Marcelo Belmonte: "La industria vitivinícola tiene que adaptarse a las nuevas condiciones"
Florencia Radici Forbes Staff
Florencia Radici Forbes Staff
Ingeniero agrónomo por la Universidad Nacional de Cuyo, Marcelo Belmonte viene de una familia ligada al agro y a la medicina y la ciencia. Creció caminando entre los viñedos, por lo que su destino profesional no sorprende. Lo impulsó cuando ganó la beca Fulbright-YPF y la UC Davis, y se enfocó en el impacto del manejo de viñedos. Volvió a la Argentina y hace casi 19 años que trabaja para Grupo Peñaflor: es su director de Viticultura y Enología.
Grupo Peñaflor está dentro del top 10 de productores de vino a nivel mundial, es el primer exportador de vino embotellado de Argentina (a más de 95 países) y el principal elaborador de malbec en el mundo. Trabaja con más de 700 productores de uva independientes, tiene 2.900 empleados, 3.200 hectáreas productivas propias, 12 instalaciones productivas y presencia en seis provincias vitivinícolas argentinas. Es pionera por cultivar fuera de las zonas más tradicionales, como el sur y la provincia de Buenos Aires. El objetivo: convertirse en la quinta bodega del mundo.
“Todo el proceso productivo está centrado en cómo podemos darle al consumidor mejores vinos y en el mejor nivel de precios”, asegura Bel - monte, quien también está inmerso en un proyecto de tres años para cuantificar, a través de parámetros analíticos, la calidad de los más de 160 millones de kilos de uvas propias que elabora Peñaflor por año. “Es un trabajo que hacemos con el INTA junto a nuestro equipo de I+D para Malbec de diferentes regiones”, precisa.
Y añade: “Estamos trabajando también en microbiología, porque el vino es una bebida natural, está hecho de levaduras y bacterias. Históricamente, la vid se desarrolló en lugares más rústicos; los mejores suelos y climas iban para la producción de cereales. Así que también estamos estudiando la fisiología de la vid. Es un proceso que nunca termina”.
De norte a sur, arrancamos por Valles Calchaquíes: ahí tenemos nuestra bodega emblemática, El Esteco, con base en Cafayate, y tenemos otra bodega en Catamarca. Son valles únicos con perfiles de vino que no podés reproducir en otras partes de Argentina. La bodega icónica del grupo es El Esteco, destinada a vinos de alta gama, con 700 hectáreas entre los 1.700 y 2.000 metros sobre el nivel del mar. Son condiciones muy típicas para el malbec y el torrontés.
No vas a encontrar mejor torrontés riojano que en los Valles Calchaquíes. Es, además, una variedad propia de las Américas, es su ambiente natural. Surge cuando se cruzaron de forma espontánea el moscato de Alejandría y la criolla chica que trajeron los españoles. Hay, de hecho, una tendencia de poner en valor las variedades “olvidadas” o que se pensaba que no podían producir vinos finos de alta calidad, como la criolla, la bonarda o el torrontés
En San Juan tenemos Finca Las Moras, una bodega joven e innovadora que desafía el statu quo de la industria, piensa más en el consumidor y no desde el conocimiento técnico. Pensamos los vinos de forma más descontracturada. Trabajamos los distintos valles: el del Tulum, el de Calingasta y el del Pedernal –soy un fanático de este, es uno de los valles icónicos de Argentina, tal vez no es tan conocido pero va a dar que hablar–.
Tenemos Bodegas Trapiche, Navarro Correas, Bodega Santa Ana, Bodega Suter y otras elaboradoras. Trapiche es nuestra bodega insignia que, si bien está en Maipú, excede a Mendoza. Es nuestra bodega “exploradora”: con ella fuimos a Costa y Pampa, en Chapadmalal, cumple 140 años y es la primera bodega para producir vinos oceánicos. Toda la industria está asentada en el oeste argentino, que es más bien desértico, pero tenemos una costa muy amplia y todavía muy poco explorada.
Tenés que volver a las bases del conocimiento, ver el clima, estudiar los suelos, ver qué tipo de variedades se puede llegar a adaptar. En Costa y Pampa son variedades fundamentalmente blancas de ciclos cortos y pinot noir. Se hace un estudio de homoclima, que mira las zonas climáticas del mundo. Obviamente nunca es 100% igual, pero eso es lo divertido. En este caso, los parámetros daban similares a Nueva Zelanda. Estamos teniendo unos perfiles de vino que son muy buenos, menos alcohólicos que el oeste argentino.
Hace unos tres años, Grupo Peñaflor compró una bodega en San Patricio del Chañar. La industria va a ir migrando mu - cho hacia la Patagonia, por distintos motivos.
Todavía hay muchas zonas por explorar en Argentina. Probablemente el mayor desafío es la calidad de in - formación meteorológica, que es el primer paso para analizar el potencial de una zona vitivinícola y qué perfil de vino uno puede llegar a producir. Tenemos una Costa Atlántica muy extensa, una Patagonia muy diversa. Se encuentran cosas más interesantes cuando uno empuja a la vid a estas situaciones más límites.
Hay zonas, como las sierras de San Luis y Córdoba, y toda la parte de la Mesopotamia, con un sector donde no es factible el cultivo de la vid por las altas temperaturas, la humedad relativa y las precipitaciones. La vid es de una zona de clima continental y con lluvias más bien invernales. Pero, en el caso de la provincia de Buenos Aires, desde Chapadmalal hacia abajo las temperaturas empiezan a ser más frescas y, si bien hay precipitaciones durante la primavera y el verano, el viento hace que sea factible el cultivo de la vid porque rápidamente las seca. Es un proceso muy interesante de prueba y error.
Desde el punto de vista productivo, es un año con mucho desafío, consecuencia de las heladas que tuvimos hasta fines de octubre y principios de noviembre. Fue un frente de frío polar que produjo daños productivos en toda la Argentina, así que estamos esperando una cosecha en volumen más corta. Argentina viene teniendo cosechas cortas en los últimos años: las producciones promedio que venían alrededor de 24 millones de quintales ya están tocando 21 millones de quintales. Es por distintos motivos: venimos con una serie de más de 10 años de sequías y de falta de suficientes nevadas en Cordillera; esto en zonas de regadío, donde dependemos del agua de nuestros ríos y de la descarga de los acuíferos de agua subterránea que ocurre en la alta montaña.
Ya no es una palabra de moda, sino que no hay duda de que hay un cambio climático en cuanto al aumento de las temperaturas promedio o precipitaciones por debajo de los promedios. Es algo que llegó para quedarse y la industria va a tener que adaptarse con un manejo cada vez más sustentable desde el punto de vista ambiental. Desde el punto de vista del consumo, Argentina tuvo en el último año una caída de exportación, por diversas causas, como la inflación tanto local como mundial.
La porción de Argentina en el comercio mundial de vinos es realmente pequeña, estamos en 2,5% a 3%, por lo tanto tenemos posibilidad de seguir creciendo. Tenemos desafíos logísticos, porque Argentina es un país que está lejos por su ubicación geográfica, por lo tanto los costos logísticos tienen un impacto importante. Hay que trabajar en los costos tanto internos como de exportación, que por la pandemia se encarecieron aún más. Además, el costo logístico interno es probablemente uno de los más altos del mundo y casi equivalente al costo logístico desde los puertos de Argentina hasta los puertos internacionales.
Es que, frente a competidores como Chile, Argentina ya entra en condiciones de desventaja. Puede dejarte afuera de un potencial crecimiento en ciertos mercados, como China. Otro punto es la promoción internacional, porque, si bien los vinos argentinos son muy reconocidos en su nivel de calidad, falta una marca país fuerte para que los mercados de consumo sepan qué es Argentina. Esta es una actividad que requiere mucha estabilidad macroeconómica; es muy a largo plazo y de capital intensiva, porque un viñedo tarda cuatro años en entrar en producción, y un vino de alta gama toma más de 30 meses hasta que está en condiciones de ser liberado al mercado.
En el segmento entre los US$ 10 y los US$ 15 Argentina es muy competitiva porque somos capaces de dar gran valor a un nivel de precio muy competitivo. Hay mucho valor en ese segmento de vinos para la Argentina. En vinos de menor nivel de precio, son segmentos que requieren un alto nivel de inversión y de productividad, no solo de kilos por hectárea en viñedo sino en toda la cadena de abastecimiento. Es muy difícil competir en ese segmento con Chile o España. Necesitamos una competitividad genuina, no asociada al tipo de cambio. Esta es una industria con mucha atomización y muy competitiva.
Estados Unidos tiene un mercado de vinos algo más concentrado con un mayor nivel de impacto en madera, vinos más redondos con entradas dulces, muy distinto al perfil de vinos de un europeo que busca vinos más frescos, con una madera mucho más integrada, más buscando la fruta, la acidez. En general, el consumidor va a vinos más fáciles de tomar, con menores niveles de alcohol, buscando la expresión en fruta y la madera integrada por detrás.
El malbec tiene una gran ventaja: es una variedad redonda, bastante sensual, fácil de tomar. Por eso ha tenido tanto éxito en el mundo. Hay perfiles con más complejidad, claro, pero el malbec de segmentos intermedios es muy atractivo para el consumidor.
Las variedades que traccionan el consumo son el malbec, el cabernet sauvignon, el chardonnay y el sauvignon blanc. No solo en la Argentina, sino en el mundo. Después, hay un consumidor más curioso y ahí empiezan a aparecer los pinot noir, los cabernet franc, los garnacha, la criolla, el torrontés riojano moderno. También ponemos en valor el encepado, el semillón, los vinos naranjos. Hay una tendencia a producir vinos más frescos adelantando un poco la cosecha, buscando mejor acidez y menor nivel de alcohol. Hay un repensar permanente en la industria