Ganar el Mundial es importante, claro que sí, pero incluso antes de la final del domingo ante Francia hay algo en lo que Argentina se puede considerar victoriosa: la evolución que se dio desde aquel Jorge Sampaoli de 2018 a este Lionel Scaloni de 2022 es notoria y notable. Y da esperanzas para ámbitos aún más importantes que el fútbol. Hay razones para creer que los argentinos son capaces de aprender de sus errores.
Scaloni fue ayudante y analista de rivales en aquel ciclo de Sampaoli que terminó de forma abrupta y tormentosa en Rusia 2018: jugadores peleados con el técnico, una selección desquiciada tácticamente y un ambiente por momentos irespirable que se engulló a Lionel Messi. A tal punto que el "10" se fue de Rusia anotando apenas un gol, una rareza para él. Solo en Sudáfrica 2010, con cero goles bajo el mando de Diego Maradona, le había ido peor.
En muchos aspectos, Sampaoli y Scaloni no podrían ser más diferentes.
Sampaoli amaba el primer plano, ser conocido y reconocido. Tanto, que antes de haber logrado nada con la selección argentina publicó un libro: "Mis latidos. Ideas sobre la cultura del juego".
Fueron 187 páginas, pocos meses antes de Rusia 2018, con algunas afirmaciones insólitas:
- "odio la planificación, si planifico, me pongo en el lugar de un oficinista"
- "yo no puedo leer un libro; veo dos hojas y ya me aburro"
- "escribo tres cosas en un papel y me cansé"
Sampaoli llegaba con el aura de muy exitoso en la selección de Chile y un paso por el Sevilla, pero su experiencia con la Argentina demostró que el gerente de Recursos Humanos de la AFA se equivocó, y mucho.
El mismo gerente de Recursos Humanos de la AFA que acertó, y mucho, dándole una oportunidad a un Scaloni sin experiencia para semejante puesto. Ese gerente no es otro que Claudio "Chiqui" Tapia.
En aquellos días, "La Nación" le preguntó a Tapia por el asunto.
– ¿No le cayó mal que Sampaoli haya publicado un libro antes del Mundial y no después? Un libro, además, donde dice que odia planificar, que no le gusta leer...que no le cae bien Alemania...
– Son situaciones particulares. En su vida personal o privada yo no me puedo meter. Sin duda que como presidente haré el análisis necesario y lo hablaré con él.
– Sucede que no es privado, porque él habla de la Selección...
– Sí, sí... de su corto tiempo en la selección. Mucho no tiene para hablar de la Selección, porque lleva apenas siete meses.
Cuatro años y medio más tarde, Sampaoli está nuevamente en el Sevilla y su entonces ayudante, en Doha, preparando la final del Mundial con un Messi que raya a niveles nunca antes vistos con la Selección.
Scaloni es lo opuesto a Sampaoli: perfil bajo y discurso medido. Pero es con esos dones que logró tranquilizar al equipo y dotarlo de alegría y confianza. Es sobre esa base que llegó el orden táctico y la fortuna que siempre necesitan un equipo ganador.
Diecisiete años como jugador en el primer nivel del fútbol europeo son el sustrato del Scaloni entrenador, al que en el Deportivo La Coruña recuerdan como hombre muy importante de finales de los '90 e inicios de los 2000.
"Un líder sobrevenido especialista en agarrar situaciones por la pechera y labrarse un prestigio donde no había ni cimientos. Así llegó a Galicia en el mercado de invierno de la temporada 1997-1998, a un Dépor que había entrado en barrena", destacó recientemente "La Voz de Galicia".
En el tiempo de Sampaoli en la Selección, la noticia era casi siempre el técnico. En el de Scaloni, casi siempre los jugadores. En los partidos de aquella selección se veía a un técnico por momentos irascible, que se movía impaciente en el banco, corría y gritaba, aunque paradójicamente eso no le sirviera para ejercer autoridad.
En los del equipo actual, lo que se ve es a un hombre que habla mucho con su ayudante, Pablo Aimar, e intenta no enloquecer a sus jugadores. Y que cuando se emociona -prácticamente en todos los partidos- intenta disimularlo, siempre con mejor suerte que Aimar.
"Este grupo ha logrado que el pueblo futbolero se interese en la Selección", destacó esta semana el comentarista Juan Pablo Varsky, apuntando a un tema clave: en los últimos tiempos muchos argentinos habían renunciado a soñar y disfrutar con la selección y se habían refugiado exclusivamente en sus clubes. Hoy, la camiseta celeste y blanca vuelve a ser un imán.
Que la selección de fútbol, un asunto de primer orden en el país, haya logrado dar ese salto implica dos cosas.
La primera, la felicidad de algo que sale bien en medio de tantas cosas que salen mal.
La segunda, más importante, la sensación de que si en algo que es vital para los argentinos se ha logrado el éxito a partir de la racionalidad y el orden, aunque sin perder la alegría, ¿por qué no pensar en que lo mismo se puede hacer en otros aspectos de la vida nacional, del día a día de los argentinos? Y esta vez, claramente, la responsabilidad no es de "Chiqui" Tapia.