El regreso de la naturaleza
Delfina Krüsemann Editor.
Delfina Krüsemann Editor.
Navegar por ellos es como deslizarse en el silencio. Un silencio inmenso que, paradójicamente, se puede escuchar. Solo lo interrumpe el sutil y relajante sonido del agua mientras se la atraviesa o, quizás, algún pájaro que canta entre los cientos que pueden avistarse en el lugar. El escenario de semejante espectáculo son los Esteros del Iberá, en la provincia de Corrientes, al sureste de la Argentina. Un entramado de arroyos, bañados y pantanos que emanan una mística absoluta. O, como los locales dicen, payé, que quiere decir "embrujo" o "hechizo" en lengua guaraní.
Douglas Tompinks, empresario estadounidense devenido ambientalista full life, fue presa de ese payé. A principios de los '90, decidió alejarse del mundo de los negocios (fundó dos de las marcas de ropa deportiva más importantes del mundo, The North Face y Esprit) y, algunos años más tarde, junto a su mujer Kris McDivitt Tompkins, llegó a estas tierras y se prometió no sólo cuidarlas sino, también, restaurarlas en todo su esplendor. Es que, por ese entonces, la zona estaba tan desprotegida que, entre otros daños que parecían irreparables, ya había perdido por completo la presencia del jaguar (o "yaguareté"), nada menos que el mayor felino del continente americano y el tercero del mundo, detrás del tigre y el león.
"Cuando conocimos Iberá, en 1997, estaba plagado de capibaras, caimanes y otras especies que se habían descontrolado porque no había depredador. El ecosistema estaba desbalanceado", rememoró McDivitt Tompkins para una cobertura especial que hizo la revista National Geographic en junio pasado. Ella también quedó hechizada por el lugar y dejó su cargo como CEO de otra importante marca de lujo outdoor, Patagonia, para acompañar a su marido en lo que, casi 25 años atrás, parecía imposible: recuperar el ecosistema original de Iberá, el segundo mayor humedal del mundo.
Un paraíso natural de 12.000 kilómetros cuadrados que, sobrevolándolo en avioneta, parecía prístino e infinito. Pero, al bajar al terreno, se hacía evidente su abandono. Es que, después de un largo periodo de caza descontrolada que se extendió hasta la década del '60 (los cueros y plumas cotizaban alto en el mercado internacional), ya casi no quedaba diversidad de fauna. Tampoco vivían ahí los humanos: emigraron cuando notaron que ya no quedaban animales por cazar. En definitiva, era un inmenso ambiente vacío, un escenario sin actores.
Los Tompkins invirtieron cientos de millones de dólares para comprar la mayor cantidad de tierra posible en Iberá y ponerla bajo el ala de su ONG, por entonces llamada Conservation Land Trust, hoy rebautizada Rewilding Argentina. El objetivo: llevar adelante, precisamente, un proceso de "rewilding" (sin traducción específica al español, sería algo así como "volver a lo salvaje"), para restablecer las condiciones originales del lugar y reintroducir las especies extintas, y en paralelo gestar la donación de esas mismas tierras al gobierno argentino en pos de cofundar un gran Parque Nacional Iberá (esto se cumplió a fines de 2018 y, desde entonces, los Tompkins llevan donadas casi 6 millones de hectáreas a los gobiernos de Chile y Argentina, que significaron la creación de 13 nuevas áreas protegidas.)
Hoy, el Parque Nacional Iberá no sólo es uno de los destinos más buscados por los amantes de la naturaleza alrededor del globo, con una oferta e infraestructura turística en armonía con la naturaleza, sino que además se convirtió en un caso modelo de rewilding sobre el que medios internacionales -New York Times, Forbes, The Washington Post, The Guardian, CNN, Reuters y la lista sigue- no se cansan de relatar.
El secreto: Douglas y Kris entendieron desde el minuto cero que no podrían hacerlo solos. No se trataba sólo de trabajar codo a codo con los gobiernos locales y convocar a los profesionales más aptos y apasionados de la Argentina para sumarse al proyecto (biólogos, veterinarios, técnicos, guardaparques). También tenían que lograr involucrar a los habitantes de la provincia de Corrientes, para que la propia comunidad fuera protagonista de la transformación y se sintiera orgullosa del tesoro natural, la única manera genuina de garantizar su cuidado a largo plazo.
Desde entonces, fauna emblemática de los Esteros que estaba extinta como el oso hormiguero, el venado de las pampas, el pecarí de collar y el guacamayo rojo volvió a poblar el área gracias al programa de reintroducción de especies de mayor envergadura de Latinoamérica. "Rewilding significa trabajar activamente para que las especies extintas localmente por acciones humanas puedan volver a ocupar los territorios que habitaban, restableciendo las relaciones e interacciones que mantienen sanos a los ecosistemas. Para lograrlo, trabajamos de dos maneras. Por un lado, rehabilitando animales heridos o provenientes del cautiverio, que son trasladados a zonas seguras para que, luego de un intenso trabajo, puedan ser salvadas. Por otro lado, también trasladamos animales sanos desde parques nacionales y otras áreas protegidas hacia nuestras áreas de restauración, para ayudar a crear nuevas poblaciones saludables", explican desde la organización.
Dentro de todos los hitos alcanzados por la fundación, el regreso del majestuoso yaguareté se coronó como el máximo exponente de este modelo social, cultural y económico que ya dejó de ser una utopía y es, lisa y llanamente, una realidad. En el Centro de Reintroducción del Yaguareté (CRY), emplazado en la isla de San Alonso, en el corazón de Iberá, se crían y rehabilitan jaguares para que luego puedan vivir con éxito y por su cuenta en la naturaleza, recuperando así su lugar como predadores en la cima del ecosistema local.
Los primeros ejemplares, donados o cedidos por diferentes zoológicos de Argentina, Brasil y Paraguay, llegaron en 2015. En 2018, Tania, una hembra sin una pata, dio a luz a los dos primeros cachorros nacidos en Iberá en por lo menos 70 años. El 7 de enero de 2021 llegó por fin la liberación de los primeros yaguaretés: la hembra Mariua y sus cachorros Karai y Porã. Tres meses después, los pequeños Sagua'a y Sãso, junto a su madre Juruna, también emprendieron la vida en libertad. Según los expertos que llevan adelante el programa (y que monitorean cada paso de los jaguares liberados mediante GPS satelital), en las próximas décadas, el parque podría contar con unos 100 jaguares. En toda la Argentina, se calcula que quedan apenas unos 200 o 300.
En guaraní, Iberá quiere decir "aguas que brillan". Es que sus inmensos cuerpos de agua reflejan cada salida y puesta del sol, cada árbol que se balancea con el viento, cada bandada de pájaros que surca el cielo, y cada animal que se acerca a sus costas en busca de hidratación. Ahora, su nombre vuelve a hacer honor a su significado profundo: los esteros brillan, en todo sentido, más que nunca.