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Movimiento Inspirador

La naturaleza pide silencio

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Lo primero fueron sensores dispuestos en el mar para evitar que ballenas -aturdidas por el ruido de los motores- chocaran contra los barcos. Luego la propuesta del bioacústico francés Michel André, quien contó con el apoyo de los Premios Rolex a la Iniciativa, se expandió a otros ecosistemas. Hoy sus oídos electrónicos se proponen vigilar todos los ecosistemas de la Tierra. Identifican y frenan en tiempo real posibles amenazas, desde la tala en el Amazonas hasta la caza en África.

19 Mayo de 2021 10.01

Plásticos, desechos industriales y derrames de petróleo contaminan los océanos tanto como el ruido. Los motores de los barcos que trasladan turistas amplifican el bullicio en un reino donde el sonido viaja cuatro veces más rápido que en el aire. Generan un alboroto que se convirtió en amenaza para los seres vivos que habitan el mar, sobre todo, para ballenas y delfines. Las consecuencias son graves: los animales pierden la audición o tienen dificultades para detectar el peligro o conseguir alimento.  

A principios de los '90, las muertes de cachalotes embestidos por barcos turísticos en las Islas Canarias, España, encendió una alarma. Para evitar nuevos accidentes, Michel André, un científico francés especializado en bioacústica, se lanzó a crear un sistema de escucha submarino para advertir a quienes comandan los barcos sobre las ballenas que se cruzan en su camino. El sistema WACS, por sus siglas en inglés (Whale Anti-Collision System), resultó sumamente eficaz. 

Michel André utiliza la bioacústica para estudiar y monitorear la rica biodiversidad del Mamirauá Sostenible Reserva de Desarrollo, que fue establecida por el fallecido José Marcio Ayres, compañero de los Premios Rolex a la Iniciativa 2002 por Laureado empresarial.

Recibí el Premio Rolex en 2002 por este proyecto que detecta los sonidos de los cetáceos y alerta al capitán para que no choque con ellos”, señaló este pionero en el arte de escucha la naturaleza y comprenderla. 

Gracias al incentivo de la compañía relojera, logró que su invento evolucionara de manera exponencial. Esos primeros prototipos antichoque se convirtieron en una red de monitores acústicos que dan vuelta por el planeta. Los oídos electrónicos hoy están en el mar y la superficie, y son claves para resolver distintos problemas ambientales. 

El mar habla 

André tenía unos 11 o 12 años cuando decidió que, en lugar de la carrera de veterinaria, iba a estudiar cómo comunicarse con los delfines. Primero cursó fisiología animal y bioquímica, y después biotecnología en su Toulouse natal. Al terminar, se mudó a Estados Unidos, ahí se especializó en bioacústica, una rama multidisciplinar que estudia el sonido de la vida. 

“Poder escuchar la naturaleza me ha llevado a entender que es demasiado frágil para ignorar el efecto de la actividad humana”, observa André, quien se desempeña como profesor de bioacústica en la Universidad Politécnica de Cataluña y como director del Laboratorio de Bioacústica Aplicada en Barcelona, España. 

En sus inicios, se abocó a investigar cómo el ruido causado por el hombre afecta de forma negativa a los animales que viven en el océano.  

El transporte marítimo genera un ruido de amplitud baja y muy invasivo que crea una capa sonora que, a largo plazo, produce dolencias crónicas, pero no letales. En cambio, cuando el ruido es de mayor intensidad, como el ocasionado por la prospección de petróleo, puede causar la muerte del animal si está a menos de 500 metros.

Hasta hace muy poco, la contaminación acústica del mar, por ser invisible e inaudible para los seres humanos, era ignorada. André le dio visibilidad y sus datos revelan que el impacto es nefasto.  

Para revertir el daño, instaló 150 sensores dispersos por aguas de todo el mundo que permiten monitorizar los niveles de contaminación acústica y sus efectos sobre la fauna marina, como parte de la iniciativa internacional Listen to the Deep-Ocean Environment (LIDO, “escuchar las profundidades oceánicas”), que coordina desde 2007.

Eco-oídos 

Pero no es solo el mar lo que atrae a Michel André: su propuesta se expande a la superficie. Desarrolló micrófonos sensibles y robustos, que hoy no solo coloca en los océanos, sino también en selvas, bosques, glaciares y desiertos para monitorizar continuamente e interpretar los sonidos tanto naturales como humanos usando la inteligencia artificial. 

“Debido a la atención que los Premios Rolex a la Iniciativa atrajeron sobre el estudio en el mar, pudimos ampliarlo a otras especies. Veinte años después del inicio del proyecto, se ha extendido. Estamos presentes en la mayoría de los océanos y las selvas del mundo. Creamos sensores adaptados para vigilar todos los ecosistemas de la Tierra: identifican automáticamente y en tiempo real dónde hay vida y a qué amenazas se enfrenta. Si hay personas cortando árboles en la Amazonia o cazadores furtivos en África, tenemos que alertar de su presencia para hacer que se detengan”, asegura.  

A su red de oídos electrónicos se sumaron otras investigaciones visionarias que recibieron el apoyo de Rolex. André colabora con el equipo formado por el fallecido José Márcio Ayres, también Laureado de los Premios Rolex a la Iniciativa en el año 2002, para monitorear la biodiversidad y evitar la tala de la selva amazónica. 

La idea inicial fue estudiar los botos (delfines rosados), pero una vez que se sumergió en la exuberancia verde detectó la necesidad de aprender más sobre la fauna local a través de los sonidos. Puso manos a la obra y colocó estaciones para identificar problemas e implementar las mejores soluciones . 

El derretimiento del hielo en el Ártico y la Antártida ha resultado en el desarrollo de nuevas actividades humanas. Esta perturbación en estos ecosistemas remotos puede provocar un cambio en el equilibrio de la biodiversidad polar.

“Ahora que cubrimos más de tres millones de hectáreas en la Amazonia, pasamos la información a las comunidades locales, que son los verdaderos guardianes de la biodiversidad”, afirma el científico. 

En los últimos años, André hizo proliferar sus cadenas de dispositivos de escucha incluso por desiertos, el Ártico y la Antártida, ampliando enormemente el alcance de su sistema de monitoreo de sonido global, que puede supervisar en tiempo real desde su laboratorio de Bioacústica Aplicada (LAB) de la Universidad Politécnica de Cataluña, así como de forma online desde cualquier lugar.  

“Los humanos tendemos a ignorar lo que no percibimos, pero somos parte de la naturaleza ?reflexiona el experto en bioacústica?. Y, gracias a la red de sensores, tenemos la oportunidad de comprender lo que debemos hacer por el futuro del planeta”.  

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