La salida de Argentina de la mesa de negociación de acuerdos bilaterales del Mercosur puso de manifiesto la mala relación del Gobierno con Brasil, su principal socio comercial.
No queremos ser un obstáculo” fue el eufemismo que eligió el secretario de Relaciones Económicas Internacionales, Jorge Neme, para decirles a sus socios del Mercosur que Argentina había decidido retirarse de las negociaciones en marcha para establecer acuerdos de libre comercio con Corea del Sur, Canadá, India, Singapur y el Líbano.
“Nosotros tenemos una crisis previa y necesitamos de alguna manera ganar un espacio de tiempo nuevo antes de definir cuestiones tan importantes”, dijo Neme en su mensaje digital. La pandemia corrió el arco de cualquier planificación económica y el Gobierno entendió que no era momento para tomar decisiones apresuradas en ningún aspecto. Y en el medio se desconfiguraron las líneas generales que rigen el Mercado Común del Sur desde 1991.
La tensión no para de escalar desde entonces. En declaraciones radiales del lunes, Alberto Fernández subió la apuesta. "Si ellos quieren tirar por la borda el Mercosur, entonces que nos digan que no existe más. Porque si cada uno negocia lo que quiere, ¿para qué existé", dijo el presidente, dejando claro que el enfrentamiento es total.
Sin embargo, fuentes de la Cancillería explican que Argentina decidió retirarse de la mesa de negociación precisamente para preservar el Mercosur. Según la reconstrucción de los hechos, las presiones para avanzar eran tales que al gobierno le quedaban solo dos opciones: bloquear la negociación y forzar una ruptura; o ésta, que instaura un régimen diferenciado sobre el cual las negociaciones avanzan pero Argentina se declara prescindente. Según la definición del consultor en comercio internacional Marcelo Elizondo, esto se parece a un “acuerdo para el disenso”. E implica que en un futuro cercano se deberá adaptar la institucionalidad para convivir. Aunque, como advirtió el presidente, la ruptura tampoco se descartaLa noticia del viernes blanqueó la pésima relación que el gobierno de Alberto Fernández mantiene con el de su colega brasileño, Jair Bolsonaro, con roces que comenzaron aún antes del 10 de diciembre. Argentina venía demorando la voluntad manifiesta de Bolsonaro y su ministro de Economía, Paulo Guedes, de abrir el Mercosur casi ilimitadamente. En agosto de 2019, Guedes anunció que había iniciado negociaciones formales con Estados Unidos para firmar un tratado de libre comercio, un paso más en la florida amistad entre Trump y Bolsonaro. La amenaza se volvió real cuando en noviembre Brasil autorizó la compra de trigo norteamericano sin aranceles. Una muestra de la capacidad de daño sobre su histórico socio comercial, Argentina, que hasta entonces había cubierto el 83% de las importaciones anuales del cereal. El aperturismo de Guedes es tal que también inició conversaciones formales para firmar un tratado de comercio libre con China, lo cual le valió un reproche de la Casa Blanca.
Este lunes, la animosidad hacia el país recrudeció cuando Guedes puso a la Argentina como contraejemplo de sus proyectos para Brasil: “No seremos Argentina, no estamos en el camino de la desesperación”. Un mensaje con doble destinatario, ya que el ministro arrastra una interna con el ala militar del Gobierno, de inclinación más proteccionista. Y no son los únicos incómodos con la vocación aperturista de Guedes: el jueves, la Unión Industrial Argentina emitió un comunicado conjunto con la Confederación Nacional de la Industria de Brasil, mostrándose preocupados por el acuerdo de libre comercio con Corea del Sur. El prólogo perfecto para la declaración diplomática de la Argentina.
En el oficialismo admiten que la decisión de dar este paso sin precedentes en la historia del Mercosur está amortiguada por la debilidad del gobierno de Bolsonaro. La explosiva renuncia del popular ministro de Justicia, Sergio Moro, recalentó la severa crisis política que atraviesa Brasil. Bolsonaro no solo está enfrentado con la mayoría de los gobernadores de su país sino que también echó de su gabinete al ministro de Salud, Henrique Mandetta, quien lo duplicaba en imagen positiva. Los rumores sobre un eventual impeachment siguen brotando y hasta el expresidente Fernando Henrique Cardoso le recomendó a Bolsonaro "renunciar antes de ser renunciado".
Como sea, la pandemia radicalizó ambas agendas: Brasil aceleró sus planes de apertura y Argentina endureció su posición contra la liberalización del bloque. Como dijo Neme en su discurso, el coronavirus “generó condiciones nuevas en la escena internacional” que aconsejan “detener la marcha de esas negociaciones”.
Además de sus repercusiones en el frente interno (La Mesa de Enlace, la Cámara de Comercio y la oposición exigieron una revisión) y una manifiesta voluntad por relegar presencia internacional, la jugada del gobierno argentino tiene su flanco más débil en su efectiva capacidad para “proteger” a la industria nacional de la liberalización del comercio. “Argentina va a seguir teniendo acceso sin aranceles a los mercados de los socios comerciales pero ya no los va a tener con exclusividad”, dice Elizondo. Es decir que si Brasil, Paraguay y Uruguay consiguen firmar esos acuerdos y abrir sus mercados a productos coreanos, canadienses o europeos, Argentina deberá competir de igual a igual con ellos en su patio trasero. Precisamente lo que se intenta impedir con esta estrategia.
La conflictiva relación con Brasil, que ya tiene nuevo embajador en Argentina, ya insinuaba estos problemas. Ahora, simplemente, se aceleraron. En el momento menos indicado.