Maria Westerbos llevaba casi 25 años trabajando como productora de televisión cuando, en 2008, le pidió a uno de sus asistentes que elaborara una lista con los principales desafíos ambientales que enfrentaba la humanidad. "Recuerdo bien esa reunión en la que me presentó los resultados de su investigación. Me dijo: 'Maria, la cuestión del consumo energético se va a resolver. Lo mismo sucederá con los alimentos: hay suficiente para todos. Y también están dadas las condiciones para restaurar los ecosistemas en peligro. Solo hay dos grandes temas que todavía parecen no tener solución: la crisis de las abejas y la sopa plástica'".
María sabía que, cada año, cientos de millones de abejas mueren por el uso indiscriminado de pesticidas agrícolas y, dado que estos insectos son los polinizadores del planeta, esto conlleva todo tipo de consecuencias. Pero confiesa que no tenía la menor idea de qué era la sopa plástica. Entonces, hizo lo que habría hecho cualquier otra persona en su lugar: le preguntó a Google. Al hacerlo, sólo aparecieron cinco resultados disponibles online. "Y se suponía que se trataba de una de las principales y más peligrosas amenazas para el medioambiente. Fue como si un rayo me partiera en dos", rememora Westerbos.
El término sopa plástica fue acuñado por el capitán y oceanógrafo Charles Moore en 1997, cuando, navegando por el Giro del Pacífico Norte, una de las regiones más remotas del océano, se encontró con lo que parecía ser una interminable mancha sólida en el agua. "Durante una semana entera de travesía, no importa a dónde mirara, siempre había plástico. Botellas, tapitas, fragmentos de todo tipo. Un cementerio flotante de basura en lo que debería haber sido un lugar completamente prístino", se lamentó Moore.
Lo más trágico es que todo ese plástico que el capitán y su tripulación pudieron observar no era más que la punta del iceberg de una contaminación todavía mucho más grande y dañina. "El plástico no es biodegradable, sino que se va partiendo en unidades cada vez más pequeñas hasta volverse invisibles al ojo humano. A eso lo llamamos micropartículas de plástico", explica Westerbos, para quien interiorizarse sobre lo poco que se sabía de la sopa plástica hasta entonces representó un antes y un después en su vida.
Empezó por impulsar la publicación de un libro al respecto, escrito por la periodista Jesse Goossens. "Pero no fue suficiente. El tema no abandonaba mi cabeza", admite. Por eso, en 2011, decidió dar por terminada su carrera de productora televisiva y crear la Plastic Soup Foundation (PSF), con sede central en Amsterdam, Holanda, pero con un enfoque 100% global. Su objetivo: informar, educar y crear campañas de comunicación para que la gente empiece a preocuparse por la cantidad monstruosa -pero prácticamente invisible- de desechos plásticos que terminan en el océano y en la tierra, generando una contaminación y un envenenamiento todavía hoy difícil de estimar en su totalidad. Y que esa toma de conciencia generalizada sirva de palanca para que gobiernos y empresas generen políticas y acciones concretas en pos de frenar el uso indiscriminado de plástico.
Por su experiencia en la TV, Westerbos sabía cómo generar mensajes que lograran conmover e influenciar a las audiencias, y usó todo ese talento para sentar las bases de PSF diez años atrás. "Sabía que, para tener impacto y apoyo, necesitábamos un mensaje poderoso. En una de nuestras primeras reuniones de equipo, en menos de una hora, ideé toda nuestra campaña inicial: Beat the Micro Beads (N. de la R: la traducción al español sería "Ganale a las micropartículas de plástico"). Tres meses después, éramos famosos a nivel mundial: hasta la CNN cubrió el tema y grandes multinacionales de consumo masivo empezaron a comprometerse a reducir las micropartículas de plástico de sus productos", se enorgullece.
Hoy, PSF es una voz fuerte y referente en todo lo que se refiere a polución plástica, tanto dentro como fuera del agua, y todavía más: "Lo que fuimos descubriendo, a medida que profundizamos en el asunto, es que el plástico está dentro nuestro, porque lo encontramos en casi todo, desde la pasta de dientes y las cremas de belleza que usamos (y no hablo sólo del packaging, sino del producto en sí que entra en nuestra boca y en nuestra piel) hasta la comida que comemos. Al ser tan ínfimos e invisibles, los microplásticos terminan en el agua que tomamos e incluso el aire que respiramos. La sopa plástica no está ya sólo en un océano remoto, sino en nuestra casa y en nuestro cuerpo", argumenta Westerbos.
La fundación, que hoy cuenta con un staff fijo de unas 25 personas, pero incluye también a un amplio equipo de científicos, divulgadores, periodistas y otros especialistas freelance, ya logró que las micropartículas de plástico sean prohibidas en industrias clave como las de la moda, cosmética y consumo masivo en más de diez países, incluyendo Francia, Suecia, Canadá, Corea del Sur y Nueva Zelanda. Además, en 2019, PSF publicó el primer Atlas de polución plástica de los océanos, un libro que desarrolla 60 aspectos del problema, pero también brinda 60 soluciones concretas para abordarlo desde múltiples frentes y estrategias.
Así y todo, saben que su cruzada recién empieza: según los propios números de PSF, más de la mitad de la producción de plásticos de la historia tuvo lugar desde el año 2000, y llegará a la cifra récord de 600 millones de nuevas toneladas anuales generadas solo en 2025. El packaging de productos representa el 39,6% del total de plásticos, mientras que el rubro de la construcción es responsable de otro 20,4% y la industria automotriz, del 9,6%. Y, si bien la investigación científica acerca del impacto de los microplásticos en la salud humana recién empieza, ya hay estudios preliminares que hablan de una relación directa con la aparición de enfermedades como asma, obesidad, infertilidad, diabetes y distintos tipos de cáncer.
Con todo esto en mente, PSF lanzó en 2020 la primera edición del Plastic Health Summit, y la segunda (disponible para asistentes de todo el mundo de manera virtual) se realizó en octubre de este año. Además, conformó la Plastic Health Coalition junto a otras 15 organizaciones internacionales dedicadas al tema y lanzó varias apps -entre ellas, una para identificar con un sólo click si los ingredientes de un producto incluyen micropartículas de plásticos y otra para que las personas puedan medir su huella plástica y obtengan consejos prácticos para arrancar una "dieta" de plásticos. En paralelo, trabaja activamente con niños y jóvenes mediante distintos programas educativos, con la convicción de que el apoyo de las nuevas generaciones es crucial.
"Se trata de devolverle el poder a las personas. Que todos podamos ver el problema, que esto es grave y que nos afecta a todos. Pero, también, que tenemos la capacidad de revertirlo. Ya se logró antes, con otros materiales, cuando descubrimos lo dañinos que eran; por ejemplo, la prohibición del asbesto. Tenemos que ir a la raíz del problema, no al final del ciclo de vida del plástico. Ese es el camino que estamos recorriendo ahora" cuenta la fundadora, entusiasmada como hace diez años, cuando decidió cambiar su vida por completo para hacer visible lo invisible.