Suena una alarma en la Reserva de Canande?, en Ecuador. Eso significa que alguien está talando de manera ilegal esta región del Chocó, uno de los spot de biodiversidad más importante del mundo, que están desforestando a un ritmo abrumador. El 95% de su ecosistema fue arrasado.
Según la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza), en el planeta más de una hectárea de bosque tropical queda destruida o extremadamente degradada a cada segundo. La principal causa es la extracción de árboles de forma ilícita. Si esto sigue así, para el 2100 estos pulmones verdes del mundo podrían desaparecer, junto con enorme cantidad de fauna.
Gran parte de la culpa la tienen las organizaciones que se benefician de manera ilegal con la destrucción del bosque. Y la gente de la zona no obtiene ningún beneficio, asegura el tecnólogo estadounidense Topher White. ¿Cómo detener esta amenaza? Con teléfonos celulares Android antiguos vinculados a una plataforma de inteligencia artificial, el experto desarrolló un sistema que puede detectar motosierras en tiempo real y enviar alertas automáticas a las autoridades. Por este proyecto recibió en 2019 el Premio Rolex a la Iniciativa.
El diseño de estos oídos electrónicos se parece a una flor mecánica. Dentro de una caja, va el dispositivo junto a un micrófono altamente sensible. Por fuera, cuenta con cuatro antenas y paneles solares que permiten una operatividad constante. Se los instala cerca de las copas de los árboles, a unos 40 metros de altura, invisibles desde el suelo. Y registran todos los sonidos que se producen a tres kilómetros a la redonda. Con IA, son capaces de discriminar los ruidos de los animales de las motosierras, camiones madereros, personas, disparos. Si detectan estos ruidos ajenos a la naturaleza, el teléfono manda un mensaje de alerta con la ubicación a las autoridades locales, quienes deciden cómo actuar.
El sistema resulta mucho más ágil y económico que el monitoreo aéreo o el patrullaje, con el que se suele detectar la tala ilegal. Hoy cuenta con una red de 150 dispositivos de escucha que actúan como guardianes del bosque en sitios clave de Amazonas, Centroamérica y Asia.
Sonidos salvajes
White confiesa que siempre sintió fascinación por los sonidos de la naturaleza. Cuando de chico visitaba el zoológico de San Francisco, quedaba cautivado con los llamados sonoros de los monos siamang. Nunca se olvidó de estos animales. Incluso los recordó mientras estudiaba física e informática en la universidad. Pero fue recién en 2011 que decidió viajar para encontrarse con esta especie en su propio hábitat: Indonesia.
Trabajó de voluntario en una reserva de gibones en Borneo y fue ahí que ocurrió su ¡eureka! Se oían los gritos de los gibones y de otros muchos animales, como cálaos y cigarras. La cacofonía de sonidos era constante. En esa reserva había tres guardaparques que se dedicaban a proteger la zona de la tala ilegal. Un día que salieron a caminar se encontraron con que alguien acababa de cortar un árbol a unos pocos metros del santuario. Sin embargo... ¡nadie lo había oído!
Esa experiencia lo inspiró a crear los dispositivos para una escucha selectiva que pudiera ayudar a preservar la selva. Lo sorprendió descubrir que en plena naturaleza había señal de red. En medio de la nada, podía comunicarse por celular. Al principio pensé en poner cámaras en los bosques, pero sólo veríamos árboles a seis metros de distancia. La verdadera esencia del bosque está en sus sonidos, admitió White.
Su invento empezó a tomar forma y en 2014 fundó la ONG Rainforest Connection, desde la cual se abordó el diseño y la puesta en marcha de estos dispositivos que constan de un software llamado Guardián. A dos años de su primera visita a la reserva de monos, el experto en tecnología regresó a la selva tropical de Indonesia con un prototipo que estaba casi listo para la acción. Y funcionó. Menos de 48 horas después de que instalara su creación, recibió un alerta. Era una motosierra.
Luego replicó la experiencia en otras partes del mundo. Tuvo que sortear dificultades técnicas y obstáculos naturales impredecibles. En Perú, por ejemplo, montó el dispositivo y en dos días vinieron unas termitas y destruyeron cada pieza de caucho. ¿Quién podría predecirlo? En cada bosque diferente hay un nuevo problema a abordar.
Ampliar la escucha
Hoy Rainforest Connection está grabando audio de forma continua en más de 3 mil kilómetros cuadrados de bosque de una docena de países. Esa escala le dio a White una nueva idea. ¿Y si se usara la inteligencia artificial para escuchar algo más que motosierras? Hay un constante intercambio de sonidos que están repletos de información, advierte.
Hasta hace poco, estudiar un ecosistema a través de audios significaba sí o sí hacer trabajo de campo. Era necesario ir para grabar y luego quedaba la abrumadora tarea de escuchar horas para seleccionar las especies donde se quería poner el foco. La Big Data acelera y afina el proceso.
Rainforest Connection no sirve solo para detectar amenazas, sino que lo creamos con muchos otros fines en mente. Estamos recogiendo una enorme cantidad de sonidos, archivándolos y ofreciéndolos para el análisis, aclara White.
Esta biblioteca digital de datos acústicos sin procesar espera a que algún día se utilicen para la conservación. Cada canto de pájaro, chirrido de insecto y viento en las hojas queda como un tesoro digital. Reunieron más de 100 años de audio continuo de todos estos lugares increíbles y muy salvajes, a donde nadie va. Nunca se había podido estudiar esto en masa. La bioacústica es realmente una revolución tan significativa como la invención del microscopio, cuando se trata de comprender la ecología y la naturaleza.
Poner oídos a las selvas tropicales suena de ciencia ficción, pero White lo hizo realidad y le está sacando el máximo provecho posible. En los próximo dos años espera duplicar el alcance dentro de ecosistemas amenazados. Eso equivaldría a 400 millones de árboles protegidos y 30 millones de toneladas de CO2 almacenado. Por eso, aspira a ser la herramienta que usen las organizaciones conservacionistas, las fundaciones y los donantes para medir el impacto de las iniciativas de conservación.
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