Si bien la atención y los recursos del Gobierno apuntan hoy en día, mayoritariamente, a la lucha contra el coronavirus, es por demás conocido que el panorama que enfrentará Argentina -y gran parte de los países en desarrollo- en términos de política exterior será complejo y novedoso.
A raíz de una serie de fenómenos que se vienen desarrollando en el marco de la crisis del orden internacional liberal, Argentina deberá enfrentar un escenario plagado de dificultades: el mundo actual, esencialmente, es un mundo con poco orden, menor calidad democrática, con un preocupante auge de nacionalismos, fundamentalismos, proteccionismo y populismo. Asimismo, es un mundo que se encamina hacia una mayor difusión del poder y una creciente complejidad de la globalización, resultando en un orden mundial más azaroso, confuso y mezquino.
A toda la complejidad de este escenario, se suma el efecto de la pandemia, generando una suerte de tormenta perfecta. Es por esto que, tanto por lo inédito del escenario pospandemia como por lo estratégico que resultará para la Argentina poder afrontarlo con éxito, resulta fundamental conocer cuáles se encaminan a ser los grandes desafíos de la política exterior argentina en esa nueva etapa.
- Vínculo con el Mercosur y relación con Brasil
- Crisis de Venezuela
- Desarrollo de las exportaciones argentinas
- Relación con Estados Unidos y China en medio de la disputa tecno-comercial
- La cuestión Malvinas y el potencial efecto del Brexit
El vínculo del Gobierno de Alberto Fernández con los socios del Mercosur comenzó con ciertos cortocircuitos, principalmente en las negociaciones comerciales externas. Argentina manifestó su descontento al considerar que se ha avanzado a un ritmo más acelerado de lo que permitían las condiciones de la Argentina. Además, se argumentó que el bloque, al buscar cerrar los acuerdos a toda costa, estaba quedándose sin ganancias palpables. En tal sentido se enmarcan los acuerdos con la EFTA y -principalmente- con la UE, sumados a las negociaciones de tratados de libre comercio con Corea del Sur, Canadá, India y Líbano.
Los vínculos políticos y comerciales con todos los países miembros del Mercosur resultan claves para la Argentina, aunque inevitablemente el foco está puesto en la relación bilateral con Brasil, el principal socio comercial de nuestro país. En ese vínculo ha habido poca sintonía fina entre Fernández y su par Jair Bolsonaro, con un trasfondo signado por dos visiones antagónicas en lo que a política exterior respecta. Bolsonaro se ha mostrado alineado a Donald Trump en casi todas sus decisiones de política exterior y ha buscado favorecer la apertura comercial con urgencia, estrategia a la que Fernández se ha mostrado reticente. Sin dudas, será un enorme desafío del gobierno argentino la gestión de este delicado vínculo. El impacto de potenciales altercados con Brasil podría agravar notablemente el escenario pospandemia, algo a priori manejable y evitable.
La delicada situación socioeconómica y política que enfrenta Venezuela desde hace años ha sido abordada de diversas formas por las últimas administraciones argentinas. En el caso particular de Alberto Fernández, se encuentra con una Venezuela que arrastra cierto desgaste en su crisis sociopolítica, la cual pareciera tener cuatro escenarios posibles a corto plazo: la continuidad del statu quo con Maduro en el poder sin elecciones, una transición democrática con convocatoria a elecciones transparentes, una transición oficialista con continuidad del oficialismo sin Maduro a la cabeza, o bien la intervención militar norteamericana, algo poco probable.
El desafío de Alberto Fernández pasará por su capacidad de liderar un consenso regional hacia una gestión pacífica y democrática de la crisis venezolana, logrando sostener su particular visión del tema, pero evitando que esta situación externa le genere desavenencias irreparables con socios estratégicos como Brasil o Estados Unidos. Asimismo, esto le presentaría la oportunidad de mostrarse como un líder conciliador en la región, lo cual podría generarle cierto capital político a nivel internacional, y podría ser bien percibido a nivel interno. Por el momento, la tercera posición de Fernández respecto a Venezuela se mantiene con muy pocos adherentes en la región, pero el Presidente buscará ampliar dicho campo.
La pandemia y las consecuentes políticas de confinamiento han impactado de forma nunca vista en la economía. El comercio, la producción, el transporte y el empleo, entre otras variables, muestran una contracción de magnitudes asombrosas. En este desafiante contexto, Argentina tendrá que salir a buscar mejores resultados en su intercambio de bienes y servicios con el mundo.
Mientras que, entre 2009 y 2019, las exportaciones de bienes en el mundo crecieron un 56%, las argentinas lo hicieron solo un 18%. Asimismo, en el caso argentino, por cada punto porcentual de crecimiento económico, las importaciones suelen aumentar aproximadamente 3,5%. Sin dudas, Argentina debe incrementar sus exportaciones, que no son más que el aceite que lubrica el motor del consumo y la inversión, la garantía de sostenibilidad del mercado interno y las cuentas públicas.
Por su parte, las exportaciones de servicios crecieron un 37% a nivel mundial en dicho período, mientras que Argentina las incrementó en un 33%. De todos modos, en lo relativo a la balanza de servicios, el dato preocupante es el déficit crónico. Es por esto que, si bien se espera que Argentina pierda menos dólares a partir de la reducción del turismo externo, el fortalecimiento de la capacidad exportadora del sector de los servicios basados en el conocimiento se presenta como estratégico. Dada la competitividad argentina en ese sector -capital humano, costo laboral, dominio del idioma inglés, etc.-, su apuntalamiento podría alimentar dos aspectos claves en el escenario post Covid-19: la generación de empleo registrado con ingresos de dólares genuinos.
Si Argentina se decide a evitar sus recurrentes ciclos de stop and go, se presenta como requisito sine qua non abandonar los atajos coyunturales -tales como el endeudamiento externo- para solucionar su crónica carencia de dólares. Será determinante incrementar las exportaciones a fin de recuperar la autonomía para la toma de decisiones y los márgenes para mejorar las condiciones de vida de los argentinos. Sin dudas, esto debe ir de la mano de reformas estructurales que ya son impostergables -principalmente laborales y fiscales- para ganar en competitividad.
Las derivaciones de la pandemia han hecho recrudecer las tensiones preexistentes entre EE.UU. y China, con riesgo de afectar seriamente la estabilidad global. América Latina ha quedado como el vértice más débil de un triángulo que tiene a los EE.UU. tratando de no perder su supremacía e influencia histórica en la región, mientras que China busca profundizar su cooperación económica en base a sus crecientes necesidades de materias primas y alimentos.
El choque entre China y EE.UU. ha tenido consecuencias concretas negativas para la región, particularmente para la Argentina. En primer lugar, de mantenerse el acuerdo comercial firmado entre ambas potencias en enero -Trump ha vuelto a poner en duda su continuidad-, está previsto que China redirija hacia EE.UU. una importante parte de sus compras latinoamericanas de bienes agrícolas, principalmente soja. Para colmo, con una tendencia hacia la baja de los precios internacionales de esos productos. A ello hay que sumar la incertidumbre financiera global, la cual afecta mayormente a los países emergentes fuertemente endeudados y con serias crisis domésticas, como es el caso paradigmático a nivel mundial de la Argentina.
Por otra parte, Argentina ha quedado en medio de la puja tecnológica entre China y los EE.UU. Para China, nuestro país es el más relevante en materia aeroespacial de Latinoamérica, debido a la base de exploración instalada en la provincia de Neuquén. A diferencia de lo que sucede en el plano comercial, en el campo tecnológico el conflicto entre ambas superpotencias va ciertamente camino a profundizarse. EE.UU. buscará continuar limitando la cooperación de Argentina y China en áreas tecnológicas sensibles como el 5G, con la negociación por la deuda externa como condicionante. Todo esto deriva en el gigantesco desafío de mantener el equilibrio en las relaciones con ambas potencias, fundamentales e irremplazables para Argentina.
El reclamo argentino de soberanía de las Islas Malvinas, Georgias del Sur, Sandwich del Sur y los espacios marítimos circundantes debe mantenerse, sin excepción ni interrupciones, como una política de Estado. A partir de esto, y en consecuencia con la Resolución 2065 de la ONU, las negociaciones bilaterales entre Argentina y Gran Bretaña no deberían cesar, reconociendo los intereses -y no así los deseos- de los isleños.
En este sentido, el gobierno de Fernández se está enfrentando a dos grandes desafíos. Por un lado, buscará dejar atrás la política de la administración anterior, con objeto de volver a colocar el reclamo por la soberanía de las Islas en primer plano, en cuanto a la relación bilateral con Gran Bretaña. En este sentido, el Gobierno anunció tres proyectos de ley en el día de la reafirmación de los derechos argentinos en las Islas, apuntando a la ampliación de la plataforma argentina para la exploración y explotación de hidrocarburos y minerales, mayores sanciones a la pesca ilegal y la creación de un consejo con la oposición, académicos y excombatientes que avance en políticas de estado, que ya fue bien recibido en el Senado Nacional.
Por otro lado, el 2020 presenta un desafío extra en la Cuestión Malvinas, ya que es el año de transición en la salida del Reino Unido de la UE, el denominado Brexit. Si bien no habría que pecar de optimismo, podría abrirse una pequeña rendija de ilusión para la Argentina por dos motivos: El hecho de que Inglaterra, muy factiblemente, se enfrentará al reclamo independentista de Escocia, como así también el Reino Unido perdería el respaldo -formalizado en el Tratado de Lisboa- de todos los países de la UE ante cualquier reclamo de soberanía.
Por Patricio Giusto y Guido Saab