Comenzaron aprendiendo a trabajar la tierra y hoy estas 14 mujeres del Barrio Rodrigo Bueno autogestionan su propio vivero orgánico
Lorena Guarino y Florencia Radici
Lorena Guarino y Florencia Radici
Ya sea un viernes o un sábado, el tradicional recorrido por la Reserva Ecológica Costanera Sur desemboca en un nuevo punto de encuentro. Allí, a pasos del barrio Rodrigo Bueno, un patio de comidas con gastronomía proveniente de todas las latitudes de Latinoamérica invita a la primera parada. Sin embargo, el oasis que se esconde a unos pocos metros es un espacio que atrapará para siempre a quien caiga en sus redes o, mejor dicho, entre sus hojas?
Tan solo a unos pasos de la fuente de Las Nereidas, que inmortalizó Lola Mora, otro grupo de mujeres erigieron Vivera Orgánica, un proyecto de cultivo de alimentos y plantas orgánicas al que hoy concurren vecinos de Puerto Madero, turistas y curiosos en busca de plantines, bolsas de verduras orgánicas o con la inquietud de armar su propia huerta. Eso sí, siempre vuelven por más.
El 5 de diciembre de 2019, 14 mujeres del barrio Rodrigo Bueno se juntaron para comenzar a generar esta huerta orgánica, un proyecto que tiene fecha de inauguración pero mucha historia detrás.
Tres años antes, algunas de las que hoy conforman Vivera Orgánica decidieron tomar un taller que el Instituto de la Vivienda de la Ciudad (IVC) había comenzado a dictar en el barrio. “Arte y Naturaleza” fue la clase que las convocó y donde muchas se vieron por primera vez aprendiendo jardinería y paisajismo. “Allí aprendimos a cuidar las plantas que se nos morían en nuestras casas. Aprendíamos muy rápido y pasó muy poco tiempo hasta que tuvimos la inquietud de sembrar hortalizas”. La que habla es Elizabeth Cuenca, la más conversadora del grupo y la única que no teme calzarse tacos ni maquillarse para trabajar el suelo todos los días.
En el marco del programa de Viveros Comunitarios para la Regeneración Socio-Ambiental de la cuenca del Riachuelo, se crean espacios de encuentro, educación, capacitación laboral, empleos ecológicos y producción de plantas autóctonas, como aquel en el que participaban las mujeres. Allí surgió la necesidad de llevar un poco más allá todo lo que habían aprendido. Primero fue un espacio de 2x2, en el patio de la casa de una vecina, donde empezaron a llevar cajones de verdura y plantaban las semillas que finalmente germinaron. Las plantas seguían creciendo y la preocupación comenzó a ser dónde ponerlas.
El IVC les otorgó un primer lugar muy cerca de donde hoy se emplaza su emprendimiento. “Nos dieron el espacio, donde empezaron a integrarse más compañeras. Los sábados nos juntábamos a compartir, la pasábamos muy bien, y los días de semana regábamos o sacábamos los yuyos, pero con menos dedicación”, recuerda entre risas Elizabeth.
“Empezamos a pensar que había escala, porque cuando estábamos trabajando los sábados se acercaba gente a preguntarnos si teníamos lechuga o alguna verdura para venderles”, describe Carmen Lobos, otra de las “viveras”. “Ahí empezamos a pensar en darles acceso a otras personas. Pero este espacio y este proyecto fueron casualidad. Nuestra vida cotidiana era la misma de siempre, salvo los sábados. Cada una tenía su trabajo o su familia. Estaba también en marcha el proceso de urbanización del barrio, y en una reunión escuchamos que existía el proyecto de un vivero”, añade.
En paralelo, el IVC comenzó con un proyecto de vivero detrás del patio de comidas Rodrigo Bueno. Al ver este emplazamiento, el interés de estas mujeres fue inmediato, y se lanzaron de lleno a ver si podían obtener el permiso de levantar allí su huerta. Primero fueron cuatro canteros o huerteras que comenzaron a sembrar sin ayuda. Todo el trabajo, desde cargar la tierra hasta prepararla y sembrarla, era realizado por ellas. El entusiasmo fue tal que poco a poco se fueron integrando quienes hoy conforman el proyecto.
De lunes a lunes este grupo de mujeres se alterna para trabajar en la huerta y, a pesar de que es un trabajo muy intenso, lejos de ser un esfuerzo se transformó en un espacio muy placentero, hasta cuasiterapéutico, dicen algunas. “Cuando me contactaron para unirme al grupo de las chicas fui con esa mentalidad, de relajarme y tomar mate y decir que sí, lo hacemos, pero también tenemos mucho trabajo”, dice Carmen.
Aunque no se imaginaban comercializar o ayudar al barrio, la venta surgió casi de manera natural. Y, claro, luego vino el interés de quienes llegaban de casualidad hasta el predio.
Vivera Orgánica está gestionado por 14 mujeres que se dividen y alternan en las tareas, desde el riego hasta la administración.
A finales de mayo, en plena pandemia, la comercialización comenzó a tomar otro rumbo. “No había autos en la calle y nosotras entregábamos kits de plantines de hortalizas, aromáticas, florales y nativas que empezamos a vender a través de internet. Lo necesitábamos para no quedarnos estancadas. Hasta ese momento no hacíamos venta de plantines porque nuestra idea era vender bolsones. Teníamos mucha producción y la mayoría de las compañeras tenían que quedarse en sus casas y no podían salir ?relata Elizabeth?. Los capacitadores, que son quienes nos apoyan en este proyecto, nos ayudaron a trabajar en esto y a sacar el kit al mercado”. Las viveras también se digitalizaron durante la pandemia y, a través de MercadoLibre, la ONG Un Árbol Para Mi Vereda o sus redes sociales, venden un kit de 12 plantines con hortalizas, aromáticas, florales y nativas, o uno de nativas mariposeras, que ronda los $ 650.
“Trabajamos todos los días en este espacio. Durante la cuarentena, muchas compañeras no podían salir de sus casas porque eran de riesgo. Nos quedamos muy pocas trabajando acá, pero le pusimos mucha fuerza, hicimos mucha producción, y conforme iba pasando el tiempo se fueron sumando porque este es un lugar amplio y seguro. Este fue nuestro refugio y nos ayudó un montón ?confiesa Elizabeth?. Ayudamos también a que otras personas tengan trabajo. Todos los sábados hacemos la entrega de los pedidos online y les damos empleo a tres fleteros del barrio”.
En una gran pizarra, en la pared de un remolque que hace las veces de recepción y administración de la huerta, están los nombres de las 14 mujeres, cada una con una tarea específica. Allí quedan anotadas las principales resoluciones que toman en las asambleas que asiduamente realizan para poder avanzar con el proyecto.
El predio de 300 metros cuadrados está dividido por rincones, y cada uno de ellos conlleva una atención especial. Apenas uno ingresa, una especie de invernadero genera la curiosidad inmediata de los visitantes. Allí es donde la magia comienza a suceder, ya que es el espacio dedicado a la germinación de todo tipo de semillas que se convertirán en plantines y luego en hortalizas orgánicas o diversos tipos de plantas.
El recorrido continúa en un espacio contiguo donde esos plantines comienzan a adaptarse al ambiente para tomar la fuerza que les permitirá transformarse en la planta esperada, ya en el solarium con el que cuenta el lugar.
“Nos organizamos para abrir el predio los viernes y los sábados durante todo el día para que la gente pueda venir, conocer y comprar. Pero también nuestro trabajo se centra en producir nativas, porque la idea es reforestar el espacio público con esas plantas, dadas su facilidad de cultivo y cuidado”, explica Elizabeth.
Cada una de las mujeres se encarga de un espacio en particular. Pero, sin dudas, parte del corazón de este emprendimiento es la huerta orgánica, lo primero que levantaron al llegar al predio. Allí todos los procesos son naturales, desde el compost hasta la recolección de agua de lluvia con la que se hace el regado. Variedades de lechuga, hinojo, mostaza negra japonesa (algo no muy común y que es furor entre los vecinos de Puerto Madero), pak choi, acelga, achicoria, rabanito, kale, tomate y apio conforman la gran variedad de estas plantaciones.
Una labor igual de importante que la de trabajar la tierra fue demostrarle a la gente del barrio que “lo orgánico” no es caro y generarles el acceso a ellos para que tengan una alimentación adecuada. “Armamos un bolsón de 4 kilos con un poco de todo y con dos valores: $ 250 para los vecinos y $ 400 al público en general”, cuentan las “viveras”.
“Hace un año que creamos este emprendimiento autosustentable, pero estamos en capacitación permanente ?aclara Elizabeth?. Entidades como Un Árbol Para Mi Vereda o Germinar nos enseñan a producir en un espacio tan pequeño como este. Y a la vez también aprendemos administración y comercialización. Estamos a full, pero hay que agarrarle la mano, también”, dice y cuenta que, a pesar del gran crecimiento que tuvo el emprendimiento, todavía ninguna vive de él, ni tampoco pudieron dejar sus trabajos diarios. “Es necesario que espacios como este se repliquen en otros barrios para que tengan acceso a las verduras orgánicas y lo autosustentable”, sintentiza a modo de deseo