Los cortes de luz, una consecuencia inevitable del desmanejo kirchnerista
Marcos Falcone Politólogo. Fundación Libertad
Marcos Falcone Politólogo. Fundación Libertad
La tardía ola de calor de este verano trajo, como ya se vuelve costumbre año tras año, cortes de luz. Con miles de usuarios en el área metropolitana de Buenos Aires sin suministro de energía, las quejas del público están a la orden del día, mientras el kirchnerismo avanza con la intervención de Edesur e incluso el gobierno de la Ciudad la denuncia.
Sin embargo, como lamentablemente también se vuelve usual, las soluciones propuestas no atacan el verdadero problema y, de ser implementadas, solo lo empeorarán. El problema de la escasez extraordinaria de energía en el AMBA es, como el de todo tipo de escasez, uno de precios: la electricidad es demasiado barata. La tarifa promedio de luz en esta zona es de solo $1.700 , un número que en otras provincias puede ser hasta 150% más alto.
El costo de la generación eléctrica que paga la demanda se encuentra, según Invecq, por debajo del 40% , lo que explica por qué solo en 2022 el Estado gastó más de 12 mil millones de dólares en subsidios.
Intervenir el precio de la energía significa que los consumidores no pagan por lo que consumen de manera directa, pero tampoco indirectamente. En efecto, las pérdidas de las distribuidoras son cada vez más grandes hasta el punto de que Edesur está en venta y Edenor ni siquiera sabe si podrá aumentar los sueldos en una economía con 100% de inflación.
¿Están condenados los argentinos a vivir en el medio de cortes de luz? No. De hecho, para mostrar los efectos de las intervenciones del Estado argentino en el precio de la energía se pueden citar casos negativos pero también positivos. Las delirantes políticas públicas kirchneristas han hecho que el costo de generación cubierto por la tarifa de electricidad bajara desde el 100% que representaba hasta el 2001 hasta un dramático 15% en 2015 , y en el público persiste la memoria de los cortes interminables y masivos de los últimos años de ese gobierno kirchnerista. ¿Pero alguien recuerda apagones similares en la década del noventa?
Cuando hay precios libres, hay inversiones, y cuando inversiones hay cada vez menos cortes: eso fue lo que pasó durante el gobierno de Carlos Menem, que desreguló el sector energético y privatizó la distribución luego de años de apagones masivos en los últimos años de Alfonsín. Su éxito, mantenido por el gobierno de de la Rúa, permitió que primero Duhalde y luego Néstor y Cristina Kirchner pudieran disminuir las tarifas en términos reales sin que el servicio se viera afectado al principio: así de alto había sido el nivel de inversión que soportaba años de desinversión.
La herencia de Menem, incluso si se debate en otras áreas, fue extraordinaria en términos de energía. Más recientemente, también el gobierno de Mauricio Macri intentó acercar los precios de la energía a los de mercado, lo que le valió fuertes cuestionamientos ante el acostumbramiento atípico de la población a pagar centavos por un servicio que valía mucho más que eso. Así, si en 2015 solo el 15% del costo de la generación era cubierto por los usuarios, ese número se transformó en un 68% hacia 2019, mientras la frecuencia de los cortes disminuía . Desde la asunción de Alberto Fernández, ese indicador empeora todos los años y se acerca hoy al 30% . Y los cortes volvieron.
Hace miles de años, literalmente, que sabemos que si el Estado manipula el precio de algún bien o servicio hacia la baja entonces lo que sigue es la escasez. Si combinamos
ese conocimiento teórico y práctico con el hecho de que el deterioro de las tarifas durante el kirchnerismo ha sido, según un estudio de la Universidad Nacional de La Plata, el peor de todos los registrados desde 1945 en la Argentina , ¿por qué ahora sería diferente?
Si bien los subsidios a la generación se pagan a lo largo y ancho del país, la situación crítica estos días es en el AMBA. ¿Por qué? Acaso convenga recordar que, en términos de distribución, Edesur y Edenor son las únicas empresas del país cuyas tarifas dependen de la Nación a través del ENRE, decisión que no tiene otro sentido que el de intervenir el precio final hacia la baja para que los consumidores piensen que pagan menos por el servicio.
Otros cuestionan que Edesur presente más cortes que Edenor, lo cual ignora el hecho de que el grupo que controla a la primera opera sin problemas en otra veintena de países y que además podría tener un sinfín de explicaciones: diversos factores perjudican a la distribuidora del sur respecto de la norte, desde las deficiencias históricas en la calidad del tejido eléctrico hasta la más alta cantidad de villas de emergencia donde se cobra el 0% de la tarifa.
En cualquier caso, al fin de cuentas las dos empresas presentan problemas mientras tienen tarifas cada vez más bajas, pierden una enorme cantidad de dinero y no pueden realizar inversiones. Las discusiones sobre regiones o empresas son irrelevantes en el contexto general de una energía regalada: cuando algo es gratis o casi gratis, pronto se acaba, y en este sentido una intervención o una posible estatización solo empeorarán el problema si, a las tarifas pisadas por el Estado, se les agrega también el problema de la ineficiencia estatal. Pero como se ha visto, no hay ningún motivo para que los argentinos carezcan de un producto si es que acuerdan pagarlo lo que efectivamente cuesta. Cuando eso no ocurre y se suceden cortes de luz masivos y prolongados se aprende, al final del día, que lo barato sale caro.