venimos con algunos problemas: el déficit externo comercial y fiscal, la inflación, el esquema de subsidios diabólico que impacta sobre los déficits. A su vez, la necesidad de financiar ese déficit con deuda, un montón de problemas para los que el Gobierno intentó un plan con la idea de que se vaya convergiendo a algo normal, con el tiempo, vinculado con el crecimiento del país.

El difunto gradualismo.

Los argumentos eran bastante claros. Tratar de evitar shocks, que fue otra forma en la que Argentina salió de estas crisis, creando pobreza. La realidad fue cambiando. Algunas cuestiones tienen que ver con mala praxis interna, con errores, con falta de experiencia. Y otras con el contexto internacional y cosas locales, como la sequía que sacó dólares. Ahora hay que tomar decisiones más de fondo que trataban de evitar: se viene un ajuste fiscal, dejaron el ancla del dólar como método para evitar la inflación y se decidió ser más flexibles con la inflación para no frenar el crecimiento de la economía.

¿Qué proyecciones tenés para 2018 y 2019?

Creo que vamos a tener un buen 2019, el país debería volver a crecer. Va a haber un aporte del sector agropecuario, si es que no hay sequía, obviamente. Argentina se va a encontrar con más dólares para exportar.

¿Este año, en cambio, nos despedimos del crecimientó

Sí, claro. En lo agropecuario, ya está casi dado este año, pero después son buenas noticias: Brasil va a tener la incertidumbre de las elecciones pero creo que, después, va a crecer, con lo cual será un empuje. Yo soy positivo.

¿A qué valor te gusta el dólar?

El dólar debería seguir la inflación. El tipo de cambio es la consecuencia de la competitividad. No es la causa. Si tenemos un país que es poco competitivo como el nuestro, necesitás un dólar que no se retrase porque, si no, afecta las exportaciones. Esto va a dar un cierto impulso.

Sos optimista.

Más que optimista, tengo esperanza. Los fundamentos de Argentina son muy fuertes. Ahora, hay cuestiones que tienen que ver con ese sentimiento que a veces no están basadas en realidades. A veces somos muy optimistas exageradamente y, otras, pesimistas exageradamente. Yo creo que tenemos como un gap entre las expectativas y la realidad. Y eso es lo que genera la depresióñ estamos más arriba de lo que deberíamos estar.

¿Cuál es hoy, con el nuevo valor de dólar, la principal preocupación del campó

Por ejemplo, el costo del flete, que depende del tipo de cambio. Tenemos problemas ahí. Es muy rígida la relación entre oferta y demanda; entonces, los precios de los camiones suben. Tenemos costos para exportar mayores que los de otros países. Tenemos muy retrasado todo el tema de la inversión en industrialización de materias primas. Tenemos un déficit ahí también.

¿Por qué ese déficit después de años buenos?

Porque no tenemos suficiente inversión. En el campo no hay la inversión que debería haber. Hay mucha inversión para hacer agricultura pero, en esos años en que hubo buena agricultura, la presión impositiva se llevó todos los excedentes del campo. Y no quedó para generar inversiones.

Hablamos de la última décadá

Hasta hace dos años. Esa es una. Y la otra es que, al no tener mercados abiertos, es más difícil colocar productos con valor agregado. Eso de ser el supermercado del mundo, si no estás integrado, es una utopía. Otro punto es que vivimos de tecnologías que creamos hace 20 años, pero deberíamos pensar en las de los próximos 20. Necesitamos una ley de semillas urgente. Necesitamos una ley de arrendamientos. Necesitamos algo vinculado con el seguro multirriesgo agrícola. Y mejorar institutos como el Senasa, el Inase, el Inti, para que sean más eficientes.

Hablando de eficiencia, costos, fletes, ¿qué tanto impacta la sindicalizacióñ

La sindicalización no es mala. El tema es la rigidez terrible, que depende de los gremios o sectores donde estás. Quienes tenemos industrias padecemos cosas que realmente son insólitas. Uno no puede creer cómo gente que trabaja y tiene buen trabajo va en contra de su trabajo.

Hay sectores, como el automotriz, en el que ha habido avances de hecho, sin ley de

reforma laboral.

Es una buena transición. Pero habría que pensar juntos, empresarios y trabajadores, cómo va a ser el trabajo de acá a diez años.

¿Lo ves posiblé

Hay conciencia de que algo está cambiando. Incluso en los sectores gremiales. Pero la verdad es que tampoco los empresarios ayudamos mucho. No la tenemos muy clara.

¿Cuál es la autocrítica específica que hacés?

Cuando se habla de ajuste, la gente piensa más en qué ajuste debe hacer el otro y no uno. Es algo de nuestras creencias profundas. Pensamos que no se puede generar relaciones win-win. Pero, en una sociedad civilizada, se generan preponderantemente este tipo de relaciones.

¿Qué es lo que más te preocupá

Habría que generar un sistema de alternancia de poder sin cambiar el destino del barco. Ahí falta madurez en la oposición: que esté preparada para tomar el poder, que sea moderna, republicana. Después, la integración al mundo; si bien es compleja y va a llevar tiempo, debemos ir más rápido. No solamente la obvia con Europa o China, sino con África y otros. También todavía estamos con muchos deberes en investigación, desarrollo, innovación. Se hizo un avance grande en tema de emprendedurismo: leyes, empresas simplificadas. El tema es que ayuda a la creación de las empresas, pero no a la supervivencia. Y tener una visión moderna del trabajo es algo clave que no resolvimos.

Vinculo dos temas de los que mencionás. Innovación y trabajo: cómo prepararse para trabajos que no conocemos cuando hay chicos que no terminan la secundaria.

Sí. Más que los desocupados, me preocupan los hijos de los desocupados.

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