El 10 de diciembre asistimos en Buenos Aires a la toma de posesión del Presidente Javier Milei, considerado por muchos como un comodín.
El país sudamericano dispone de un amplio abanico de recursos naturales; en lo que respecta a la energía, cuenta con un gran potencial para el petróleo y el gas de esquisto, la generación hidroeléctrica, la biomasa y los metales para baterías, sobre todo el litio. Con tales dotaciones, no sólo es importante para los mercados mundiales de materias primas, sino que tiene un papel estratégico que desempeñar en la transición energética.
La victoria del Presidente Milei en la segunda vuelta significó, para la mayoría de los mercados financieros, una buena noticia. Mientras el peso caía frente al dólar, en Nueva York las acciones y los bonos argentinos subieron al conocerse su victoria. En particular, los inversores se lanzaron a la compra de acciones de YPF, la empresa estatal de petróleo y gas, antes filial de la española Repsol.
¿Quién lleva la voz cantante?
Argentina también cuenta con un fuerte movimiento obrero que se espera que oponga resistencia a las medidas de austeridad y a las privatizaciones. Fueron un gran obstáculo para el ex presidente Mauricio Macri (2015-2019). Sus intentos de aplicar una agenda neoliberal se toparon con una fuerte oposición. Al final, no pudo desplegar plenamente sus políticas ni atraer a sus oponentes: fue un presidente de un solo mandato, y los peronistas que le precedieron volvieron al poder.
Aunque Sergio Massa perdió las elecciones, el partido que representaba y las organizaciones afiliadas tienen profundas raíces. Desde el primer día, estas organizaciones de masas ya dijeron que saldrán a la calle. Siguen siendo la coalición más numerosa en las cámaras legislativas -recordemos que Massa fue el más votado en la primera vuelta-. Podemos esperar que actúen como con la presidencia de Mauricio Macri, convirtiendo potencialmente el país en un caos ingobernable.
Por cierto, las políticas de Milei se apoyarán en el partido de Macri: Juntos por el Cambio (comúnmente abreviado como JxC). El partido del nuevo presidente es sólo el tercero más grande en ambas cámaras legislativas, y necesitará un aliado más fuerte a cada paso del camino. Esto significa que JxC marcará gran parte de la agenda, o Milei se enfrentará a un Congreso hostil.
Antes de las elecciones, pocos imaginaban que la "derecha convencional" de Macri ocuparía casi por completo el gabinete de Milei. Los ministerios de Defensa, Seguridad y Economía -que incluye Hacienda- están en manos de figuras clave del ex presidente. Para Energía, tenemos a un ex asesor de un gobierno anterior: el de Carlos Menem (1989-1999), conocido por las privatizaciones masivas.
El secretario de Energía será Eduardo Rodríguez Chirillo, abogado y consultor que también trabajó para la española Iberdrola. El departamento, antes bajo el "superministerio de economía" de Sergio Massa, estará dentro del Ministerio de Infraestructura, con el consultor y ejecutivo de carrera Guillermo José Ferraro.
Plan para la energía: Que decidan los privados
Ya hablamos de los grandes planes del opositor derrotado, Sergio Massa, en materia de exportación de energía, para solucionar el déficit de la balanza comercial. ¿Qué pretende Milei? Hasta ahora, el plan es esencialmente llevar a cabo una política de laissez-faire, y podemos ver señales de privatizaciones de empresas estatales, en particular YPF, justo cuando prometía grandes aumentos en la producción de esquisto del yacimiento de Vaca Muerta.
Entre los planes de Massa estaba completar la red de oleoductos que serviría primero para satisfacer la demanda interna y luego llevaría el petróleo y el gas a los puertos argentinos. Muchas partes ya están terminadas, por lo que es fácil esperar que el proyecto se finalice, incluso en manos privadas.
Argentina ya experimentó una oleada de privatizaciones en la década de 1990, con el ex presidente Carlos Menem. Incluyeron el agua, los ferrocarriles y otros servicios públicos e industrias. Esta política se extendió por toda la región y el mundo en desarrollo, tras un ciclo de "desarrollismo". Hasta entonces, se favorecía una fuerte intervención de los Estados para promover la industrialización y la modernización.
Cuando Menem llegó a la presidencia -aunque procedía del movimiento peronista-, las empresas estatales se habían labrado la reputación de sobrecargar al Estado y a la economía con subvenciones, aranceles y otros costes ineficaces. Argentina, como otros países, tenía una pesada deuda que saldar.
Con las privatizaciones llegó el crecimiento rápido, pero se convirtió en una burbuja que estalló. La inversión se apresuró a entrar, sólo para salir unos años más tarde. El PIB per cápita pasó de 2.382 dólares en 1989 a 7.753 diez años después. Pero en 2002, llegó el desplome y la misma medida se situó en 2.580 dólares, según datos del Banco Mundial.
Argentina y la región en general se enfrentan a problemas que van más allá del dilema entre lo privado y lo público. Por un lado, el sector estatal demostró que en muchos casos puede ser excesivamente burocrático, corrupto y subvencionar a empresas en quiebra. Por otro, la privatización se convierte en saqueo cuando no hay incentivos para reinvertir en el país. Muchos argentinos recuerdan lo que ocurrió con sus ferrocarriles: se vendieron, y los nuevos propietarios dejaron que se arruinaran mientras se llevaban el dinero al extranjero, en lugar de reinvertirlo.