En 2001, en medio de la crisis que sacudió al país, Lucio Gamero -abogado de profesión- se tomó unos días de descanso en Puerto Madryn. En el Golfo San José conoció a unos hombres que iban a pescar de una manera muy artesanal: descendían algunos metros con una manguera de compresor de bicicleta desde un bote. Al verlos, los bautizó como “los artesanos del mar”. Volvió del viaje no solo con la anécdota de haber descansado unos días en el sur del país, sino con una idea de negocio.
“Me maravilló todo lo que pasaba allí: el mar azul, la playa y sus productos (como almejas, mejillones). Compré pimentón y frascos, y les pedí que me prepararan cosas para compartir con mis amigos”, rememora Gamero, que hasta compró una impresora para hacer las etiquetas. Ese fue el puntapié de la marca Artesanos del Mar. Con el tiempo, el producto tuvo buena aceptación en el mercado (vendían incluso los langostinos a restaurantes de sushi y hoteles) y ayudó a los pescadores con la compra de lanchas y equipos de buceo.
“Era en parte una ayuda social que me hacía bien”, recuerda. Pero la llegada de una marea roja terminó con el sueño. Y decidieron apostar por la centolla en Caleta Paula, Santa Cruz: compraron un barco pequeño y jaulas para la pesca del “tesoro” del mar argentino. “Durante dos años perdimos plata; hasta que una buena temporada de centolla nos permitió recuperar la inversión. El sueño era muy caro y decidimos retirarnos”, relata.
Pero de toda esta historia soñadora de Gamero quedó la marca. En 2010, tras detectar el bajo consumo per cápita de pescado y la poca cantidad de pescaderías que había, decidió volver a incursionar en el negocio. “Lo encaramos de otra forma: buscamos imponer pescado de altísima calidad, congelado a bordo y con venta a domicilio”, cuenta el empresario, que destaca también que en el mercado había una tendencia al incremento de consumo de productos congelados.
Así, el modelo de negocio no estaba focalizado en la producción primaria, sino en la comercialización. Con una inversión inicial baja, compró dos camionetas y alquiló un depósito en la zona sur del Gran Buenos Aires.
Con el tiempo, se sumaron al negocio Sergio Tassone (socio y gerente administrativo) y sus hijos Francisco (socio y CEO) y Gonzalo Gamero (gerente comercial). “Se empezó a construir una relación de confianza con los clientes, una escucha activa de lo que esperaban del producto”, rememora Tassone.
La apertura del primer local
En abril de 2014, abrió el primer local de Artesanos del Mar en Beccar con una inversión de US$ 10.000, donde no solo vendían congelados sino también pescado fresco. “Hay una logística diaria muy compleja para el manejo del pescado fresco de altísima calidad. El pescado que se consume en todos lados sale del mismo mar, la diferencia está en el proceso que se le da al producto una vez que sale del agua y llega al consumidor final”, asegura.
En Argentina, el consumo per cápita de pescado ronda entre 7,5 y 9 kilos por año. En el mundo, en tanto, se estima en 20 kilos. “Esto se explica por varias razones, pero una de las más importantes es el desconocimiento a la hora de comerlo: cómo prepararlo, qué pescado elegir… Por eso la estrategia es buscar que los locales sean un lugar de asesoramiento”, refuerza Tassone. Por su parte, Francisco añade: “Hay diversas categorías dentro del pescado fresco, como gatuzo, pez palo, pez limón, brótola, mero, abadejo, que se pescan muy cerca de Buenos Aires y no están tan desarrolladas en el consumidor”.
Para el emprendedor, entrar a un local de Artesanos del Mar es entrar “a un showroom”. “El diferencial es que a la oferta de congelados sumamos pescado fresco seleccionado y envasado por nosotros”, cuenta el emprendedor. En los locales también ofrece productos semielaborados de fácil cocción. Por ejemplo, rolls de merluza en masa filo, canastitas de camarón y wok de salmón, entre otras.
Poner primera
Artesanos del Mar cuenta con 12 locales en Capital Federal y Buenos Aires (con fuerte presencia en Zona Norte), una planta de producción en Martínez y servicio de entrega a domicilio. En 2020, lanzó además su oferta de franquicias (la mitad de los locales están en manos de franquiciados) y aspira a poder crecer en ese modelo. Hoy, abrir una franquicia de Artesanos del Mar demanda una inversión de US$ 23.000, con un canon de US$ 5.000, y un retorno de inversión en torno a los 18 y 24 meses. “Queremos cerrar 2024 con 20 sucursales”, destaca Gamero.
En 2022, desde la compañía estiman que alcanzarán una facturación de US$ 2,6 millones. “Es un resultado muy alentador porque se abrieron nuevos negocios. A principios de año proyectábamos ventas por US$ 1,6 millones y la estamos superando”, destaca Tassone, que añade: “Lo que invertimos sale de nuestro negocio, así que estamos buscando nuevas oportunidades”.
Además, Gonzalo explica que buscan llegar al consumidor vía retailers: “Estamos con nuestros productos en markets y proveedurías de barrios cerrados, que nos pidieron tener un Artesanos del Mar Point. Pero queremos expandirlo a grandes cadenas de supermercados para llevar una selección de nuestros productos”. Otro de los proyectos para 2023 es llegar con los productos al exterior. “Queremos dar pasos cortos pero firmes: vamos a probar exportaciones en el Mercosur y, en base a esa experiencia, iremos alejándonos en el mapa”, adelanta Gamero.