El que se quemó con leche ve la vaca y llora, reza un dicho popular entre los productores agropecuarios. Y vaya si han llorado en los últimos meses en el campo y también en los gobiernos nacional y provinciales. La metáfora vale para explicar el sentimiento que hoy atraviesa a una parte cada vez más relevante de los analistas del sector agroindustrial, lo que encendió las alertas entre los productores.
Aunque nadie quiere afirmarlo con todas las letras, ni siquiera sugerirlo, la eventualidad de una nueva sequía en la próxima campaña gruesa, la 2024/25, es cada vez más tangible.
Y podría tener un impacto incluso peor que el que se observó en la cosecha 2022/23 y la campaña triguera 2023/24, porque la nueva sequía encontraría a los suelos en peor condición hídrica, con apenas un año de precipitaciones entre normales y moderadas, luego de tres años de estrés hídrico extremo, con pérdidas de más del 50% en la producción de los principales cultivos, soja, maíz y trigo, el año pasado.
“Puedo asegurar que va a haber una Niña, viene firme”, destacó una fuente consultada por Forbes Argentina, que pidió reserva de su identidad, e indicó que según los modelos de proyección disponibles el efecto Niña se instalaría nuevamente en la última parte el año, a partir de la primavera.
La precaución de la fuente responde especialmente a que el país y la economía viven un momento muy delicado y la sensibilidad está a flor de piel. Tanto los productores – que se verían muy afectados- como el Gobierno, le prenden velas a la cosecha gruesa en curso, esperando el ingreso de dólares a las reservas del Banco Central. Y nadie quiere aparecer como el que levanta la polvareda.
Luces amarillas
Las alarmas se iniciaron a fines de enero a partir de un informe del Instituto Internacional de Investigación para el Clima y la Sociedad (IRI), dependiente del Columbia Climate School, que elabora en forma mensual los pronósticos denominados ENSO (El Niño, La Niña and the Southern Oscillation).
“Casi todos los modelos en el pronóstico de predicción de ENSO del IRI se pronostican después del evento de El Niño durante el resto del invierno boreal y la primavera de 2024, que se debilita rápidamente a partir de entonces. Las condiciones ENSO-neutrales se convierten en la categoría más probable en abril-junio y mayo-julio de 2024”, detalla el informe.
Y agrega: “Para junio-agosto de 2024, ninguna categoría se destaca como dominante, siendo ENSO-neutral y La Niña casi igualmente probables. Para julio-septiembre de 2024, La Niña se convierte en la categoría más probable, con una probabilidad del 58%”.
El pasado 28 de enero el diario australiano ABC News publicó que esa probabilidad de ocurrencia de La Niña llegaría al 62%, “muy por encima del promedio climatológico del 25% de los años en un estado de La Niña”.
Los informes coinciden con los pronósticos temporales de la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA), dependiente del Departamento de Comercio de Estados Unidos, que alerta sobre la ocurrencia de un nuevo fenómeno La Niña “entre mediados y finales de 2024”. Éste incluye “mayores riesgos de una sequía generalizada en EE.UU. y una intensa temporada de huracanes en el Atlántico”.
Golpe en el sur
Aunque el informe no se refiere específicamente al hemisferio sur, sí está claro que la ocurrencia de La Niña al norte del Ecuador también se dará en el sur, de modo que tras el invierno meridional la posibilidad parece más cercana. De ser así, sería el cuarto año Niña de los últimos cinco.
Desde la Oficina de Riesgo Agropecuario (ORA) de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, suscriben los informes que indican un cambio de El Niño a La Niña, que se daría en la segunda mitad del año.
En las principales áreas productivas de la Argentina, tras algunas semanas de calor intenso y falta de lluvias se prevé que “en febrero se irán regularizando las precipitaciones y los modelos indican la prevalencia de El Niño, con un otoño neutro, no de excesos hídricos ni sequía”, explicó Cecilia Conde, jefa de Estimaciones Agrícolas de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires.
Para las próximas dos semanas se esperan lluvias “que van a frenar el deterioro”, que por la reciente ola de calor (con temperaturas arriba de los 40°) y el estrés hídrico ya ha generado pérdidas -difíciles de cuantificar- en maíces tardíos y soja de segunda en muchas localidades del área productiva, remarcó Conde.
Cristian Russo, jefe de Estimaciones de la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR), coincide en que “se ven cultivos de segunda (soja) en mal estado y pérdidas” en muchos campos. Con esta realidad es muy difícil evaluar las pérdidas y estamos ante “un final abierto”. Es decir, cuando el Gobierno evaluaba una buena cosecha de soja y maíz -y el consecuente ingresos de divisas- ahora todo está bajo análisis.
“Hay que ver lo que pasa con las lluvias, los próximos 10 o 15 días son clave para determinar el resultado de la campaña gruesa”, señala Russo. El punto central es que, luego de tres años Niña, las napas no tienen suficiente carga de humedad. “Hay un déficit de 1000 mm que no se resolvió” con las lluvias de este año, explica el experto.
Por eso ante la alternativa de otro evento Niña es muy importante saber cómo quedan los suelos. “Las napas están complicadas. La reserva hídrica no se repuso en estas semanas”, señaló en el mismo sentido Cecilia Conde.
Sobre el escenario de mediano plazo, ambos alertaron que el partido está en juego. “Recién en abril podremos tener una idea más clara de lo que va a pasar en el próximo semestre”, indicó Conde. Una mirada semejante a la que tiene Russo, para quien “empieza a haber luces amarillas hacia septiembre-octubre, con temperaturas compatibles con un escenario Niña”.