Fundada por científicos, Inbioar creó un extracto vegetal que actúa como herbicida de contacto y busca reemplazar a los agroquímicos. Inversiones por US$ 4 millones y proyectos sin fronteras.
La tendencia indica que el costo de los agroquímicos para los commodities es cada vez más insostenible para los productores convencionales. La caída de ventas que experimentan las multinacionales del sector año tras año lo demuestra. Mientras tanto, quienes manejan sus cultivos con métodos orgánicos soportan mejor el costo de los bioquímicos, porque obtienen un precio diferencial para sus productos en los mercados internacionales. Y el mundo, no solo por el cuidado medioambiental sino también por cuestiones de salud y nutrición, demanda cada vez más alimentos de producción orgánica certificada.
La oportunidad que marca este cambio de paradigma les abrió una puerta enorme a los desarrolladores de biomoléculas y extractos naturales de plantas, que cumplen la misma función que los químicos de síntesis sin efectos secundarios adversos para el ambiente y el humano. Este es el caso de Gustavo Sosa, ingeniero forestal y doctor en Biología Molecular por la Universidad Nacional de Rosario, quien se dedicó, desde 2010, a estudiar plantas de diferentes regiones del país, tomar muestras in situ con la autorización de los entes de Flora y realizar ensayos de laboratorio para probar su hipótesis.
Amni visagna, la planta que encontraron en Santiago del Estero y de la cual sintetizaron un herbicida.
Es que, a la vera de las rutas y los caminos de lugares inhóspitos, secos y calurosos de la geografía argentina, hay especies que crecen y se multiplican con velocidad, sin la competencia de otras plantas de la zona. “Eso me hizo pensar que tienen un herbicida natural selectivo, un químico biológico que impide que otras especies prosperen donde ella lo hace”, recuerda el emprendedor. Para comprobarlo, Sosa desarrolló, junto a la biotecnóloga María Lucía Travaini, un método sistemático para buscar, evaluar y seleccionar extractos de plantas con actividad prometedora. Y así fue que, luego de dos años de colectar 2.400 muestras de 900 especies, realizaron un proceso de selección bioquímico y encontraron 27 extractos acuosos que son fitotóxicos para diferentes malezas. A partir de los mejores extractos, purificaron las moléculas activas, y cuando era posible presentaban una patente para proteger ese descubrimiento. Además del esfuerzo para purificar compuestos, descubrieron que los extractos de plantas muy activos funcionan muy bien como herbicidas: lo comprobaron con muy bajas concentraciones en granos y después en malezas. “En estos años, acumulamos una valiosa experiencia en investigación y transferencia de tecnología en el área de herbicidas biológicos. Eso nos permite ofrecer nuestros servicios a empresas locales y globales interesadas en la innovación y el desarrollo de nuevos productos para la protección de cultivos utilizando la flora silvestre de sus países o regiones”, argumenta el científico.
Sosa volvió a la Argentina en el 2000, después de haber trabajado dos años en Estados Unidos; ahí, aprendió sobre el venture capital y regresó con la idea de emprender proyectos de transferencia. Sabía que no eran tiempos fáciles para armar un proyecto global de estas características, pero tuvo “confianza y paciencia para ir paso a paso”. Desde ese momento, tuvo el mentoreo de Helmut Walter, un agrónomo con un doctorado en ciencias agrarias que trabajó por 25 años en BASF-AG como responsable del descubrimiento y desarrollo de nuevos herbicidas. Fue este experto alemán quien lo conectó con el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), con el que Sosa firmó un acuerdo y que le permitió a Travaini, que estaba haciendo su tesis de doctorado, viajar ahí a purificar dos compuestos. Luego de los estudios en invernadero y de verificar su potencia comparado con un producto comercial, presentaron una solicitud de patente para el extracto herbicida de Ammi visnaga (especie espontánea de Santiago del Estero) junto con el USDA, y la obtuvieron a fines del año pasado.
El fundador de la startup resume así cuál es el core business de Inbioar: “No vendemos un producto final al productor, desarrollamos compuestos naturales y extractos de plantas con propiedades específicas, que pueden ser formulados por laboratorios de gran escala tras el pago de un royalty”. Hoy, la empresa está compuesta por un equipo de solo tres profesionales y, aunque es un proyecto que se le ocurrió Sosa, él no se considera el líder. Lo acompañan Travaini, con quien hizo el Ph.D. en Biología Molecular en Rosario, e Ignacio García Labari, que está a punto de terminarlo. “Tenemos un galpón donde pusimos un contenedor de 12 metros cuadrados pero no tenemos oficinas: trabajamos a la par arriba de una mesa con las muestras y, en ese entorno, recibimos a socios y clientes”, explica Sosa.
Su principal tema de trabajo es la alelopatía, que significa utilizar los compuestos de las plantas como herbicidas biológicos. Inbioar nació en noviembre de 2010 y, desde el día cero, tuvieron clientes a los que les hicieron desarrollos puntuales. Por ejemplo, uno les pidió un herbicida para una determinada maleza, y el trabajo concreto fue poner a esa planta en el proceso de screening. Otro quería inhibir el maíz RR pero no la soja RR, porque, en la rotación entre ambos cultivos, crecía el maíz guacho, que también era resistente al herbicida, y encontraron 14 extractos que lograban frenar el grano pero no el poroto. “Está probado que el ácido clorogénico provoca esta reacción en una pero no en la otra”, puntualiza. Hay mucha data descripta ya en la literatura científica pero, tanto para el cliente como para su grupo, acceder a esa información implicó un arduo trabajo de investigación y pruebas. Y esos servicios tienen su precio.
“A veces el cliente no busca que le vendan un producto sino certificar que algo que ya existe en el mercado le sirve para su objetivo: buscan una respuesta, más que un producto en sí”, explican. Con la firma japonesa SumitAgro, hicieron un asesoramiento similar: les dijeron que compren quelina y vinagina y les funcionó. “Esas sí son patentes nuestras para su uso como herbicida y, aunque nosotros no comercializamos el preparado, le cobramos un fee al que formula el producto comercial”. En la década del 50, esas dos moléculas eran producidas por la industria farmacéutica para combatir el vitíligo (la falta de pigmentación en la piel), y ya existía una patente para uso medicinal, pero su empresa las registró como herbicida y, ahora, les pertenecen.
Para otra empresa, desarrollaron un extracto natural que permite que el trigo germine y no el ryegrass, que es una maleza invasora en los cultivos extensivos. “Ese descubrimiento fue muy importante porque no había nada en el mercado para combatirlo y los productores lo necesitaban”, acota Sosa. El Grupo Rosental, que hoy es socio del 50% de Investigaciones Biológicas en Agroquímicos Rosario SA, aportó US$ 300.000 para todas las investigaciones y desarrollos en marcha. Como inversores, Lisandro Rosental (35%) y Federico Ortega (15%) tienen la mitad de la compañía, y el otro 50% es propiedad de Sosa. Todo el dinero que ingresa se reinvierte en nuevos proyectos relacionados con los herbicidas biológicos orientados a cultivos orgánicos, que en el mediano plazo podrían esparcirse a los extensivos (soja, maíz, girasol, trigo). “Como científicos, el contacto con la industria puso nuestra cabeza a resolver problemas concretos y a no investigar temas inútiles o porque sí. Si nos ponen en el lugar correcto, podemos ser muy fructíferos. Por eso, trabajamos en desarrollar soluciones que tienen una demanda real a nivel productivo”, aclara Sosa. Desde que nació Inbioar, la empresa logró facturar US$ 350.000, una cifra similar a la aportada por el inversor del capital semilla, pero el 2017 fue un año muy movido y terminaron con $ 3,5 millones de ganancia. Para este 2018, esperan obtener US$ 1 millón de inversión y otros US$ 3 millones en 2019, montos que utilizarán para costear trabajos de campo en Paraguay, India y, en una segunda etapa, Estados Unidos, Colombia y Australia. “Hay un fondo local que está dispuesto a invertir esos montos para que continuemos las investigaciones. Todavía no podemos revelar cuál es por una cuestión de confidencialidad, pero estamos con el acuerdo casi cerrado para avanzar”, confía. Es que la número uno de ese fondo fue a un congreso de biología en Estados Unidos, con Inbioar debutando en su porfolio, y volvió muy entusiasmada por el interés que despertó la agtech rosarina.
Y, a juzgar por las estadísticas de producción y mercados de productos orgánicos a nivel global, y la posición de vanguardia que tiene Argentina en este sector desde hace años, las posibilidades de crecimiento del emprendimiento bio de Sosa son ilimitadas. El camino es largo pero el cambio de tendencia a nivel global tiene varias décadas de desarrollo ininterrumpido, así como ocurre con las energías alternativas. Y su empresa tiene algo muy a su favor: vanguardia comprobada.