A nivel global, las dudas sobre el rebrote del COVID-19 escalan de la mano del nuevo pico de contagios en Estados Unidos, mientras el número de nuevos casos y muertes sigue de largo en el mundo en desarrollo. Estos temores en el país del norte conviven con datos de actividad y empleo de un mes rezagado, que muestran un rebote significativo respecto de los datos de abril. Y también con mercados financieros que ya en abril se habían desacoplado de la dinámica de los contagios y la actividad, con el accionar de la FED, el Banco Central Europeo y el de Japón inyectando liquidez y comprando activos financieros.
Mercados que en el último mes transformaron la normalización de mayo en cuasi euforia buscando primero lo bueno y barato y, a medida que esto se acababa, lo barato, incluyendo riesgo emergente y de empresas en sectores dañados profundamente por la pandemia. En efecto la brusca salida de capitales de marzo y abril de LATAM se revirtió totalmente durante junio con buena parte de los países de la región retornando a los mercados de crédito.
En el último mes y medio colocaron deuda Perú, Chile, Uruguay, Brasil, Colombia, México y Paraguay, con tasas entre un 2,5% y un 4,5%, dependiendo del plazo, y Ecuador acordó la reestructuración de su deuda con los mismos grupos de bonistas con los que aún no logra cerrar la Argentina. Recordemos que este país había negociado un stand still en abril para evitar el default en el marco de un programa con el FMI.
Las proyecciones del FMI sobre el PIB global que en enero mostraban un crecimiento del 3% apuntan hoy a una caída de casi el 5%, en tanto los datos de la OECD hablan de un desplome mayor, un 6% pero que podría escalar al 7,6% si el rebrote del COVID se hace efectivo.
Las caídas del PIB son generalizadas y dependen no solo de la duración de las cuarentenas, sino también del ensañamiento del virus y de la estructura productiva. Lo mismo el salto en el déficit fiscal para financiar medidas compensatorias.
El 26% de la caída acumulada desestacionalizada entre abril y febrero que mostraron los datos del EMAE (proxy mensual del PIB) contrastan contra caídas del 41% en Perú, 18,4% en México y 13,9% en Chile. En México la cuarentena fue muy laxa, en Chile arrancó laxa y luego debió ajustarse, y en Perú las rigideces fueron aún mayores que en la Argentina. Si bien en Argentina siguen subiendo los casos, la foto comparada de principios de la semana pasada muestran que las muertes por millón de habitantes generadas por el COVID-19 se ubican en 35, bien por debajo de los 337 casos de Chile, los 248 de México y los 332 de Perú.
Obviamente, la capacidad de las economías para hacer frente a esta situación es ciertamente menor en el mundo en desarrollo que en el desarrollado, y todavía menor en países como la Argentina, que como venimos sosteniendo no tiene crédito, ni ahorros ni moneda.
Recalculando. Nuestras proyecciones para 2020 no se escapan de esta volatilidad. En los últimos tres meses, a medida que se va devengando información y la cuarentena se sigue extendiendo, venimos corrigiendo hacia el alza las del déficit fiscal, mientras que las de crecimiento caen más y las de inflación se moderan. Parados a hoy, la economía caería un 10,5%, el déficit fiscal antes de intereses superaría los 7 puntos del PIB, y la inflación se modera a niveles algo arriba del 40% con una inflación acumulada en seis meses menor al 13 por ciento. Obviamente, el escenario sigue dependiendo no solo de la duración de la cuarentena, sino fundamentalmente de cuatro variables que van a definir tanto el cierre del año como, fundamentalmente, el arrastre para 2021. Estas son:
A) La liquidez global.
B) El curso de la negociación de la deuda, cuya enmienda fue presentada a principios de julio en la SEC con una oferta sustancialmente mejor que la inicial, pero sin haberla consensuado con dos de los tres grupos de bonistas.
C) La capacidad para consolidar las cuentas fiscales en la postpandemia y frente al año electoral, esto es que los gastos crezcan por debajo de los recursos en 2021 y el déficit caiga a 2% o 3% del PIB.
D) La negoción con el FMI para descomprimir la concentración de vencimientos que arrancan un mes antes de las elecciones de octubre 2021 y se concentran en 2022 y 2023.
Partiendo de un violento ajuste que acomodó por las malas los precios relativos y restauró el superávit de las cuentas externas, y con un gobierno con caudal político para manejar la puja distributiva, el margen para estabilizar y apuntalar el rebote de la economía en el año electoral aparece, pero depende de la agenda marcada en los cuatro puntos anteriores, que son necesarios para evitar un escenario peligroso de aceleración de la inflación que termine abortando el rebote.