El miércoles de la semana pasada, el ministro de economía Sergio Massa anunció la recompra de deuda emitida por el Estado argentino a través del BCRA. En un contexto en el que el dólar blue se despertaba del aletargamiento de los últimos meses, la estrategia del gobierno fue la de mostrarse poderoso y aplacar temores por un futuro default o de una corrida cambiaria. El mercado, sin embargo, rápidamente entendió que el anuncio de Massa no era sino otra jugada más de distracción: los bonos subieron, pero la Bolsa porteña y los ADRs argentinos en Nueva York se derrumbaron y el dólar continuó su escalada.
Y es que, cuando se observa la letra chica de la recompra de bonos, surgen muchas dudas que el gobierno no puede responder sin incomodarse.
Por sí sola, la acción de Massa debería representar un escándalo desde el momento en el que un integrante del poder ejecutivo instruye al BCRA acerca de lo que tiene que hacer: ni siquiera se mantiene la fachada de un banco central independiente.
Pero más allá de ese tema, ¿por qué dedicar mil millones de los escasos dólares en poder del Estado argentino a pagar deuda? ¿Acaso no era la falta de dólares la excusa del cierre a las importaciones o la justificación de instrumentos como el dólar soja? ¿Por qué subsidiar los dólares financieros que facilitan la supuesta fuga siempre denunciada por el kirchnerismo?
En efecto, la recompra de bonos es una medida insólita en la medida en que es precisamente la falta de dólares la razón en la que se escuda el gobierno para justificar sus problemas. Porque lo cierto es que, además de las dificultades que se presentan hasta hoy y que surgen de la voluntad del gobierno por controlar su precio, es probable que esa escasez desde el punto de vista gubernamental se intensifique en los próximos meses si la cosecha es tan mala como parece que lo será.
En otras palabras: el gobierno tiene unos pocos dólares que consigue a través de medidas que paralizan la economía, prevé tener menos en los próximos meses y aún así los gasta en pagar unos bonos que no tienen vencimiento cercano, que ya se habían encarecido un 50% en los últimos meses y que no alcanzan a representar el 1% del total que debe el Estado.
La recompra de bonos solo se entiende en el contexto de la política económica del humo que es practicada por Sergio Massa desde el día que asumió como ministro de Economía. Los anuncios efectistas y la búsqueda de sorprender probablemente respondan al hecho de que Massa necesita esconder, de cara a sus propios votantes, el ajuste fiscal que tímidamente lleva a cabo para cumplir con el acuerdo con el FMI.
Estas maniobras de distracción, en este sentido, pueden ser interpretadas de forma indulgente o severa, pero lo cierto es que el mercado parece haberse acostumbrado a ellas. Así como los votantes desconfían de Massa, que es visto como un político que puede adoptar cualquier postura según le sea conveniente, también los inversores parecen entender que nada en él es lo que parece.
Para colmo, la compra de deuda despierta suspicacias por el alto volumen de bonos operado en los días previos al anuncio, lo cual pone en disputa la idea de una política económica del humo para peor porque da sustento a quienes afirman que simplemente se trató de una maniobra para ayudar a amigos beneficiados por la filtración de la noticia.
Quizás nunca sabremos qué es lo que realmente pasó: la posible comisión de este delito es investigada por la Comisión Nacional de Valores que depende del Ministerio de Economía, es decir que Massa investigará el anuncio de Massa.
¿Quis custodiet ipsos custodes? La reacción de la oposición y los malos resultados hacen difícil que el tema pueda ser puesto bajo la alfombra, pero el Gobierno controla la investigación de lo que hizo el Gobierno.
Incluso si uno cree que Massa y sus funcionarios actuaron de buena fe, sin embargo, los resultados han sido francamente decepcionantes.
Si el Gobierno buscaba aplacar la corrida contra el peso, no lo logró: el dólar blue tocó nuevos récords nominales.
Si quería una forma eficaz de intervenir en el mercado y saltearse las restricciones del FMI para hacerlo, no la encontró: los dólares financieros también aumentaron.
Si trataba de acercarse a un mercado que desconfía de él, tampoco lo consiguió: en definitiva, si el Gobierno intentaba mostrar fortaleza ante la incertidumbre, una vez más fracasó. En el interín, sus propios votantes quedan confundidos ante los gestos de buena voluntad a los que en teoría son sus enemigos, que es la forma en la que siempre el kirchnerismo ha definido al capital financiero.
La situación de Massa en el ministerio de Economía se parece a la de una partida de póker donde un jugador está a punto de perder y apuesta consistentemente todo lo que tiene. Una vez puede salir bien, quizás incluso dos o tres; pero si uno se encuentra permanentemente con la soga al cuello y espera que engaños espectaculares siempre lo salven, está siendo un iluso: tarde o temprano será predecible.
De la misma forma, en líneas generales, la política económica de la distracción puede ser efectista pero no sostenerse demasiado en el tiempo. Massa entendió que las expectativas pueden determinar el éxito o el fracaso de un plan y juegan un rol crucial en la economía: el problema es que, cada vez más, las genera en su contra.