Juan Negri es doctor y magíster en Ciencia Política por la Universidad de Pittsburgh. Además de ser analista político e internacional, es director de las Licenciaturas en Ciencia Política y Gobierno y en Estudios Internacionales de la Universidad Di Tella. Sobre la Avenida Libertador, en una de las oficinas con vista al Estadio Monumental, dialoga con Forbes sobre el contexto y el futuro de Argentina, América Latina y el tablero internacional.
- Alberto Fernández responsabilizó durante su gestión a la pandemia y a la guerra Ucrania-Rusia. ¿Coincidís? ¿Cómo juega el contexto internacional para Argentina para este año?
- Alberto Fernández fue un experimento político completamente fracasado. Esa promesa de moderación en 2019 no dio resultado. Tuvo la habilidad de no conformar a propios ni a extraños. Es una experiencia política muy decepcionante en muchos aspectos. Le tocó la pandemia en un país muy sensible a lo que pasaba, pero el Gobierno la manejó mal. En ese contexto, él es particularmente un presidente que siempre se ha caracterizado por buscar algún tipo de responsabilidad afuera. Es una práctica que comparte con miembros de su partido y con políticos argentinos en general. Mauricio Macri también hablaba de “pasaron cosas“. Tiene que ver con que nunca la responsabilidad es la del Gobierno, siempre pasó algo afuera. En términos de contexto, América Latina está muy expuesta a shocks externos. En la historia latinoamericana se ve todo el tiempo. Es cierto que la inflación mundial subió. Pero se insiste en que todo el mundo tiene inflación para intentar justificar una inflación del 100% anual. No tiene ningún sentido. Es algo que ayudó, pero hay problemas mucho más serios y de fondo.
- Hubo ciclos de América Latina con gobiernos de izquierda, luego hubo cierto giro a la derecha. ¿Cómo ves hoy a la región? ¿Más variopinta?
- Está más variopinta, sí. Está fragmentada, con mucha diversidad al interior de la región, desde lo democrático hasta la perspectiva ideológica. A diferencia de lo que fue la ola de izquierda, ahora hay un componente autoritario más evidente. Veo países con muchas preocupaciones internas, lo que dificulta la coordinación regional. Es una región que por sus históricas debilidades estatales frente a nuevos desafíos generó crisis de gobernabilidad. Muchas protestas y mucha inestabilidad política. Lo vimos en Chile hace un par de años, ahora en Perú. En definitiva, veo una región inestable. Y en algunos casos el riesgo de deterioro democrático existe o es una potencialidad.
- ¿Cómo puede impactar la llegada de Lula Da Silva a la presidencia de Brasil?
- Lula llega a un país dividido, donde el bolsonarismo dejó estela. Jair Bolsonaro perdió, pero hay un grupo de votantes que se siente muy identificado con lo que él representa. Similar a Donald Trump en EE.UU., relacionado a la desconfianza en las instituciones democráticas liberales. La gobernabilidad va a estar comprometida. Hay un congreso dividido y dominado por oposición. Encima se agrega el manto de desconfianza que dejó lo que pasó en el Planalto a principios de enero. Hay una necesidad de Lula de mostrarse firme, de tener que hacer purgas en algunas áreas del Estado, como las fuerzas armadas o seguridad. Eso le saca eje a Lula: lo obliga a una presidencia, por lo menos los primeros años, en la que estará más preocupado por eso que por las prioridades que él había puesto en su administración. Después hay una cuestión de optimismo de su parte de recrear lo que fue su primer gobierno, pero las condiciones externas de América Latina cambiaron. El desafío de Brasil es más difícil. Combatir la pobreza tiene un efecto muy positivo y el resultado fue muy importante. Pero ya la segunda parte, la tarea fina, es muy difícil. Ofrecer un mayor nivel de sofisticación en salud y educación públicas es un desafío mucho mayor que Bolsa Familia. En lo regional pretende un mayor protagonismo brasileño. Bolsonaro abandonó el rol que tenía Brasil en la región, lo que es muy llamativo. Se alineó con EE.UU. al nivel de abandonar el histórico rol de contrapeso que tenía.
- ¿Cómo explicás el caso de Perú? Suele citarse como contrario al argentino: inestabilidad política con crecimiento económico sostenido. ¿Hay una cuestión de diseño institucional que es perjudicial?
- En la inestabilidad política peruana hay una cuestión de diseño que es bastante disfuncional. Es esta especie de parlamentarización de un sistema presidencial, que termina siendo un híbrido. Y a veces los híbridos funcionan peor que los modelos puros. Entonces, ese constante ida y vuelta entre el presidente y el legislativo genera una inestabilidad muy alta. Se agrega otra cosa: la inexistencia de partidos políticos. No hay en Perú ningún tipo de partido político institucionalizado. Eso genera una situación en la que la ciudadanía tiene dificultad para expresarse en opciones claras. El sistema está muy fragmentado y terminan llegando presidentes con muy poco apoyo. Pedro Castillo es eso, pero Pedro Kuczynski también. A eso se suma el rol que juega el fujimorismo, un jugador mitad adentro y mitad afuera del sistema. Esa combinación es desastrosa. En cuanto a la economía, Perú encontró algo que Argentina no tiene, algo así como plan de desarrollo. La continuidad del presidente del Banco Central durante muchos años le ha dado estabilidad económica y resultados. El crecimiento peruano parece muy notable, pero empezaba desde más abajo. Y a veces el crecimiento económico puede ser desestabilizador: te empieza a ir bien y esas clases medias comienzan a pedir más cosas, suben las expectativas. Se suele poner al ejemplo de Perú como contrario al nuestro: resolvió la economía, no resolvió la política. Hay que ver si resolvió la economía. Cuando vengan nuevas demandas veremos qué puede hacer.
- ¿Existe a nivel internacional un crecimiento de una derecha populista, con casos como Trump, Bolsonaro o Giorgia Meloni? ¿Puede ser Javier Milei el capítulo argentino?
- El fenómeno de la derecha existe. Por un lado, es una reacción a ciertos consensos que existían en el progresismo internacional. En algunos casos hubo un abandono de los partidos de izquierda de sus bases. Se ve claro en el partido demócrata estadounidense o en el laborista británico. Hay sectores obreros que tradicionalmente votaban a estos partidos y a los que el nuevo mensaje de los partidos de izquierda, vinculado a valores sociales, no los identifica. No les gusta esa agenda progre, y eso reorganizó el mapa partidario. Este fenómeno de aparición de una derecha populista se ha trasladado a América Latina, pero hay diferencias. En el caso de Bolsonaro, tiene una cosa de imitación de Estados Unidos que es llamativa. En general esos movimientos son muy nativistas, se recrean en los países con sus variedades. No sé si vamos a tener algo parecido al trumpismo o bolsonarismo en Argentina. Por ejemplo, la cuestión militar es probable que en Argentina no sea relevante. Me parece que un Milei, con los condimentos locales, se referencia en algunas cosas que pasan en la región. Pero con sus diferencias: el caso argentino está muy motivado por lo económico. El componente social del mensaje de Milei es menor; no construye tanto desde la cuestión como Bolsonaro.
- ¿Cómo analizás a EE.UU.? ¿Es inevitable el crecimiento chino, puede EE.UU. volver a ser el hegemón que fue hasta hace unos años?
- No vamos a volver a la hegemonía estadounidense pura como la conocimos hasta hace 15 años. Pero no está tan claro cómo seguirá. El mundo cambia, pero lo viejo tarda en morir. América Latina en particular, que es una región muy asociada geográficamente a EE.UU., va a sufrir este nuevo mundo en el que EE.UU. va a querer mantener su área de influencia. Vamos a ser un escenario de esa disputa, que no va a ser militar, pero sí tecnológica y económica.
- Este año, por primera vez, India va a superar a China en población. Más allá de lo simbólico, y de que no tiene el poder económico y militar de China, ¿puede haber una implicancia para el mundo que se viene?
- La variable demográfica no está jugando a favor de América Latina. También crece la población africana. Eso quiere decir que hay nuevos mercados, nuevos consumos, que no van a estar en América Latina. En términos de geopolítica, hay una cuestión poblacional en India relevante. Pero no sé si se va a trasladar a un nuevo actor que meta cuña entre China y EE.UU. Esa bipolaridad va a ser la marca de los años que vengan.
- El quinto país al que más le vende Argentina es a Vietnam; con muchos países africanos Argentina tiene superávit comercial. Pero es algo que no suele valorarse en la clase política ni en la política exterior. ¿Tienen que priorizarse más estas cuestiones desde lo estratégico?
- Institucionalmente, la política exterior argentina todavía tiene un legado decimonónico en mirar hacia el norte: Estados Unidos y Europa. Históricamente, a la Argentina le ha costado mirar oportunidades en otras geografías. Ha habido intentos en el pasado, como los viajes a Angola, pero estaban teñidos de cierto partidismo. El gran problema económico argentino es que necesita exportar más. Definitivamente estos nuevos mercados pueden ser una posibilidad. Pero tampoco es tan sencillo, tenés que saber qué vender y desplegar estrategias.
- Argentina tuvo cambios en su política exterior. ¿Hay políticas de Estado de su política exterior? ¿Cuáles debería haber?
- Hay una: la cuestión Malvinas. Con matices, en general el oficialismo es un poco más belicoso y tiene una gestualidad más firme. Pero es un tema que atraviesa todas las administraciones. La política exterior, como muchas áreas de la Argentina, está muy politizada. Si tuviera que decir una política de Estado, tendría que ser exportar más.
- ¿Qué queda para Argentina en 2023? ¿Se puede lograr algo?
- Este es un año perdido. Es un año de elecciones, pero se asume recién en diciembre. Es muy malo para cualquier planificación a largo plazo porque no sabés qué va a pasar. El Gobierno está en plan llegar, en que la cosa no se descontrole, y creo que les va a ir bien en eso. No estamos frente a un escenario de crisis tipo híper o 2001. Pero no hay ni habrá un intento de resolver seriamente las distorsiones de la economía argentina: la inflación alta, la brecha cambiaria, la caída de la actividad y la emisión no se van a resolver este año. Es un año de incertidumbre política y continuidad del empeoramiento de la situación económica sin que explote.