Los datos de pedidos industriales de Europa rebotaron en V, el desempleo en Estados Unidos cayó más de los esperado en junio, e incluso se está viendo una muy leve mejora en Brasil y Colombia.
En ese contexto, Argentina todavía escribe el prólogo de esta historia en una situación de extrema fragilidad social e incertidumbre. Por eso, el Gobierno debería dar a conocer sus estrategias para el período postpandemia. La cuarentena se ha ido alargando, y esto aumenta sustancialmente los riesgos de que los efectos colaterales sean difíciles de controlar y puedan volverse irreversibles.
Extender la cuarentena significa también extender el período de facturación reducida para las empresas. El impacto esperado al comenzar el aislamiento era que las firmas perderían parte de su capital de trabajo. Pero con las prórrogas ese capital está desapareciendo y, en muchos casos, está afectando directamente el patrimonio neto. En el caso de las pymes esto puede significar desde la convocatoria de acreedores hasta el cierre definitivo, lo que deriva en un achicamiento irreversible no solo del sector privado sino, también, de la recaudación. Si en la postpandemia el gasto primario se mantiene pero la recaudación es más baja, la ecuación no se sostiene.
La incertidumbre por el devenir de la macro se suma a otros desafíos con los que deberá lidiar el empresario:
1) La perspectiva de una recuperación gradual y lenta de la demanda en una economía que se ha achicado y que probablemente acentúa sus rasgos de dualidad (aumento de la brecha de productividad entre sectores y empresas).
2) La aceleración de tendencias que obliga a reaccionar rápidamente, como la digitalización de los procesos de producción y comercialización.
La particularidad de esta crisis es el cambio radical en los hábitos que busca reducir el nivel de interacciones en sus múltiples dimensiones. En esta economía de bajo contacto, la innovación es el puente entre esos nuevos hábitos y la necesidad del empresario de adecuarse al nuevo contexto. Si bien la digitalización ya se encontraba en la agenda corporativa, la pandemia transformó esos proyectos de desarrollo en decisiones inmediatas con un marco de poco conocimiento de los factores tecnológicos, escasez de financiamiento, consumo deteriorado y reformas estructurales pendientes que atentan contra la competitividad.
Una característica de cuando la tecnología irrumpe en la habitualidad y soluciona problemas diarios es que su incorporación se torna exponencial. Hace solo 45 años aparecía de forma masiva la computadora personal, y hace 30, el celular. Hoy nadie se imagina sin estos dispositivos. Con más de 100 días en cuarentena, el 51% de los trabajadores argentinos están dispuestos a continuar con la rutina laboral desde sus hogares tras la pandemia (ADECCO), 7 de cada 10 continuarán utilizando métodos de pago electrónicos, las órdenes de pedidos por el e-commerce se incrementó un 52% en mayo, y la cantidad de compradores creció un 40% (informe de Mercado Libre). Un punto importante es que el uso del comercio electrónico rompió la brecha generacional: la cuarentena obli- gó a personas no habituadas a usar este tipo de canales. Es muy difícil una vuelta atrás en este sentido.
La buena noticia es que, a pesar de un ambiente de negocios enrarecido, nuestro país tiene un enorme potencial como usina de generación tecnológica. Los Servicios Basados en el Conocimiento (SBC) ya son el tercer rubro exportador, detrás del complejo sojero y automotriz. De acuerdo con un informe del FMI, entre el 60% y el y 80% de la población local tiene acceso a Internet. La industria del software proyecta para este año un crecimiento de la facturación del 19,6% y la creación de 2.500 puestos de trabajo (CESSI), porcentajes que muestran la dinámica de un sector que se desacopla de la tendencia deficitaria del país. El desafío es que logremos transformar ese potencial en activo y que lo utilicemos para catalizar nuestras estrategias de transformación. Esta innovación nos obliga a repensarnos continuamente como emprendedores. Aquí el desafío es doble ya que esa curva de aprendizaje impone una revisión de todo nuestro modelo de negocios a la vez que nos presenta más
competidores que los mercados habituales.
La Argentina tiene históricamente, y como herencia de tantas crisis, una cultura empresarial sumamente flexible, capaz de trabajar, sobreponerse y adaptarse a contextos de incertidumbre e inestabilidad. Esto le ha permitido resurgir ante cada disrupción. Toda crisis representa una oportunidad. Y, si la crisis es inédita, la oportunidad probablemente también lo sea.