Ellos aseguran que la elección de un vino puede definirse en cuestión de segundos, y que cuando no existe una preferencia determinada, el impulso suele jugar un rol clave. Por eso, apostaron por una etiqueta y un nombre que impacte de lleno y sorprenda al consumidor. Que le despierte la curiosidad, que le saque una sonrisa, que lo haga detenerse justo ahí cuando pasea su vista por las estanterías de la vinoteca, en la botella de etiqueta llamativa y un nombre peculiar: El Gordo en Motoneta.
Con una cuota de ingenio, otra dosis de desenfado, un poco de osadía y un recorrido permanente en busca de los mejores viñedos de Mendoza nació El Gordo en Motoneta Garage Wines, el proyecto de Gastón Sampere y Fernando Scandura, que hoy cuenta con un portfolio compuesto por ocho vinos -dos varietales, cuatro series muy limitadas y dos ejemplares de colección, todos únicos e inolvidables, dicen ellos- elaborados con uvas de Luján de Cuyo.
Podría decirse que nuestro camino empezó al revés de otros proyectos vitivinícolas, porque nosotros comenzamos haciendo vinos más comerciales y de entrada de gama, con una inversión inicial muy baja -cuenta Sampere-. Con el paso del tiempo fuimos creando nuevos conceptos y creciendo de a poco, ganando espacio en góndolas. Pero nos dimos cuenta que ese formato de negocio no nos llenaba el corazón, queríamos tener un proyecto que trascienda fronteras. Así que después de mucho análisis y branding decidimos crear El Gordo en Motoneta, la marca que mejor refleja nuestra esencia y vinos de media y alta gama.
Actualmente, la empresa está en su etapa inicial, con un proyecto de desarrollo a largo plazo. No tenemos límites ni fronteras, podemos elaborar en Mendoza o en cualquier otra parte del país porque no estamos atados a estructuras que complican cualquier tipo de negocio, opina Sampere, que se entusiasma al hablar de los pronósticos hacia futuro. El período que comprende julio 2023 a julio 2024, y hasta la nueva cosecha, estimamos facturar $ 250 millones. Las expectativas son altas como son nuestros deseos, y esperamos seguir abriendo mercados en América latina, poniendo el foco en Brasil, Colombia, Ecuador y México.
Cambiar las reglas de juego
Cuando un emprendimiento nace del deseo de cambiar las reglas del juego, de la osadía y la innovación, siempre está bien -opina Scandura-. Tal vez no sea el camino más sencillo, pero sin dudas será más auténtico y especial que cualquier otro. Con ese espíritu casi impertinente, y en combinación con un profundo amor por el vino nació este proyecto.
Corría 2012 cuando Sampere y Scandura, dos jóvenes mendocinos con vasta experiencia en el mundo de la vitivinicultura, decidieron armar una sociedad cuyo eje fuera el vino, el buen vino. ¿Las reglas? Ninguna -dispara Scandura-. Queríamos crear etiquetas inolvidables, únicas, que fueran una verdadera experiencia sensorial. Así lo hicieron durante varios años para terceros, para otras bodegas que comenzaban a pisar fuerte en la industria. Hasta que después de varios años de experiencia, varios productos exitosos y algunas decepciones, llegó la apuesta personal, el desafío de lo propio.
Vino en movimiento
Con Gastón apuntamos a crear marcas diferentes, auténticas, modernas -dice Scandura-. Tomamos distancia de todo lo que creemos que nos condiciona y vivimos el vino como una experiencia de disfrute. Nuestro proyecto representa modernidad, frescura y desestructura pero dentro de un marco de expresión de calidad y enfoque en la cultura vinícola.
A las bodegas pequeñas, dicen los emprendedores, les cuesta más insertarse en el mercado, competir con otros nombres que llevan décadas de trayectoria y reconocimiento. A veces, la única chance con la que cuentan para diferenciarse del resto en la góndola es la etiqueta, y sobre todo cuando se trata de un público joven, que se siente más identificado con conceptos divertidos, algo diferente. En nuestro caso, el nombre y los diseños reflejan la pasión por las motos y la aventura, porque en moto salíamos a recorrer viñedos cuando empezamos con todo esto, hace más de una década, y comparábamos uva por acá y por allá, pero sin tener una identidad marcada, revela Scandura.
Ahora -añade Sampere- hacemos vinos de calidad superior, y queremos que más gente se suba a la motoneta. Hasta pensamos en que El Gordo en Motoneta pueda convertirse en un movimiento, una comunidad grande. Que el consumidor se cope con las etiquetas, primero, y después con el vino que hay dentro de la botella, porque todo esto se sustenta en el trabajo con un equipo de enólogos que nos acompañan.
Las cosas por su nombre
Tanto Sampere como Scandura insisten en que no hay que intelectualizar al vino, porque eso lo aleja del consumidor. Hemos presentado nuestro proyecto en algunas ferias internacionales, y siempre nos choca que todo sea tan técnico, que se hable con tanta solemnidad de una experiencia que está ligada íntimamente al disfrute, dice Scandura, y se refiere, entre otras cosas, a las distintas formas que existen en el mundo del vino para clasificar las etiquetas cuando tienen que ver, por ejemplo, con el añejamiento. Hay términos que se escuchan con frecuencia como vino joven, de crianza, reserva o gran reserva, que tienen que ver con el tiempo que el vino ha pasado envejeciendo. Tenemos una serie que se llama 'muy limitada', porque no queríamos ponerle reserva. Elegimos la expresión muy limitada porque nos identifica más, sentencia Scandura.
Detrás del diseño de las etiquetas, del que ambos socios participan de manera activa, con ideas y conceptos que quieren transmitir, está el experto en wine branding Guillo Milia, con una impronta que lo llevó a trabajar para bodegas de California, en Estados Unidos. Según Milia, la etiqueta es un bien tangible que transmite credibilidad, seguridad, que diferencia a un producto y le da posicionamiento. Para Milia, la imagen es valor, y cuando la segmentación por precio -y calidad- ya se realizó, lo único que queda es el valor agregado en términos de imagen, de packaging.
Trabajamos con muchos diseñadores, pero Guillo nos marcó. Un día me lo crucé, hace unos tres años, y nos pusimos a charlar -recuerda Scandura-. Luego surgió la idea de hacer algo juntos, y la verdad es que es un lujo poder trabajar con alguien como él, que suele rechazar ofertas de bodegas con mucho calibre.
Las botellas de El Gordo en Motoneta van desde los $ 2800 para la línea de entrada hasta los $ 10.900, y actualmente se las puede encontrar en unas 15 vinotecas. El objetivo es llegar a unas 700.000 botellas al año. Es más que un negocio, es un sueño, resume Sampere.