En la nueva Cuarta Revolución Industrial, las nuevas tecnologías imponen el desarrollo de un marco que exige pensar y actuar con otras habilidades.
La nueva desigualdad en el mundo es entre aquellas personas que están en el nuevo juego, que tienen las habilidades complejas para contribuir al cambio y adaptarse a él, y aquellas personas que no las tienen”. Las palabras son de Bill Drayton, fundador de Ashoka, organización global presente en más de 90 países, que hace casi 40 años fue la responsable de acuñar el término “emprendedor social” y ponerlo en la boca ?y en el imaginario aspiracional? de millones de personas en el mundo.
Que el mundo cambia de manera cada vez más acelerada no es novedad. Nuevos desafíos globales, complejos e interconectados afectan las economías, las costumbres, las sociedades. Y no serán solucionados si las cosas se siguen haciendo como se hacían en el pasado. Tal y como decía Darwin en su teoría evolutiva (“No es el más fuerte de las especies el que sobrevive, tampoco es el más inteligente el que sobrevive. Es aquel que es más adaptable al cambio”), hoy sucede algo similar. En el futuro cercano, que ya se intuye (y que, en cierta medida, ya está aquí), no importará si los individuos trabajarán en un café o en la línea de ensamble de una planta industrial. Las empresas solo contratarán personas que puedan detectar problemas y generar respuestas en torno a ellos.
Durante los siglos XIX, XX y hasta la actualidad, el sistema de producción llevó a la saturación de los recursos naturales, poniendo en jaque el propio planeta y dando lugar a problemáticas sociales graves. Hoy, en vistas al futuro, se estima que en los próximos 10 a 20 años el 65% de todas las actividades que actualmente realizan los seres humanos serán automatizables. Es decir, se generarán más puestos de trabajo pero, a la vez, de 75 a 275 millones de trabajadores (o sea, del 3% al 14% de la mano de obra global) necesitarán cambiar de actividad laboral. Entonces, el problema no será la cantidad de empleos, sino la brecha de habilidades entre los viejos y los nuevos trabajos.
Ante estos retos cada vez más complejos, y ante una manera de “hacer las cosas” que hoy ya resulta obsoleta, el contexto impone el desafío de pensar en clave sistémica. Quienes hagan la transición exitosa hacia el nuevo mundo tendrán que combinar las habilidades digitales con la capacidad aún más compleja de ser agentes de cambio empáticos, colaborativos y creativos. Es esta nueva brecha de desigualdad la que plantea Drayton: sin olvidar las desigualdades económicas, sociales y de género que atraviesan las sociedades, existe una nueva y fundamental brecha entre quienes manejan estas habilidades y quienes no lo hacen.
En un informe realizado por McKinsey & Company llamado “System Changers. A New Era of Value Creation”, se llevó a cabo una encuesta y entrevista con más de 100 Emprendedores Sociales de la red de Ashoka. La investigación encontró tres características comunes en los sujetos de estudio: la capacidad de desarrollar una visión de futuro amplia que se extienda más allá del problema en cuestión; inspirar y generar confianza a los demás mediante la búsqueda de puntos en común; y liderar a través del ejemplo. Los rasgos de liderazgo como la tolerancia al fracaso y la capacidad de crear una red de alianzas también son importantes. Pero los resultados de la encuesta muestran claramente que la empatía impulsada por un propósito es indispensable para impulsar cambios significativos en los sistemas.
El informe también entrevistó a 120 líderes globales, grandes cambiadores de sistemas. En ellos también se vislumbró un mindset poderoso y habilidades de liderazgo que buscan empoderar a sus equipos para crear y capturar valor en formas innovadoras en la economía actual. Y en este sentido se abren posibilidades de colaboración, innovación y negocios. Como el caso de Specialisterne, una empresa danesa fundada por el Emprendedor Social de Ashoka Thorkil Sonne, que busca poner en valor las especiales características de las personas con Asperger o Trastorno del Espectro Autista, generando empleos que oscilan entre las pruebas de sistemas informáticos y el tratamiento de datos y documentos. Justamente, desde la organización buscan centrarse en el conjunto de habilidades especiales de las personas que integran el espectro: la atención al detalle, habilidades lógicas y analíticas muy desarrolladas, una capacidad superior a la media para concentrarse durante largos períodos de tiempo, diligencia y tolerancia cero a los errores. Hoy en día, brindan servicios de consultoría a organizaciones de todo el mundo.
Otro ejemplo de colaboración con innovadores es el de Pablo Ordoñez, de la Red Ashoka Argentina. Fundó la empresa social CODE, cuyo principal objetivo es distribuir oportunidades, creando trabajo digno al articular a pequeños productores con consumidores de escala, tanto empresas públicas como privadas, en términos de compras inclusivas y de cadenas de valor inclusivo. Gracias a la acción de CODE, grandes empresas innovan integrando a su cadena de valor a actores de la economía social, lo que les permite generar impacto positivo sostenible.
No hay manera de sobrevivir al cambio si las empresas no se adaptan al nuevo mundo y ponen a los agentes de cambio en el centro, tanto dentro como fuera de su organización.
Las organizaciones del futuro son “equipos de equipos” fluidos, donde cada integrante puede identificar problemas que van más allá de sí mismos, crear soluciones y ser a la vez un colaborador y un líder, nutriéndose de las fortalezas mutuas.
Como dice Drayton, las personas viven en un mundo en el que el viejo modelo de aprender un oficio y ejercerlo el resto de tu vida ya es obsoleto. Requiere mucha más flexibilidad y disponibilidad para dejar de lado el miedo al cambio. Requiere ver las cosas de manera diferente para actuar diferente. Y eso es ser un agente de cambio.
Por María Mérola Directora ejecutiva de Ashoka Argentina, Uruguay y Paraguay.