Para invertir en el mercado, no solo hay que dominar una serie de conocimientos, tales como análisis financiero, gestión del dinero, control del riesgo, etcétera, sino que también hay que conocer los enfoques o las filosofías de inversión que se utilizarán, ya que de ellas dependerán las estrategias a seguir. En términos generales, podrían clasificarse en dos: inversión pasiva e inversión activa.
Inversión pasiva
La inversión pasiva es aquella que busca seguir el comportamiento de un determinado mercado: si el mercado sube, el portafolio creado subirá en la misma medida; si baja, caerá de igual forma. Básicamente, este enfoque busca dejarse llevar por la evolución natural de los mercados, sin importar su tendencia.
Existen numerosas formas de aplicar la inversión pasiva para ganar dinero, pero, en la actualidad, la más común se basa en adquirir un fondo cotizado (ETF, por sus siglas en inglés) de un índice representativo como el S&P 500, el Nasdaq 100 o el Dow Jones, entre otros.
De esta forma, el inversor solo está expuesto al riesgo sistemático del mercado, es decir, al riesgo natural e inevitable, ya que, si una empresa quiebra o su precio cae mucho, los encargados de crear los índices la reemplazan por otra.
A simple vista, podría parecer que esta metodología de inversión es poco rentable, sin embargo, quien invirtió en el ETF del S&P 500 (SPY) en octubre del 2000, ganó cerca de un 377% en dólares hasta octubre de 2021, lo que se traduce en un rendimiento anual promedio de casi el 18%. Y este gran retorno fue posible incluso comprando casi en el pico de la burbuja puntocom y atravesando la crisis subprime.
La principal ventaja de esta clase de inversión es que es extremadamente sencilla porque solo basta con escoger uno o varios fondos o activos y tener paciencia. De hecho, hay que tener mucha paciencia, principalmente debido a que el mercado puede atravesar fuertes y largos periodos de bajas que no todos los inversores pueden soportar.
Inversión activa
En contraposición, se encuentra la inversión activa, la cual, como indica su nombre, se centra en adoptar una postura activa frente al mercado y así tratar de vencerlo, es decir, de obtener un retorno superior al de todo el índice de referencia.
En este caso, hay que dominar una serie de habilidades más amplias, ya que no solo hay que saber escoger activos por sus aspectos fundamentales (ventas, ingresos, ganancias, deudas, penetración de mercado, situación macroeconómica, variables microeconómicas, contexto político y social, etc.), sino también conocer algunas herramientas de análisis técnico (soportes y resistencias, líneas de tendencia, indicadores, retrocesos y expansiones de Fibonacci y demás).
Además, por si esto fuera poco, también hay que saber utilizar y armar estrategias con derivados financieros como los futuros y las opciones para poder ganar dinero en épocas en las que los mercados están cayendo.
Por otra parte, al tener que comprar y vender de una forma más frecuente, también es fundamental aprender a gestionar el riesgo y el dinero de forma efectiva, ya que es necesario dominar el tamaño de las posiciones para sacarles el máximo provecho económico posible.
¿Qué estrategia es mejor?
Al igual que sucede con otros apartados del mercado de capitales, no es posible determinar qué estrategia es mejor por el simple hecho de que todo depende del perfil del inversor y de sus necesidades y objetivos. Sin embargo, los individuos podrán sentirse más cómodos con una u otra filosofía de inversión de acuerdo a sus conocimientos, habilidades, experiencia y niveles de compromiso.
Si el inversor es un experimentado conocedor de los mercados, capaz de analizar los aspectos fundamentales y técnicos de un activo, con la fortaleza suficiente para comprarlo o venderlo cuando la estrategia lo amerite y con el tiempo que requiere seguir de cerca un mercado, entonces la inversión activa podría ser la adecuada, aun sabiendo que puede obtener peores resultados que los del índice de referencia.
Por el contrario, si el inversor está dentro de la mayoría que solo quiere incrementar su capital como complemento en el largo plazo y destinando la menor cantidad de esfuerzo posible, entonces, definitivamente, tiene que optar por una estrategia de inversión pasiva.
De todas formas, siempre existe la posibilidad de combinar lo mejor de ambos mundos. Por ejemplo, tener posiciones de largo plazo que se mantienen en cartera sin importar si suben o bajan (estrategia pasiva) y un determinado porcentaje destinado a tratar de vencer al mercado aprovechando los contextos financieros (estrategia activa).