En las últimas semanas ha recrudecido el debate entre los economistas del Gobierno y la oposición acerca de la herencia fiscal que dejará el peronismo a partir de diciembre de 2023. El tema es, como hace décadas, polémico, porque la situación del Estado es vulnerable: en este sentido, desde Juntos por el Cambio y otros espacios se habla de la bomba que espera al próximo gobierno, mientras el kirchnerismo niega que dicha bomba exista mientras sostiene que lo que recibió en 2019 sí lo era.
Si uno se pone en la posición de abogado del diablo, podría resumir el argumento kirchnerista de la siguiente manera: Mauricio Macri había recibido en 2015 un Estado sin un nivel alto de deuda pero entregó un país endeudado no solamente con tenedores internos sino con el peor prestamista posible, el Fondo Monetario Internacional.
El gobierno, según esta línea, habría tenido las manos atadas para hacer grandes cambios en un contexto al que hay que sumarle el gasto extra motorizado por la pandemia.
El relato kirchnerista sobre la situación fiscal, sin embargo, es falso o engañoso en términos de sus supuestos, su razonamiento y sus conclusiones. Respecto de los supuestos, ya se ha mostrado que la deuda pública del Estado en 2015 no solo no era era inexistente, pues rondaba los 240 mil millones de dólares y había aumentado así respecto al 2003, sino que solo era baja en la medida en que el kirchnerismo tenía cerrados los mercados de deuda debido a su propio incumplimiento con los holdouts en el proceso de reestructuración.
Por ese motivo, y en un contexto en el que el kirchnerismo convirtió uno de los mayores superávit fiscales de la historia en uno de los déficits más profundos, el gobierno se endeudaba con prestamistas como Hugo Chávez a tasas altísimas en dólares o simplemente imprimía dinero: no se debe olvidar que a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner se les debe la vuelta de la inflación, que había desaparecido de la economía argentina en la década del '90. La manipulación de los datos del INDEC no pudo esconder un índice que en 2015 ya era anormalmente alta y se acercaba a los 30 puntos.
Respecto del razonamiento kirchnerista, el creciente déficit fiscal que dejó Cristina Fernández en 2015 es el que en gran parte explica el crecimiento de la deuda bajo el gobierno de Macri.
El déficit no solamente era el más alto que se registraba desde la década del 80, sino que además el gasto público había aumentado sin control desde 23 puntos en 2003 hasta 41 en 2015 y era en gran parte inflexible al tratarse de gasto social, lo cual dificultaba su reducción.
Pero Macri, a diferencia de CFK, gozaba de la confianza de los inversores, y pudo al principio de su mandato cubrir con deuda el tiempo que se suponía que tomaba eliminar el déficit. Solo cuando se hizo evidente que la política fiscal no era consistente con la monetaria y se empezó a sospechar que el kirchnerismo interrumpiría cualquier plan de normalización de la economía es que los inversores huyeron de la Argentina y Macri recurrió al Fondo Monetario Internacional para cubrir el déficit, que había bajado pero no dejado de existir.
Por lo tanto, la conclusión del razonamiento kirchnerista de que la deuda pública es un problema exclusivo de Macri es errónea, y ayuda a entender que el diagnóstico que hace hoy de la situación fiscal sea también falso. Este gobierno, que desde el inicio cuenta con la plena desconfianza de los inversores, no ha mostrado en cuatro años un plan para eliminar rápidamente ni siquiera el déficit primario, que hoy es más alto que en 2019.
El kirchnerismo solo se ha enfocado en cumplir con las laxas metas del FMI; al mismo tiempo, ha pisado el acelerador sobre la máquina de imprimir billetes y condena al país a tener una inflación del 100% anual, mientras la deuda a corto plazo aumenta tanto que la proporción de pasivos remunerados sobre el circulante alcanza niveles de 1989-1990. ¿Hiperinflación? ¿Plan Bónex? ¿Ambos? Ninguna posible solución a este enorme problema parece una gran idea.
El déficit, la inflación y la deuda han crecido aún más en estos últimos años de kircherismo, y cuando se ve la evolución de estas variables se entiende la denuncia que hace la oposición. La bomba no solamente existe, sino que estará que más viva que nunca mientras el kirchnerismo pueda seguir en el poder. En efecto, el mercado entiende que un gobierno de la oposición sería económicamente más racional que el del kirchnerismo: por eso es que la bolsa cayó un 50% luego de las PASO de 2019, cuando se hizo evidente que ganaría Alberto Fernández, y solo hoy tímidamente sube a medida que las chances del kirchnerismo de ganar este año se van reduciendo.
Tanto en 2015 como en 2019 y hoy, la génesis de la crisis y de la desconfianza de los inversores locales e internacionales es la expectativa de que el kirchnerismo se enquiste en el Estado. Las oportunidades que había dejado el gobierno de Macri, incluso si no se había hecho lo suficiente, fueron desaprovechadas: hoy se debe más que antes y no se puede descartar que terminar con el círculo vicioso desemboque en una hiperinflación o una confiscación masiva de ahorro privado. Si eso no es una bomba, ¿qué lo es?