En una entrevista exclusiva, el nuevo CEO de Exxon Mobil detalla su plan para proveer energía a un mundo en crecimiento (sin destruirlo).
Darren Woods pasea por los pasillos del centro de investigación de ExxonMobil en Nueva Jersey. Ingeniero electrónico de 53 años, se siente como pez en el agua en este paraíso para nerds: un terreno de 300 hectáreas y protegido por rejas, guardias armados y escáner de rayos X. La legión de científicos de Exxon ?incluidos los 300 que trabajan ahí? gasta US$ 1.000 millones al año para resolver uno de sus mayores desafíos: reducir sus emisiones mientras proveen cada vez más energía a un mundo que, estiman, llegará a los 9.000 millones de habitantes en 2050. Woods deja en claro que entiende que el dióxido de carbono es una amenaza para el medioambiente. “Entendemos el riesgo y hay que hacerse cargo. Es lo que creemos”.
¿Pero qué quiere decir esó Después de todo, Exxon no va a dejar de ser una petrolera. Es más: para 2025, prevé aumentar su producción en Estados Unidos en más de 600.000 barriles diarios y sumar otros 200.000 a partir de importantes descubrimientos en Guyana. Según los investigadores de Exxon, cuando la clase media se duplique y la demanda energética crezca un 25%, se necesitará hasta la última gota. “Andá a los lugares donde hay pobreza energética. Eso te motiva”, dice. “No es que podés dar media vuelta y decir: ?Bueno, vamos a cerrar la válvulá”.
Exxon tiene presiones del Gobierno, la sociedad y sus accionistas para volverse una empresa más limpia. Lo que se necesita, dice Vijay Swarup, quien dirige el centro de Nueva Jersey, son innovaciones que cumplan con cuatro requisitos: “asequibles, escalables, confiables y sostenibles”.
Es un cambio actitudinal de 180º para el gigante energético, con ventas por US$ 260.000 millones. Lee Raymond, el CEO anterior a Rex Tillerson, saltó a la fama cuando dijo que el calentamiento global era una mentira y que el pacto de Kyoto de 1997 era “impracticable, injusto e inefectivo”. En 2009, Tillerson suavizó la postura de la empresa al abogar por un impuesto al carbono y promover el gas natural. Pero el actual canciller estadounidense no entendía la naturaleza holística del problema. “¿Qué sentido tiene salvar al planeta si la humanidad sufré”, preguntó en 2013. A pocos meses de la que habría sido su jubilación, llegó a un acuerdo para “cortar todo vínculo” con la firma y sumarse al gabinete de Trump. Dos semanas después, llegó el anuncio que coronó su carrera: la compra de 100.000 hectáreas en la Cuenca Pérmica de Nueva México y Texas a los hermanos Bass por US$ 6.000 millones. Woods no quiere decir si tuvo contacto con Tillerson desde que se fue de Exxon, pero quiere continuar su legado: “La expectativa es que la persona que te sucede hará un mejor trabajo”.
Hacer un mejor trabajo quiere decir apostar a la tecnología verde. Exxon prometió invertir US$ 600 millones en una asociación estratégica con Craig Venter (el hombre que descifró el genoma humano). La asociación empezó en 2009, y el verano pasado anunciaron un importante descubrimiento. “Desciframos el proceso genético por el cual las algas generan lípidos”, dice Swarup en referencia a las células grasas que servirían de base al aceite vegetal sostenible. “Ahora vamos a hacerlo a escala”. Pero Woods, que durante la última década fue director de las áreas de refinerías y químicos, no se conforma con una muestra de combustible vegetal. Quiere una refinería de 450.000 barriles diarios. A 20 años, podría lograrlo.
A más corto plazo, trabaja con la empresa FuelCell Energy para perfeccionar un sistema que desvía el CO2 y otras emisiones de las centrales eléctricas, las mezcla con metano y las pasa por una serie de pilas de combustible que transforman los gases en electricidad y generan un flujo de CO2 listo para ser presurizado e inyectado en el suelo. Lo que interesó a Exxon es que, a diferencia de otros sistemas, este no es parasitario. “Es como decir que los unicornios existen”, dice Tim Barckholtz, uno de los científicos senior de Exxon. Dos pilas de combustible se instalan en una central de carbón que opera Alabama Power. Una central de 500 megawatts necesitaría unas 175 pilas para capturar casi todo el CO2, y a largo plazo el costo de la producción de energía pasaría de seis a ocho centavos de dólar por kwh. Económicamente, eso es casi impracticable, sobre todo si el Congreso pasa un impuesto al carbono o si aparece una petrolera que quiere comprar el CO2 para inyectarlo en un viejo campo petrolífero y extraer más crudo.
A pesar de los avances, es fácil ser cínico. Exxon tiene un largo (y triste) historial en esto de saber qué es “lo correcto” y después no hacerlo. En 1978, el investigador de Exxon, James Black, escribió un informe llamado “El efecto invernadero” donde advertía que las emisiones de CO2 podrían provocar un aumento de la temperatura global y que el mundo tenía diez años para decidir qué hacer al respecto. También en los 70, los científicos inventaron la batería de iones de litio, pero Exxon no se preocupó por comercializarla. En 2017, un juez federal impuso multas por
US$ 20 millones al complejo de refinerías de la empresa en Baytown por emisiones excesivas. También está el tema de los plastificantes: químicos que Exxon agrega a los plásticos para hacerlos maleables. Se descubrió que afectan el sistema endocrino de los chicos que muerden sus juguetes de goma. ¿Qué otras toxinas están ocultandó “Somos todo lo contrario”, dice Swarup.
Pero eso no convence a Eric Schneiderman, el fiscal general de Nueva York que desde 2015 investiga si ExxonMobil estafó a sus accionistas al ocultar los riesgos del calentamiento global. Por último, están los accionistas activistas. La reunión anual de 2017 fue una advertencia. Con el 62% de los votos, aprobaron una resolución que pide que Exxon releve sus planes para lidiar con el aumento de la temperatura y que evalúe la “viabilidad de sus activos por la transición a una economía baja en carbono”. Una perspectiva temible para una empresa que extrae cuatro millones de barriles por día.
Si bien no es vinculante, Woods prefirió no ignorar la resolución por temor al enojo de BlackRock, Vanguard Group y Fidelity Investments, que apoyaron el pedido. “Solían ser desdeñosos, arrogantes”, dice Tim Smith, un gerente de Walden Asset Management. “Ahora están cambiando el tono”. La sorpresa del año pasado fue la incorporación de Susan Avery, una científica ambiental y exdirectora de la Woods Hole Oceanographic Institution, al directorio de Exxon. “Es un primer paso”, dice Andrew Logan, de la consultora Ceres, “pero el mundo está cambiando más rápido que Exxon”.
Woods niega estar actuando bajo presión. “Estaríamos teniendo esta conversación igual. Hace años que estamos con el tema”. Dice que no es una lavada de cara como la de BP en 2006, que solo cambió su nombre a Beyond Petroleum. Tampoco van a improvisar un menú de energías alternativas. ¿Eólicá ¿Solar? No. “No tenemos mucho para ofrecer”. Pero también es asertivo: cualquier “solución real” requiere la imposición de un impuesto al carbono. “Si la sociedad quiere enfrentar el problema, el carbono debe tener un precio”, dice. “El gobierno tiene que dar ese paso, y la sociedad tiene que estar dispuesta a pagar ese precio”. ¿Será el “impuesto Exxon”?