La renuncia del ministro Martín Guzmán ha traído al primer plano las discusiones por la política económica del gobierno de Alberto Fernández. El relato típico, en este contexto, es el que sostiene que existen dos grandes corrientes: una, liderada por el presidente y su ex ministro, que busca normalizar la economía y específicamente avanzar hacia el equilibrio fiscal; y la otra, liderada por la vicepresidenta y sus funcionarios, que busca insistir en el modelo económico kirchnerista tradicional donde el déficit no es un problema.
¿Se condice en este caso el relato con la realidad? La idea de que existen diferencias sustanciales en las visiones económicas del gobierno de Alberto Fernández puede ser debatible.
Es verdad que Cristina Fernández de Kirchner no es hoy formalmente la presidenta porque entendió en 2019 que debía sumar rivales internos, pero eso no implica que en el Frente de Todos existan filosofías económicas diversas. Sí, Guzmán hablaba de equilibrio fiscal, pero al término de su gestión el gasto público crecía al 90% interanual (un nivel superior al de los ingresos) y sin la excusa de una pandemia. Sí, se suponía que Fernández traería racionalidad al kirchnerismo y por lo tanto moderaría sus impulsos intervencionistas, pero él fue el primero en defender los 21 impuestos que fueron creados o subidos desde el inicio de su presidencia, en acusar a los empresarios por la inflación galopante o en ponerse al frente de la fallida estatización de Vicentín, entre otras iniciativas.
Quizás la división política del gobierno no tenga por qué ser económica. Pero supongamos por un momento que lo es y que realmente el presidente Fernández y la vicepresidente Kirchner tienen distintos modelos de país en la cabeza: ¿por qué sería racional esperar que la situación mejorase si el presidente, incluso si tuviera buenas ideas para el país, no puede obtener siquiera apoyo interno para ellas?
Si el ala racional del gobierno, la que acuerda con el FMI y al menos dice que quiere cumplir con las metas establecidas, puede ser presionada hasta el punto de que el presidente deba sacrificar a un funcionario propio, ¿qué cabe esperar de lo que vendría si finalmente perdiera la pulseada a manos de funcionarios que no creen, por ejemplo, en que existe una relación entre la emisión monetaria y la inflación?
En el contexto de esta pelea, se hace notar aquí un problema de origen que ha sido ya señalado por distintos analistas: una coalición electoral no es lo mismo que una coalición de gobierno. Pero de lo que quizás no se habla tanto es del problema que esto genera a futuro y del que quizás distintos actores políticos pueden aprender: los resultados de priorizar una coalición electoral por sobre una coalición de gobierno pueden conducir no solamente al fracaso de la segunda, sino también de la primera. En otras palabras, es posible que personas que se odian se junten para obtener un premio, pero bien pueden perderlo si no hacen las pases. En este sentido, hay quienes creen que parte del fracaso de Mauricio Macri en obtener su reelección se debió a problemas de gobernabilidad para implementar su política económica que, al menos en parte, estuvieron relacionados a las propias contradicciones de Cambiemos. Y si uno adscribe a la teoría de que existe una interna por ideas dentro del actual gobierno, no es difícil emitir un diagnóstico similar para Alberto Fernández.
En cualquier caso, el panorama luce oscuro. Si la división del gobierno obedece realmente a la existencia de diferentes doctrinas económicas en pugna, entonces la inconsistencia de las medidas que se tomen asegurará su fracaso: no tendrá sentido insistir en medidas como la segmentación de tarifas, como quizás le gustaría al ala racional, si el Estado de todas maneras planea gastar miles de millones de dólares en subsidiarlas, como busca el ala irracional.
Por el contrario, si la división del gobierno en realidad no es tal y solo hay una concepción de la economía que prevalece, entonces es el propio contenido de esas ideas las que llevarán a un cataclismo: por más de que Cristina Kirchner sostenga que en Argentina mueren las teorías económicas, la combinación de déficit fiscal permanente y mercados de deuda cerrados solo pueden llevar a una inflación cada vez más acelerada, con todo lo que ello implica para el funcionamiento de la economía.
En lo inmediato, es de esperar que continúen las tensiones en el Frente de Todos, que unos podrán adscribir a los resultados de una mala política económica y otros a la existencia de múltiples políticas descoordinadas entre sí. La flamante ministra Silvina Batakis parece acordar con el programa de Guzmán, lo cual garantiza la reaparición de problemas en el corto plazo; de otra forma, el ministro seguiría siendo Guzmán porque no habría habido ningún motivo para reemplazarlo. Si la política económica de asfixia impositiva y gasto público extravagante continúa, Batakis fracasará por su propio peso; y si se propone cambiarla pero no obtiene apoyo interno para hacerlo, su destino no será muy distinto.
Un barco cuyo timón es tironeado por dos personas a la vez no tiene rumbo y probablemente choque contra lo primero que se le cruce, pero un barco que es conducido por una sola persona no llegará a buen puerto si el capitán es ciego: así se podría resumir la situación en la que se encuentra Argentina hoy y que es improbable que cambie por lo menos hasta que termine este gobierno.
Si en 2023 los argentinos eligen una alternativa diferente, entonces podrá analizarse si la nueva administración tiene un rumbo y si ese rumbo es o no bueno: hoy, ninguno de los análisis posibles culminan en un escenario optimista. Bien hacen los argentinos en protegerse de un gobierno que no les traerá ninguna alegría.