La promesa que hizo Trump y podría afectar negativamente al sector energético
El presidente electo propone declarar una emergencia energética nacional en los Estados Unidos. Esto podría suscitar riesgos económicos para muchas empresas del sector que operan en el país norteamericano.

El sector petrolero tiene ciclos raros de crecimiento y caída. En un intento por darle un empuje, el presidente electo Donald Trump planteó declarar una emergencia energética nacional. Según él, Estados Unidos enfrenta "una producción, transporte, refinación y generación de energía insuficientes".

Para solucionarlo, propone medidas polémicas: frenar la producción de energía eólica marina, perforar en el Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico y en la Reserva Nacional de Petróleo, y usar todas las herramientas gubernamentales para "facilitar el suministro, la refinación y el transporte de energía en la Costa Oeste, el Noreste y Alaska".

Sin embargo, esta idea de una supuesta crisis energética no tiene mucha base. Además de las consecuencias negativas para el cambio climático, estas medidas podrían terminar perjudicando a muchas compañías pequeñas y medianas del sector, dejando todo el poder en manos de las más grandes.

Estados Unidos pasó por verdaderas crisis energéticas en el pasado, como el embargo petrolero árabe en los años 70 o los momentos de sobreoferta que destrozaron a los productores locales con precios bajos. Pero los datos de hoy demuestran que EE.UU. es el mayor productor de petróleo crudo del mundo, con un 20,1% de la producción global, según el Informe estadístico de la energía mundial del Energy Institute. También lidera en gas natural, con un 25,5% del total mundial.

Estos números muestran que no hay una amenaza inminente de escasez de productos derivados del petróleo. De hecho, el dominio estadounidense en este mercado no es algo nuevo; viene siendo así desde hace años. Además, el precio de la gasolina, que hoy ronda los US$ 3,04 por galón, según el Banco de la Reserva Federal de St. Louis, no está ni cerca de niveles alarmantes.

Precios nacionales de la gasolina a lo largo del tiempo.

Gran parte de la producción energética en Estados Unidos depende del fracking, una técnica costosa que implica inyectar químicos a alta presión para liberar petróleo y gas de formaciones rocosas. Sin embargo, esta tecnología se enfrenta a desafíos, ya que el petróleo no es un recurso renovable. Por eso, es clave invertir en fuentes de energía alternativas como la eólica, solar, maremotriz, geotérmica y nuclear. Apostar solo al petróleo y el gas, mientras se pone freno a otras alternativas, parece más un negocio para intereses corporativos o políticos que una estrategia nacional seria.

El negocio del petróleo es cíclico, y eso trae riesgos importantes para quienes invierten en él. Las oscilaciones en los precios, causadas por desequilibrios entre oferta y demanda, suelen ser devastadoras para las pequeñas y medianas empresas, sobre todo las que usan tecnologías costosas como el fracking. 

Un ejemplo claro fue entre 2014 y 2016, cuando el exceso de oferta global hundió los precios del petróleo a niveles que muchas compañías estadounidenses no pudieron sostener. Según el Banco Mundial, esa caída fue causada principalmente por un aumento en la producción estadounidense, menos tensiones geopolíticas y cambios en las políticas de la OPEP.

 En un intento por darle un empuje, el presidente electo Donald Trump planteó declarar una emergencia energética nacional. 

En estas crisis, las grandes petroleras suelen salir ganando porque compran los activos de las más pequeñas que no logran sobrevivir. Pero estas dinámicas tienen consecuencias negativas para los trabajadores, las comunidades locales y los inversores, que ven cómo sus retornos caen o, directamente, pierden sus capitales.

Quizás la Casa Blanca piensa que expandir la producción de petróleo y gas va a generar más demanda y, con eso, reactivar la economía nacional. Pero si esa demanda no existe desde antes, como lo indicarían los precios bajos y la caída en el consumo de derivados, aumentar la producción no necesariamente va a mejorar la economía. Al contrario, puede causar grandes pérdidas para los inversores y mantener un modelo que no es sostenible a largo plazo.

Este enfoque parece más una jugada riesgosa que una solución energética real, y podría traer problemas tanto para las empresas del sector como para la economía en general.

*Con información de Forbes US.