Claudia Epszteyn se dedica a la marroquinería desde hace 40 años, de la mano de su padre. O no tan de la mano, porque en ese momento la industria era casi exclusivamente masculina. Con una mente creativa, rápida y curiosa, notaba que había algo injusto: su papá era marroquinero y muy talentoso. “No existía el concepto ni la carrera de diseño, pero mi papá había inventado una técnica constructiva de hacer carteras que era extraordinaria en el mundo, una obra de arte en bolsos, y se las vendía a un señor que se hizo muy famoso”, cuenta la dueña de Sentèz.
Ese señor se llamaba Orlando Morandi: “Toda la alta sociedad argentina iba a tocarle la puerta, él decía que era un italiano que sabía hacer bolsos y les vendía las carteras que en realidad eran hechas por mi papá”, suma Epszteyn. Para que esto se supiera, comenzó a trabajar con él. “Todos los días me echaba de la fábrica suponiendo que le iba a romper su estructura”, recuerda sobre esos primeros tiempos de trabajo, en la década del 80. Pero no se rindió. “A regañadientes me quedé con la promesa de ponerme en la mesa a aprender como una obrera. Soy una aprendiz del oficio, pero del mejor”, recalca la primera integrante mujer de la Cámara Marroquinera de Argentina.
Así se formó y arrancó su carrera. “Saqué el producto al mundo, incluso sin idiomas y sin dinero porque recién empezaba. La recepción era tremenda”, sostiene Epszteyn y agrega: “'Esto no puede ser de Argentina, esto es tremendo', me decían. Vendía lo poquito que hacía porque nunca me alcanzaba el volumen. Mi primer cliente fue El Corte Inglés”.
Su primer boom
Su padre siguió acompañándola en la empresa familiar como modelista. “Era el mundo donde se sentía seguro y tranquilo, y le enseñó a mucha gente –relata–. Empezó a sentir un orgullo enorme porque de la nada hicimos una empresa muy linda de la que no se quería ir nadie: había un clima que era espectacular”. La empresa era Carla Danelli.
La historia del nombre es una anécdota que Epszteyn recuerda muy bien: “Estaba en mi casa viendo el diario un domingo y decían que el lunes había un encuentro de empresarios con ronda de negocios en La Rural y digo: 'Tengo que estar'. En ese momento no era empresaria, no hacía negocios, no tenía tarjeta, pero sabía que tenía que estar”. La dificultad era cómo se presentaba. Y lo resolvió con una planchuela de Letraset, de la mano de un nombre que siempre le había gustado, Carla, sumándole la denominación de su exmarido, Daniel. “Después me dijeron Carla toda la vida, pero bueno… no era yo”.
La marca creció rápidamente y la empresaria decidió proponerle a su hermano que fuera su socio: “Tenía 21 años y precisaba ayuda. Logramos una sociedad maravillosa hasta que vendí mi parte de la empresa. Cada uno supo ubicarse en el lugar en el que era bueno o donde se divertía y entrar en el aprendizaje”.
Los números hablan por sí solos: llegaron a manejar una empresa que producía 17.000 unidades de carteras de cuero por mes y empleaba a 300 personas en una fábrica de 10.000 m2. Así fue hasta 2006, momento en que Epszteyn decidió poner un freno a su vertiginosa carrera. “Estaba muy agotada. Viví mucho tiempo en el exterior, tenía dos bebés chiquitos… Era muy difícil. Me di cuenta de que había cosas que nunca había hecho, como hablar sin culpa con una amiga en horario diurno. Era hora de poder salir a tomar algo”.
Y lo cumplió, aunque un tiempo después la mente inquieta de la empresaria se activó. “Pienso la vida en imágenes y al poco tiempo de haber vendido mi parte de Carla Danelli se me vino la imagen del flúor aplicado al cuero. No sabía si existía, pero hablé con una curtiembre y les dije lo que quería hacer”. En Argentina no había tecnología para llevarlo a cabo: “Invertimos una fortuna y lo lo gramos a medias”. Pero alcanzó. Un día le mandó una foto de lo que estaba craneando a su prima, que vivía en España, y ella la contactó con empresarios vinculados a la moda, que le pidieron que viajara a Europa para reunirse con ello.
Expansión internacional
“Me llevó todo el 2017 y mitad del 2018”, cuenta Epszteyn sobre este primer ensayo de aplicar flúor al cuero. En 2019, abrió Sentèz en Madrid. “Era un local extraordinario en el barrio de Chueca. Los españoles se sorprendieron”, manifiesta. La aceptación fue inmediata y el salir de la zona de confort de los colores tradicionales en carteras de cuero de lujo, un éxito. “Empecé a mostrar que el flúor son cinco colores que inventé y quedan bien con todo. Tuve muchas visitas de celebrities, fue un suceso”. Con una inversión de US$ 1,5 millones, España estaba conquistada. Con este precedente, Epszteyn aplicó para participar de la Feria de París en 2020 y le solicitaron realizar un cobranding con la feria de Tranoï: “Estaban los cinco bolsos flúor con la etiqueta 'Sentèz by Tranoï'”.
La ronda de negocios continuó: armó una alianza colaborativa con una empresa china y estuvo presente en la Feria de Milán: “Nos fue muy bien, aunque mi producto era más caro que la oferta de Italia y fabricado en Argentina”. Los clientes destacaban una de sus disrupciones: los bolsos de cuero pesan como mínimo un 30% menos que otros.
La pandemia la encontró en Argentina, a donde había viajado para visitar el laboratorio de diseño. “No tenía nada, me quedaban algunas cajas embaladas para exportar. Liquidé todo – relata–. A fin de año, recibí un mensaje en Instagram: 'Necesito tus productos en mi local'. Al otro día, otro mensaje y un llamado. ¿Qué pasaba en Argentina? El mercado le pedía que volviera. Esas ganas, más la necesidad de ayudar a los talleres que habían quedado fundidos, la impulsaron a instalar Sentèz en Argentina. “El país venía perdiendo el conocimiento del oficio y ya no quedaban referentes. El mercado premium de la marroquinería había quedado vacío y, como yo no había diseñado para la Argentina, la gente percibió que había una empresa que les mostraba algo que no parecía de acá”, marca. Así le llegó la posibilidad de abrir un local en Patio Bullrich en 2021, además de su e-commerce.
Con 1.000 unidades producidas al mes, una cartera Sentèz lleva de 15 a 17 insumos y puede necesitar hasta 9 capas de pigmento fluorescente “que se pone una a una a mano con soplete en una cabina presurizada”, explica Epszteyn, quien además asegura que, si bien emprender en Argentina es complicado por falta de insumos y de personal, no está dispuesta a ceder: “Es difícil establecer metas de crecimiento a largo plazo. Lo que sí puedo asegurar es que la Argentina va a seguir teniendo un producto de nivel internacional, aunque me muera con las botas puestas”. Mantiene la tienda online en España y, si bien decidió cerrar el local anterior, planea abrir otro. “Estoy asegurádome de que Argentina funcione lo suficiente y de a poco estoy saliendo al mundo, probablemente de la mano de un socio estratégico”, finaliza la dueña de la marca que posee 30 empleados y proyecta facturar US$ 2.5 millones este año.