Mientras caminaba por una ruta del norte de California, a JoeBen Bevirt, por primera vez, se le pasó por la cabeza construir un avión que pudiera despegar y aterrizar como un helicóptero -estaba en segundo grado. Ese trayecto a pie mientras se dirigía hacia la casa de su familia en un asentamiento hippie fue como una especie de inspiración para él. Me hizo soñar, dijo entre risas una vez.
Cuatro décadas más tarde, Bevirt está cerca de concretar la idea. En un rancho en las afuera de Santa Cruz, estuvo desarrollando durante un tiempo largo, y en secreto, un avión eléctrico con seis hélices inclinables que, según él, puede transportar un piloto y cuatro pasajeros a 150 o 200 millas por hora, sin hacer ruido.
Bevirt imagina la aeronave, aún sin nombre y cuya fabricación podría costar entre US$ 400.000 y US$ 1,5 millones, como la base de una enorme red de taxis aéreos de techo a techo. Aspira a liberar a los habitantes de las ciudades de los embotellamientos y con salvar a 1.000 millones de personas por hora al día.
Suena loco, pero Bevirt, de 47 años, tiene algunos creyentes poderosos: Toyota invirtió aproximadamente US$ 400 millones en Joby Aviation, su compañía aeroespacial, en enero; uniéndose a inversores como Emerson Collective, de Laurene Powell Jobs, y Capricorn Investment Group, de Jeff Skoll.
El CEO de Toyota, Akio Toyoda, le dijo a Bevirt que espera, a través de Joby, hacer realidad los sueños de autos voladores de su abuelo Kiichiro, fundador de Toyota Motors, quien desarrolló aviones antes de la Segunda Guerra Mundial.
Los ingenieros de Toyota están refinando componentes de la aeronave de Joby para que sea más fácil de construir a una escala masiva, más parecida a la industria automotriz que a la aviación. A su vez, ayudan a Bevirt a establecer una fábrica en el condado de Monterey donde planea producir miles de aeronaves al año.
Joby busca apalancarse en los avances en baterías y motores eléctricos para tratar de alejar la aviación de los combustibles fósiles y crear nuevos tipos de aviones, incluidos los autónomos, para que sirvan como taxis aéreos. Nadie sabe cuán grande podría llegar a ser la industria, o si llegará a despegar, pero Wall Street está arrojando grandes números. Un informe de Morgan Stanley estima que la categoría podría generar US$ 674.000 millones al año en tarifas en todo el mundo para 2040.
Si podemos volar, podemos convertir nuestras calles en parques y, fundamentalmente, hacer que nuestras ciudades sean lugares mucho más agradables para vivir, asegura Bevirt.
Los escépticos piensan que Joby y sus competidores están todavía al menos una década antes de tiempo: las mejores baterías de hoy contienen 14 veces menos energía utilizable en peso que el combustible para aviones. Dada la cantidad de potencia bruta que se necesita para impulsar un avión hacia arriba, dicen, hasta que las baterías mejoren, los taxis aéreos eléctricos tendrán muy poco alcance y capacidad de carga para tener sentido comercial. Luego está la difícil tarea de convencer a los reguladores de que será seguro volar.
Bevirt dice que hoy puede producir un avión, viable y seguro, con celdas de batería de iones de litio, que actualmente alimentan a los autos eléctricos. Además, Joby es la única startup que se compromete con el ambicioso cronograma de Uber de lanzar un servicio de taxi aéreo urbano en 2023.