Maní, miel y dos frutas que ayudan a sobrevivir a las economías regionales
Lucila Lopardo Forbes Staff
Lucila Lopardo Forbes Staff
La resiliencia es la capacidad que tiene el hombre o un equipo de trabajo de recomponerse más allá de la adversidad. Se trata de una de las cualidades más valoradas hoy en el mundo del management y renombradas como requisitos por los reclutadores. Sin embargo, también se trata de un valor que, desde hace años, los productores y principales referentes de las economías regionales argentinas llevan adelante.
Las economías regionales surgen provincia por provincia, y titular por titular, como uno de los sectores más golpeados del sector agropecuario. Uno de los informes que plantea, mes a mes, el estado de situación de las economías regionales es el que publica la Confederación Intercooperativa Agropecuaria (Coninagro). En 2018, el sector cerró su cuarto trimestre con una caída del 3,4% versus el mismo período del año anterior. Además, desde la Confederación, resaltan que el 2018 fue el peor año en términos de actividad económica. “El cuarto trimestre del 2018 fue el peor en términos de actividad económica con la caída más fuerte, de un 6.3% interanual”, reza el informe.
¿Las causas? Los golpes de la macro y los del clima. A pesar de la devaluación, los productores aseguran que su efecto no es suficiente para acompañar los aumentos de los costos. Por otro lado, la sequía jugó una mala pasada que se elevó desde el balance del pequeño productor hasta las cuentas nacionales.
Ante este panorama, en su informe de abril, Coninagro informó que, en nueve de las 19 economías regionales que analiza mensualmente, la suba de costos acumulada en los últimos doce meses fue superior al aumento de los precios. Solo por nombrar un caso, el pasado 27 de mayo el Senado aprobó la emergencia económica para la producción citrícola que alcanza a las provincias de Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Jujuy y Salta y emplea de manera directa e indirecta a 100.000 personas en todo el país.
Pero, más allá de los vaivenes de la coyuntura y los golpes climáticos, hay sectores que prevalecen en el mediano y largo plazo, o bien empezaron a exportar en medio de la crisis y se posicionan en los mercados internacionales entre los mejores del mundo.
La Argentina es el primer exportador a nivel mundial de maní con valor agregado (es decir, sin cáscara o, como se conoce al proceso de separación, “blancheado”). Si bien la Argentina es el noveno productor global, el bajo consumo interno ?200 gramos per cápita al año versus cuatro kilos que se consumen en China o Estados Unidos? hace que se pueda exportar el 95% de su producción desde la provincia de Córdoba con la Unión Europea como mercado principal, al que llega un 60% de la producción.
En promedio, la exportación se ubica en torno a las 600.000 toneladas y genera ingresos cercanos a los US$ 1.000 millones. Desde la Cámara Argentina del Maní destacan que, en total, en 2019 se exportarán 534.200 toneladas, 140.000 más que en la campaña 2017/2018, que no se vio exenta de las inclemencias climáticas.
En total, el cluster manisero está compuesto por alrededor de 25 empresas entre las cuales las grandes abarcan el 50% de las exportaciones; las medianas, el 39%; y las pequeñas, un 11%. “Lo importante es destacar que toda esta organización vino desde el sector privado; del sector público, lo único que tenemos son impuestos”, dispara Ricardo Díaz, ingeniero agrónomo y presidente de la Fundación Maní Argentino, un espacio fundado en 2001 por iniciativa del centro de ingeniería agrónoma de General Cabrera. “Hoy, más de 80 ingenieros asociados trabajan en maní, en coordinación con la Cámara Argentina de Maní, que nuclea a los seleccionadores y exportadores”, apunta.
La fundación tiene como objetivo identificar problemas, proponer proyectos de investigación y financiarlos. Además, es la encargada de coordinar las relaciones del cluster con el INTA, el CONICET y los gobiernos. La fundación depende del aporte de los miembros de la cadena que, según explica Díaz, están integrados de manera vertical. “El 70% de la siembra está directa o indirectamente relacionada. Los seleccionadores son los mismos que exportan, y eso permite la difusión de nuevas técnicas desde la fundación hasta la cámara y de la cámara al resto de los productores”, sostiene.
Hoy, la agenda los encuentra, por un lado, trabajando en la genética de los cultivos. “Estamos buscando identificación de géneros resistentes a enfermedades y mejoramiento de marcadores moleculares con un grupo de especialistas en genética”, describe Díaz, y agrega que las inversiones también van orientadas al análisis de residuos.
Sobre la coyuntura, aclara que al estar “enganchados a la exportación”, las variaciones del tipo de cambio y las medidas que inciden en la exportación, como las retenciones, afectan. “Cuando asumió el nuevo gobierno, tuvimos un desahogo grande, porque no solo se eliminaron las retenciones sino que también se hizo más ágil el tema del registro de operaciones para exportación (ROE). Antes había que pedirlo y no te lo otorgaban, teníamos el maní y los pedidos listos, pero no se podía sacar del país”, analiza Díaz.
La vuelta de las retenciones coincidió con un “momento del mercado no alegre”. Brasil irrumpió en el mercado internacional y el maní argentino perdió participación. “Vamos a tener que aprender a lidiar con esta competencia que va creciendo, pero tenemos ventajas comparativas como menos presencia de los principales contaminantes del maní, un punto importante para nuestro mercado principal, que es el europeo”, explica. En este sentido, Díaz vuelve a destacar el trabajo en equipo del sector y destaca la integración como una de las pocas soluciones a la coyuntura local. “Surge de una necesidad: si bien la Argentina es el primer exportador mundial de maní, para el país siempre estuvimos olvidados y tuvimos que aprender a desarrollar por nuestra cuenta estructuras más fuertes”, cierra.
En una de las principales cadenas españolas de supermercados, la etiqueta de la miel de su marca propia dice: “Cosechada en España y Argentina”. Y lo dice grande, arriba de la marca, en el frente del frasco. Esto mismo se repite en otros países de la Unión Europea. “Argentina es el segundo exportador de miel del mundo después de China, y el tercer productor de miel del mundo detrás de China y Estados Unidos, que se alternan. La miel argentina está muy posicionada en el mundo por su volumen y calidad”, explica Mauricio Bigñe, director de Patagonik, firma que desde hace 50 años se dedica a la compra y exportación de miel desde Bolívar, provincia de Buenos Aires.
Hoy, según los datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Argentina exporta alrededor del 95% de su producción, que se ubica en torno a las 60.000 toneladas al año y genera ingresos por US$ 188 millones. De acuerdo con los últimos datos disponibles y difundidos por el Gobierno nacional, existen 28.603 productores y 2,5 millones de colmenas en todo el país. Del lado de los consumidores, la miel se encuentra en expansión en todo el mundo por sus beneficios tradicionales y la tendencia a reemplazar el consumo de azúcar y endulzantes artificiales. Turquía, Ucrania y Alemania ya consumen por encima de un kilo por habitante por año.
Sin embargo, la Argentina empezó a perder participación por dos factores: el crecimiento de China como productor y exportador; y el avance de la soja en los campos argentinos en particular, por el uso de agroquímicos, que afectan directamente a las abejas. “El uso de agroquímicos mata a las abejas. Además, hay países que no permiten contar con residuos de agroquímicos en las exportaciones, como la Unión Europea, y eso hace que se nos empiecen a restringir los destinos a los que podemos llegar”, sostiene Bigñe, quien aclara que hoy el top 3 de compradores de miel argentina se compone, en primer lugar, por Estados Unidos, seguido por Alemania (que concentra la entrada a la Unión Europea) y Japón.
Bigñe cuenta que, históricamente, las exportaciones de miel argentinas se hicieron a granel. “Recibimos muchos controles de calidad y auditoría. Desde Estados Unidos, envían su auditoría conocida como True Source, que es la encargada de chequear que la miel tenga trazabilidad y que no haya triangulación de miel china”, explica. Bigñe aclara que la clave de la miel pasa por los controles de calidad. Ahora, a los internacionales se sumó el SENASA: “Tenemos trazabilidad, que es algo que a los países de destino les encanta”, sostiene.
Esto posiciona a la Argentina en calidad contra China, pero aún queda pendiente resolver el impacto de los agroquímicos. “Es un problema de toda Sudamérica por el avance de estos productos sin legislación y sin control. Hay mortandad de abejas por agroquímicos y hace más de diez años que no aumenta la producción de miel”, diagnostica Bigñe, para quien el próximo paso será regular esta situación, y también acompañar a los productores. “No tienen acceso a la modernización que está intentando hacer SENASA en el sector. Para esto, el financiamiento es fundamental, se exigen cosas que se tienen que modernizar en las plantas, pero los productores no tienen acceso”, concluye.
“Hizo más ruido de lo que me imaginé, no pensé que iba a tener semejante trascendencia”, confiesa Alejandro Pannunzio, quien concretó la primera exportación de arándanos a China; en concreto, 720 kilos a la ciudad de Shenzhen bajo su firma Berries del Sol.
La producción argentina de este fruto ronda las 17.000 toneladas, y alrededor de un 16% se genera de manera orgánica. El 95% del total se exporta como fruta fresca, un 2% es para consumo interno y el 3% restante se destina a la industrialización para jugos o mermeladas.
Como presidente de la Asociación de Productores de Arándanos de la Mesopotamia Argentina, Pannunzio trabaja para potenciar el cultivo que, a pesar de la notoriedad que tomó en 2018, está en un sector en crisis. El arándano se acopló al llamado de la emergencia económica del sector citrícola, y una de sus principales empresas, Blueberries, entró en concurso de acreedores. ¿Los motivos? El impacto de las retenciones, el costo de la energía y los altos aranceles que deben pagar para la exportación.
Para mantener el sector a flote, Pannunzio apela a la proactividad. “China bajó los aranceles del 30% al 15%. Si no hubiéramos exportado, no hubiesen tenido interés en bajarlo”. Sin embargo, a pesar de salir al frente de la apertura de mercados, el arándano argentino compite con Chile y ahora también con Perú, que se puso como meta ser el principal exportador del mundo. “Nosotros competimos con la guitarra: como no tenemos volumen, apuntamos a la calidad, donde nos podemos posicionar”.
Desde Extra Berries y Cerezas Argentinas (ambas de Alejandro Bulgheroni), su presidente y CEO, Adolfo Storni, destaca que exportan el 85% de la producción, en gran parte a Estados Unidos, pero también a Brasil, Canadá, la Unión Europea y China. “Estamos en un proceso de reconversión, tratando de aumentar la rentabilidad por hectárea, aumentando el calibre de la fruta y mejorando la condición de la fruta para que pueda viajar en contenedor y no por vía aérea”, destaca. Storni explica que, cuando el producto salió en la Argentina hace 15 años, “cuando se puso de moda la exportación”, la totalidad era vía aérea y solo nuestro país lo hacía; después se sumaron otros como Chile y Perú que, juntos, ya alcanzan las 100.000 toneladas de exportación. La Argentina se encuentra en torno a las 15.000 toneladas. “El mercado ahora es dinámico, va cambiando y te obliga a readaptar el modelo de negocios”, reconoce, y aclara que por el nivel de competencia hoy no se puede rescindir ni de calidad ni de nivel de sabor. Para esto, incorporaron nueva tecnología como máquinas italianas para la clasificación de la fruta, protecciones contra lluvias y granizo, o trabajo en genética para traer al país nuevas variedades y “estar a la par de lo que se está en el mundo”.
Desde la firma aseguran que, solo en maquinarias, en 2018 invirtieron US$ 5 millones, y este año, entre mejoras en riesgos, protecciones y variedades, se invirtieron otros US$ 3 millones. “Todo esto con tasas en pesos alrededor del 70% o con tasas en dólares del 6% y 7%”, sostiene Storni, y agrega que a esto y al aspecto impositivo se suman las leyes laborales. “Argentina tiene condiciones espectaculares para producir fruta, pero nos falta tener un margen. El mundo va muy rápido. El arándano es uno de los productos con mayor innovación varietal y Argentina, por restricciones a la inversión y la falta de rentabilidad, va quedando afuera”, concluye.
“La cereza no es como el arándano, que se puede producir casi en cualquier lugar del mundo con macetas y bajo techo. Necesita determinado tipo de clima y suelo”, explica Storni. Hay pocos lugares en el hemisferio sur donde se puede producir cerezas: Chile, Argentina, Sudáfrica, al sur de Australia y Nueva Zelanda. La Argentina cuenta con cinco provincias con condiciones para hacer cereza de calidad. “Tenemos una ventana interesante que va desde principios de noviembre hasta febrero, con cuatro meses en el mercado”, destaca el ejecutivo, en este caso, al hablar de Cerezas Argentinas, que produce en promedio 3.500 toneladas.
La mayor dificultad está en los aranceles: “En China, estamos al 10% contra un 0% de Chile”, sostiene Storni. Sin embargo, al ser un producto con menos oferta y alta demanda, las condiciones de competitividad son mejores que las del arándano. “Acá hay miles de hectáreas para plantar, faltan reglas del juego y acceso al capital. Pero nos cuesta hacer entender que, cuando uno exporta fruta, exporta miles de jornales de trabajo, de inversión anual, y hay pocos sectores que derramen tanto en la cadena de valor como la fruticultura”, explica, y concluye: “El árbol existe por encima de los políticos de turno. El árbol dura más de diez años, excede a un gobierno; nosotros tenemos que pensar más allá de ellos. Tenemos que buscar la forma de ser competitivos y tener rentabilidad”.