En el cepillado de dientes se esconde uno de sus principales usos. La glicerina refinada puede sonar poco familiar, pero es un ingrediente que se repite en cada pasta dentífrica, así como en el uso de medicamentos, cosmética, alimentos y hasta en la industria química para la elaboración de alcoholes, plásticos y pinturas. Y es en su producción donde puso unas fichas el tan multifacético como desconocido empresario Juan Carlos Bojanich (64).
Asentado en Bahía Blanca, ostenta un cuarto del mercado local de biodiesel y tiene presencia en cerca del 5% de las máquinas tragamonedas del país. Este año, un desembolso de US$ 20 millones le permitirá inaugurar su planta de glicerina refinada, en Ramallo, muy cerca de San Nicolás, la ciudad donde nació. “Es solo un paso necesario para dar el próximo”, adelanta enigmático Bojanich, escoltado por sus tres hijos.
La producción de glicerina refinada es una de las vías que encontró este grupo familiar para agregar valor a una de sus unidades de negocio. A través del Grupo Bahía Energía, controla seis plantas de biodiesel, con las cuales abastece a las petroleras YPF, Raízen y Axion Energy mediante el cumplimiento del cupo interno de biocombustibles para el corte con gas oil. Un negocio que en la práctica representa cerca de 300.000 toneladas y US$ 250 millones de ingresos cada año. Sin embargo, sus intereses no terminan ahí. La familia tiene presencia en 12 salas de juego, suma campos y molinos harineros, y hasta conserva una red de panaderías en Bahía Blanca.
El próximo paso del cual habla Bojanich es ni más ni menos que la producción de monopropilenglicol. Este producto de alta pureza, también conocido como MPG, seguramente resulta ajeno para la mayoría de los consumidores, pero se encuentra ampliamente difundido en industrias tan diversas como la aviación, en el uso de líquidos anticongelantes, hasta en la alimenticia, como aditivo. Si con la planta de glicerina refinada Bojanich ingresará al selecto club de fabricantes locales donde participan la suiza Glencore y el gigante Bunge, en la fabricación de MPG deberá medirse con colosos globales, como la estadounidense Dow, que lidera esta industria ávida de comercializar dos millones de toneladas cada 12 meses.
Un rara avis
En la jungla de los negocios son muchas las especies de empresarios, pero sobre todo en la Argentina hay una clase que se caracteriza por avanzar de forma sigilosa evitando por todos los medios ser noticia. Juan Carlos Bojanich encarna a la perfección ese perfil. Si bien cuenta con cierta notoriedad en Bahía Blanca, donde funciona la base de operaciones de la familia, y en la práctica participa de al menos ocho sociedades que aglutinan cerca de 3.000 empleados, hasta acá poco se sabe de su historia. Sin embargo, el desembarco de la nueva generación y una serie de ambiciosos planes de inversión lo llevaron finalmente a elevar su perfil y adelantar sus próximos pasos.
“Siempre tuve ganas de emprender y, si bien por muchos años tuve un crecimiento no muy organizado, la reinversión constante me permitió crecer y diversificar”, confiesa el empresario que, ahora, con la incorporación de sus hijos, busca la profesionalización. “Hace alrededor de 10 años, decidí profesionalizar la empresa y dejar todo más organizado. Los negocios no deben ser una carga para mis hijos y, si bien pueden estar capacitados para manejar las empresas, la profesionalización es fundamental”, sentencia.
Bojanich nació en el seno de una familia de origen croata, asentada en San Nicolás, provincia de Buenos Aires. Juan Oscar Bojanich, su padre, llegó a desplegar una empresa de transporte, invirtió en la construcción de un edificio y siempre quiso que su hijo “consiga el título”. Su madre, Juana Adela Liberale, la esposa de Juan, era propietaria de un campo. Bojanich consiguió ese tan preciado título en 1977, cuando se graduó con solo 21 años de contador público, en la Universidad Nacional de Rosario. Si bien ejerció la profesión un par de años, en 1983, Norberto Palena, un cliente que se transformó en amigo, lo incentivó a desembarcar en Bahía Blanca como socio de una panadería industrial para abastecer a la Base Naval de Puerto Belgrano. “Tenía claro que quería emprender”, asegura Bojanich al recordar ese punto clave en su carrera empresaria que lo llevó a participar de una inversión inicial de US$ 500.000 para abastecer a 12.000 hombres asentados en la base militar.
La empresa se transformó en una cadena con 14 sucursales, más de 200 empleados y un consumo mensual de harina que se medía en 7.000 bolsas, o algo así como 140 camiones de trigo cada año. Hoy, los Bojanich son dueños de seis sucursales de La Nueva Sirena, su propia cadena de panaderías adquirida en 1988, en Bahía Blanca. Ahora, cuentan con 30 colaboradores y demandan “solo” 200 bolsas de harina por mes, pero representa un lazo sentimental con esa primera aventura empresarial que lo tuvo como proveedor de la base naval durante 15 años.
“Siempre tuve ganas de emprender y, si bien por muchos años tuve un crecimiento no muy organizado, la reinversión constante me permitió crecer y diversificar”.
Otro paso estratégico en la historia ascendente de Bojanich es el ingreso al negocio de los juegos de azar, cuando en 1992 invirtió un millón de dólares para concretar la apertura de Bingo Bahía, mediante un consorcio donde participaron más socios. Casi 30 años después, aún es el máximo accionista, en un lugar que suma 600 máquinas tragamonedas y genera 350 puestos de trabajo.
Una década más tarde, ingresó en Grupo Midas, firma liderada por Jorge Pereyra con cuatro bingos y 1.200 máquinas, en el Gran Buenos Aires. Además, desde 2014, también es accionista minoritario de Crown Casino S.A., sociedad que opera otras siete salas y 1.500 slots en Río Negro. Ahí, Bojanich es socio de Los R S.A., una firma chilena de capitales franceses que ostenta el 69,66% y que, a través de sus balances públicos, deja entrever las dimensiones del negocio. En 2019, Crown Casino S.A. tuvo ingresos alicaídos por poco más de US$ 40 millones, un 10% menos que el ejercicio anterior y alejado de los más de US$ 50 millones que facturaba en 2017, cuando la economía argentina aún mostraba signos de crecimiento y el tipo de cambio promediaba los $ 20 por cada dólar estadounidense.
“Invertir en el país es un modo de agradecer todo lo que nos ha dado”, reconoce el empresario que, antes de ampliar el concepto, advierte que “el negocio del juego solo representa un 5% de sus ventas”. En gran medida, eso se explica porque solo es accionista mayoritario en su primera sala: Bingo Bahía.
“No estamos detrás de la TIR del proyecto. Son apuestas que hacemos para generar empleo, y últimamente pensamos en cómo generar divisas para el país”, afirma Bojanich, quien se define como una persona poco ahorrativa y alejada del perfil financiero que pueden mostrar otros empresarios. “El 90% de nuestros proyectos son producto de la constante reinversión. Somos emprendedores natos e inversores compulsivos”, sentencia quien también tiene unas fichas puestas en un clásico argentino, el campo.
La transición
En la última década, la familia Bojanich avanzó en una nueva fase de diversificación y profesionalización con el ingreso de los sucesores del fundador. Así fue como desembarcó en el negocio del biodiesel. En 2012, empezó a construir las plantas de biodiesel Bio Bahía y Bio Ramallo, compartiendo el espíritu de la Ley 26.093, que fomenta el uso de los biocombustibles y el desarrollo de las pymes y de las economías regionales. Las plantas suman 100.00 toneladas de capacidad instalada anual y demandaron US$ 30 millones de inversión. El Grupo Bahía Energía completa su oferta con otras cuatro plantas en manos de otros socios del proyecto: Biobin, en Junín; y Biocorba, Biobal y Refinar, en Ramallo.
Si bien Juan Carlos retiene el cargo de CEO, cada uno de sus cuatro hijos tiene participación en el capital accionario de las sociedades, y tres de ellos ocupan roles activos en el manejo de los negocios. Su hija María Cecilia eligió el camino de la familia, pero el esposo de ella, Luciano García, tiene un lugar en el grupo abocado al manejo de los campos de familia. Son más de 10.000 hectáreas propias, repartidas entre Río Negro y el sur de la provincia de Buenos Aires, donde se siembra maíz, trigo, cebolla, calabaza, girasol y alfalfa para semilla. A su vez, tienen cría y engorde a corral, con 5.000 cabezas de ganado.
“Siempre tuvimos libertad de acción, pero naturalmente elegimos ingresar uno a uno a las empresas de la familia”, resume José Luis Bojanich, director estratégico de Grupo Bahía Energía, el proceso que vivió junto a sus hermanos. Juan Manuel es director operativo, y Juan Ignacio el de Relaciones Institucionales y Comunicación. Para su padre, lo primordial es que sean felices. “La idea siempre fue que ellos elijan su camino, pero hace 10 año planteamos cuál sería ese rumbo, sobre todo para evaluar cuáles serían mis siguientes pasos. Es así que hemos recurrido a una consultora y poco a poco se fueron sumando a la empresa”, afirma el fundador, y completa: “El próximo paso es ceder la operación a un management profesionalizado y, como familia, conservar una posición estratégica”.
Este año, Grupo Bahía Energía pondrá en funcionamiento la quinta planta de glicerina refinada del país como un paso necesario a lo que se presenta como su nuevo gran desafío: montar la primera planta del país, la segunda de Sudamérica y la sexta del mundo en producción de MPG. “Queremos invertir US$ 50 millones para generar 40.00 toneladas anuales. Eso nos permitirá generar más de US$ 50 millones de divisas, debido a que casi la totalidad del mercado es de exportación”, adelanta Bojanich, y se entusiasma con lo que será un complejo industrial inédito en el país con una torre de destilación tan alta como el Obelisco, pero en el parque industrial de Ramallo, muy cerca de donde todo comenzó.
En primer plano
Los empresarios no suelen estar exentos del escarnio público y, más allá de su aparente bajo perfil, el caso de Juan Carlos Bojanich no escapa a esa lógica. Si bien sobre su cabeza recaen diversas acusaciones sobre evasión fiscal y la negación a acatar una conciliación obligatoria, la primera desmentida que debe afrontar este empresario es que no es el mismo Juan Carlos Bojanich que estuvo casado con la multifacética artista argentina Moria Casán. “Solo compartimos el nombre”, responde entre risas al revisar los primeros resultados a la búsqueda en Google.
Saldada esa confusión, Bojanich asegura que el resto de las acusaciones fueron debidamente atendidas ante la Justicia en su momento. “En cuanto a evasión impositiva, la acusación era contra el director del Grupo Midas, y me imputaron por ser accionista. Pero la denuncia no era en mi contra. Y el conflicto sindical fue con aceiteros, porque nos exigían sueldos de empresas grandes siendo una pyme, pero se acató lo que dijo la Justicia, que favoreció al reclamo sindical”, confiesa el empresario y, ante las sucesivas críticas que lo golpean en general, agrega: “Es un discurso que muchas veces molesta, pero, en mi caso, logro abstraerme del quedirán y estoy convencido de lo que hago, me produce satisfacción. Una de las cualidades del empresario o el emprendedor es adaptarse a las circunstancias”.
En su trayectoria empresarial no todos fueron aciertos. “En los inicios, hubo momentos críticos. Me acuerdo de que estaba haciendo un listado con los bienes de mi madre, desde las vacas hasta los autos, porque necesitaba efectivo, pero a la larga todo tiene solución”, resume Bojanich, y advierte que crisis y situaciones difíciles son moneda corriente. “En esos momentos, no hay que ponerse nervioso, pero se necesita organización para atravesarlos, y después todo se termina ordenando”, señala. Y completa: “El verdadero empresario es aquel que puede traccionar en esos momentos de crisis. Nosotros debemos invertir y arriesgar para generar fuentes genuinas de trabajo, ese es nuestro rol”.