La nota que iba a cambiarle la vida a Manuel Ron se titulaba así: “Ponga un choclo en su tanque”. Escrita por el periodista Héctor Huergo, hablaba de la industria del bioetanol y de su enorme potencial para sustituir a los combustibles derivados del petróleo, con dos consecuencias ventajosas: dejar de depender del precio del barril de petróleo y descarbonizar la movilidad (cada litro de nafta que se sustituye con bioetanol, un alcohol a base de materia vegetal como caña de azúcar o maíz, reduce las emisiones de gases de efecto invernadero en un 75%).
Por entonces, Ron, de 35 años, llevaba una década vendiendo insumos agropecuarios en Río Cuarto. Después de recibirse de ingeniero agrónomo, había cambiado Buenos Aires por esta ciudad cordobesa de 200.000 habitantes, rodeada de sierras, conocida por su producción agropecuaria y por su universidad homónima. En todo ese tiempo, jamás había abandonado su idea de emprender en un proyecto que le agregara valor al campo.
Todavía con el diario en la mano, Ron sintió estar en el lugar justo en el momento indicado: con unos 30 millones de toneladas anuales, Córdoba era la principal productora de maíz de la Argentina, y la ley nacional de biocombustibles estaba por ser sancionada. “Solo me quedaba la tesis para terminar mi MBA y decidí hacerla sobre el bioetanol. Ahí me di cuenta de que era ideal para desarrollar en nuestro país y en Córdoba en particular. Así empieza la historia de Bio4”, resume.
Ron leyó la nota periodística/profética en 2005, Bio4 comenzó sus operaciones en agosto de 2012. ¿Qué hizo en el interín? Cualquier cosa menos quedarse quieto. Para empezar, necesitaba inversores que le confiaran varios millones de dólares. El paso lógico fue acudir a sus clientes, la mayoría empresas familiares. Conseguir las reuniones no era complejo, lo (casi) imposible era persuadirlos de asociarse. “Toqué más de un centenar de puertas. Tres de cada cuatro me dijeron que no. El gran desafío era lograr que financiaran un negocio que no iban a gerenciar ellos, algo inaudito para la gente de campo. Romper el individualismo era algo tabú”, explica.
Así y todo, convenció a 27. Uno de los primeros fue el ingeniero mecánico Marcelo Otero, hoy vicepresidente de Bio4, que estuvo a cargo de la construcción de la que fue la primera planta de bioetanol de la Argentina. Sobre su socio, dice: “Ideas hay muchas, pero hay que saber ejecutarlas y liderarlas. Manuel demostró una capacidad enorme para armar los equipos y transmitir su visión. Sabíamos que se abría un mundo nuevo, aunque quizás no entendíamos del todo el alcance que iba a tener”.
Esa motivación fue crucial para encarar un proyecto que podía tener todos los checks en el estudio de prefactibilidad más exigente pero, aun así, no había fórmula ni ecuación que garantizara el éxito en un mercado absolutamente regulado por el Estado, donde un congelamiento de precios puede ser letal, “con costos que pueden ir por el ascensor e ingresos que van por la escalera”. El impacto se sintió desde el minuto cero: entre 2007 y 2010, el proyecto estuvo en stand by justamente porque, aunque la ley de biocombustibles 26.093 se había sancionado en 2006, pasaron cuatro años hasta que se estableció el porcentaje de corte obligatorio de etanol en la nafta. “Recuerdo la incertidumbre, frustración, angustia. Teníamos un pequeño equipo freelance (o sea, sueldos que pagar todos los meses) y habíamos comprado un terreno de 23 hectáreas sobre un gasoducto pero, así y todo, casi llegamos a cajonear el proyecto”, admite Ron.
Supieron capitalizar ese tiempo “muerto”. Viajes de investigación a plantas de bioetanol en Estados Unidos, Italia e India les permitieron conocer a fondo la industria y la tecnología, al punto de que, cuando por fin se destrabó la regulatoria, construyeron la planta en tiempo récord: 18 meses. La hazaña no estuvo exenta de riesgo: la inversión inicial ascendió a US$ 35 millones, cifra muy por encima de los cálculos. Hubo que pedir crédito y muchos socios garantizaron las deudas con su patrimonio. Ron, que había arrancado con el 50% de la empresa, para 2010 era dueño del 5%, ya que solo así pudo asumir los costos de ponerla en marcha. Esos US$ 35 millones se recuperaron en cinco años, y hoy Bio4 factura unos US$ 100 millones anuales, lleva invertidos un total de US$ 60 millones, acaba de ampliar su producción un 20% en septiembre pasado, y anunció otro aumento a futuro de casi un 40%. Además, con Acabio, en Villa María, y Pro Maíz, en Alejandro Roca, la empresa es artífice de que la provincia de Córdoba genere el 6% de la nafta de Argentina sin tener ni un solo pozo de petróleo.
NEGOCIOS VIRTUOSOS
Esta historia es singular porque Bio4 es apenas el primer capítulo de una saga de innovaciones y aciertos que sigue sumando hitos. En la actualidad, Ron lidera un ecosistema de empresas que conforman el proyecto de agroindustria integrada de economía circular a gran escala más importante de la Argentina –y una compañía de bioenergía modelo a nivel global–. Es que un mismo grano de maíz que ingresa a la planta de Río Cuarto no solo produce bioetanol: también se convierte en energía eléctrica, energía térmica y fertilizante orgánico. “Para nosotros, todo lo que supuestamente es un pasivo ambiental implica un activo energético. Es como si dijéramos: '¿Con qué contaminás? Dánoslo, que nos sirve'”, grafica Otero.
Este modelo de economía circular es la obsesión de Ron y equipo. Ya en 2013 viajaron a Alemania a estudiar el sistema de biogás a partir de maíz. “Estábamos todavía en la curva de aprendizaje del bioetanol, pero allá fuimos. El plan original era armar una especie de franquicia, con muchas plantas que generaran energía distribuida en toda Argentina. El negocio no anduvo porque no había un marco regulatorio propicio. Eso se dio recién en 2016, con el Plan Renovar, pero con una tarifa más baja de lo que pretendía el mercado. Tuvimos que pivotar para obtener biogás a partir de una materia prima más barata: la vinaza que surge como subproducto de la producción de bioetanol”, detalla Ron.
Esa reingeniería para matchear bioetanol y biogás, utilizando el subproducto de una planta como producto de la otra y reduciendo las emisiones de CO2 de la planta de bioetanol en el proceso, dio como resultado una nueva empresa, Bioeléctrica, que funciona con una tecnología única en el mundo, patentada y lista para exportar. “En 2007 hicimos el primer viaje a Estados Unidos para comprar tecnología. Este año volvimos, pero para venderla: hacer bioetanol con baja huella de carbono es algo que los norteamericanos están buscando más que nunca, solo así pueden venderlo a los mercados más exigentes”, indica Ron.
El tratamiento de la vinaza para biogás, a su vez, genera otro subproducto, la burlanda, que transforman en un alimento de alto contenido proteico para el ganado. Este nuevo spin off se llama Bio5 y todavía hay otra vuelta de tuerca, porque el estiércol de los novillos que comen en Bio5 va a un digestor que, en lugar de liberar metano a la atmósfera, lo transforma en biogás para generar energía eléctrica renovable. Si el lector creía que, por fin, el circuito terminaba acá, se equivoca: sucede que los residuos sólidos y líquidos obtenidos luego de la extracción del biogás en el digestor se mezclan para producir un biofertilizante que se aplica, como no podía ser de otra manera, en los campos de maíz.
“No llegamos todavía a la descarbonización cero. Hay algunas corrientes de CO2 que salen de nuestra planta de bioetanol que tenemos que ver cómo aprovechar. La producción de algas comestibles para los novillos es una de las cosas que están en nuestro pipeline de innovación”, se entusiasma Ron, y agrega: “La descarbonización es un proceso que te ceba. El tema es encontrarles la monetización a esos beneficios ambientales. De ahí surgió Carbon Neutral+”. Se refiere al más reciente proyecto de su portfolio, el primero de base tecnológica digital: una climate tech enfocada en acompañar a otras empresas a medir, reducir y compensar su huella de carbono.
La idea surgió durante un viaje que realizó en 2018 a Silicon Valley junto a 35 empleados. “En Carbon, donde el promedio de edad es de 28 años, trabajamos muy diferente a como lo hacemos en nuestras compañías anteriores, pero la integración entre la cultura más tradicional y el espíritu joven es muy ventajosa. Es una especie de venture startup, con gran agilidad, pero, a la hora de tomar decisiones, tenemos una experiencia enorme a disposición, lo cual te evita muchas marchas y contramarchas”. Lanzada en plena pandemia, y con clientes como Nissan y Supervielle, ya comercializó más de 6.200 bonos de carbono (por ende, compensó la misma cifra de toneladas de CO2). Además, acaba de certificar como Empresa B, el prestigioso sello global que reconoce a las empresas de triple impacto (es decir, que generan valor económico, social y ambiental).
A Ron le cuesta expresarlo a viva voz, aunque no por falta de convicción; simplemente sabe que puede resultar chocante. Sin embargo, lo reconoce y lo celebra: “Todo lo que hacemos surge a partir de la crisis climática. La fusión de economía circular, innovación agroindustrial y beneficio ambiental es un propósito que nos convoca. Estamos muy orgullosos de ser parte de un segmento muy específico del sistema productivo que está contribuyendo a combatir el cambio climático”.
En cuanto al impacto social, dice que es la fuente de su mayor satisfacción: “Hoy, al frente de cada unidad de negocio tenemos a personas que nos acompañan casi desde el inicio, con un promedio de edad de 40 años y un potencial enorme. Muchas estudiaron en la Universidad Nacional de Río Cuarto y pudieron quedarse acá, sin tener que elegir entre carrera y calidad de vida. También hay riocuartenses que repatriamos de otros puntos del país. Son más de 200 empleados talentosos y embalados que, además, gracias a nuestros procesos continuos de I+D, ganaron un conocimiento para toda la vida, donde sea que estén el día de mañana”.
- ¿Qué significó para ustedes certificar como Empresa B?
- Nos llevó un año y medio y estamos en camino de seguir certificando a todas nuestras empresas, pero lleva tiempo. Ya sentíamos que éramos una empresa de triple impacto y es ahí a donde sabemos que tenemos que ir si queremos seguir creciendo como marca empleadora.
- ¿Cuáles son las proyecciones para Carbon Neutral+?
- Apuntamos a generar mucho empleo calificado y tracción: las estimaciones dicen que el mercado global de neutralización de huella de carbono va a crecer 40 veces para el 2050. Además, al atacar un problema global, vemos una expansión sin fronteras, aunque habrá que ver si es con compañía propia o vendiendo la licencia para usar nuestra plataforma. Por lo pronto, ya estamos planeando el desembarco en España y Eslovenia. En Argentina, todavía hay más runrun que negocios, diría que menos del 5% de las empresas miden sus emisiones, y ni hablar de compensar. A futuro, la contabilidad del carbono será tan normal como la contabilidad económica. Hoy no es así: casi nadie sabe cómo medir. Por eso estamos en un momento early del mercado que requiere muchas horas de docencia.
- ¿Los políticos argentinos entienden la gravedad de la crisis ambiental?
- Son pocos los empresarios que están conectados con este tema, así que imaginate los políticos. Por supuesto, el tema es políticamente correcto. Excepto algunos fundamentalistas, todos son conscientes del calentamiento global y la necesidad de acotar emisiones. Desde el Gobierno nacional hay mucho desconocimiento, no saben bien qué hacer con el tema. Pero, para la Argentina, es una oportunidad única. La pregunta es: ¿cuántas oportunidades se nos han ido ya?
- ¿Cuál es esa “oportunidad única”?
- Somos una pantalla fotosintética: por la cantidad de hectáreas de monte y bosque que tenemos, podemos capturar muchísimo carbono. Entonces, quienes desarrollen proyectos de captura certificados podrán vender bonos a empresas o países que los están demandando para compensar sus emisiones. Argentina podría posicionarse como mitigadora de la crisis climática si se lo propusiera, pero requiere intención y políticas articuladas. Solo así un productor de Chaco accederá al conocimiento y al empujón inicial para que diga: “Voy a clausurar este campo, no voy a deforestar porque la actividad ambiental me va a proveer un beneficio que además es un beneficio ecosistémico”. Eso no surge por ir a declamarlo a las Naciones Unidas, sino por un buen proyecto que esté homologado y que le dé un ingreso real al productor.
- ¿Qué reflexiones hacés después de una década produciendo bioetanol en Argentina?
- Con otra realidad, seguramente nuestro crecimiento podría haber sido mucho más vertiginoso, podríamos tener tres o cuatro plantas de bioetanol y también más plantas de biogás, con toda la generación de empleo que eso conlleva. Para graficar: en 2014, había en Argentina cinco plantas de bioetanol; en Brasil, solo dos. Hoy ellos tienen 17, ¡y nosotros seguimos siendo cinco! Y no es una cuestión de competitividad, lo que pasa es que acá las reglas del juego han cambiado seis veces y eso es muy grave, es la razón básica por la cual se ahuyenta a las inversiones. Y perdemos todos, porque, por ejemplo, la Argentina lleva importados este año US$ 800 millones de nafta que podrían haber sido reemplazados por bioetanol. Lo positivo es que las empresas petroleras son conscientes de que tienen que descarbonizar y hoy convalidan mayores cortes (N. de la R.: el Estado, por ley, define qué porcentaje de la composición de la nafta será bioetanol; cuando Bio4 arrancó, el corte era del 5%, ahora es del 12%. En Brasil, es 27,5%.)
- Seguís creyendo que, a pesar de todo, se puede.
- Soy súper optimista. En algún momento, Argentina va a salir adelante, habrá inversiones, crédito y posibilidades de proyectar a largo plazo. Los que queremos vivir y hacer negocios acá, porque amamos a nuestro país, estamos pensando siempre en eso: en tener la tabla de surf a punto cuando venga la ola. De todos modos, siempre hay que estar preparados para el cambio de las reglas de juego. Pensar en un marco idílico en Argentina no es una opción.