El fantasma que acecha al Estado argentino desde hace décadas es conocido: se trata del déficit fiscal. Todos seguimos con atención los efectos de este problema en procesos que nos afectan en la vida cotidiana como la tasa de inflación y el precio del dólar. Sin embargo, en los últimos años un nuevo fantasma se empieza a instalar lentamente y es aún más terrorífico por los resultados que puede producir: el déficit cuasifiscal. Aunque no parezca un tema urgente, es sin trascendente.
Si el déficit fiscal se produce a lo largo de todo el Estado nacional como el resultado negativo entre ingresos y egresos, el déficit cuasifiscal o financiero se produce cuando es el Banco Central, específicamente, el que pierde dinero. La forma que tiene el BCRA de perder plata es, en este sentido, a través del pago de intereses por los pasivos remunerados. Las famosas Letras de Liquidez o Leliq, por ejemplo, son el ejemplo más popular de pasivos remunerados el día de hoy.
Argentina: Una economía en apuros
Introducidas por el gobierno de Mauricio Macri para reemplazar a las Lebac, las Leliq son dinero que solo los bancos pueden prestarle al gobierno y por el que reciben intereses: por lo poco atractivo que este proceso suena para el público, el ahora presidente Alberto Fernández prometía en la campaña de 2019 dejar de pagarlos para aumentar las jubilaciones. Por supuesto, dicha promesa era absurda: es justamente el dinero que recibe el Estado a través de los préstamos el que permite sufragar las jubilaciones. La única alternativa para dejar de pagar intereses de la deuda es emitir dinero directamente o reducir el gasto público.
Si la proporción de pasivos remunerados sobre la base monetaria crece, esto incrementa la cantidad de intereses que se deben pagar por la deuda y por lo tanto la promesa de emisión futura, a menos que el Estado tenga superávit fiscal y pueda pagar con lo que le sobre al final de cada ejercicio. Hoy, la proporción de pasivos remunerados sobre la base monetaria se acerca actualmente al 200%, un número que solo fue superado en nuestra historia reciente en la previa a las hiperinflaciones de 1989 y 1990. Y esta es una bomba que no sabemos cuándo explotará aunque sí tenemos la certeza de que, con el camino que está tomando el gobierno, en algún momento lo hará. ¿Por qué?
Si las acciones del flamante ministro de economía Sergio Massa eliminaran rápidamente el déficit primario y llevaran al país a un superávit, eso podría dar cierta confianza de que el problema del déficit financiero será atacado a la brevedad. Pero el gobierno, que no pretende resolver el déficit cuasifiscal, tampoco parece demasiado preocupado por el déficit fiscal. Según los resultados de la última gira de Massa por Estados Unidos, el ministro prevé cumplir con la magra meta de 2,5% de déficit fiscal en 2022 y lo reduciría solamente a 1,9% en 2023, lo cual luce en sí mismo improbable en el contexto de un año electoral con un presupuesto que promete un fuerte aumento del gasto: todo ese déficit no solamente impide atender el problema de las Leliq sino que también agrava la posición futura del Estado. Lo que vemos hoy, en definitiva, es una situación en la que un gobierno en el que nadie confía está haciendo promesas que además son insuficientes para atacar el problema de base que condena a la Argentina a recurrentes hiperinflaciones o crisis de deuda.
Para ubicar al problema en contexto, debe recordarse que muchos analistas advertían ya desde el final del gobierno de Cristina Kirchner y el comienzo del gobierno de Mauricio Macri acerca del peligro del déficit cuasifiscal porque este es, en definitiva, el que importa: aunque las acciones sobre el déficit primario sean positivas en el presente y en el futuro, los intereses de la deuda también constituyen obligaciones que el Estado debe cumplir. Mientras el kirchnerismo solo creó el problema e hizo silencio sobre él, desde el macrismo se criticaba duramente a los liberales que vaticinaban pronósticos sombríos como plateístas. Y fue recién a los tumbos, más bien sobre el final, que Macri comprendió la necesidad de eliminar el déficit fiscal rápidamente.
El gobierno de Alberto Fernández desandó los progresos que había logrado Macri y que habían llevado a la Argentina a acercarse al equilibrio primario en 2019. En efecto, la pandemia de coronavirus fue la excusa para subir el gasto público y expandir el déficit mientras el gobierno se vanagloriaba de que la emisión monetaria no causaba inflación. Hoy, que se ven finalmente los resultados de tamaña irresponsabilidad, es poco creíble la respuesta del gobierno que incluye prometer una reducción del gasto público y subir las tasas de interés que se le pagan a los bancos. El kirchnerismo es, después de todo, el responsable de convertir uno de los mejores superávit fiscales de la historia argentina en uno de los peores déficits fiscales e hipotecar, así, el futuro de todos.
Al mismo tiempo, el kirchnerismo goza hoy de plena impunidad ante sus votantes para tomar deuda más cara y a más corto plazo que el macrismo, lo cual representa un peligro dadas las imprevisibles consecuencias de su administración. En efecto, pasar de pagar jubilaciones con intereses de Leliq a esta martingala financiera (como ha sido denominada humorísticamente en Twitter) no tiene costo electoral para un movimiento que hoy tiene un carácter cuasirreligioso y donde solo importa la presencia de la líder para legitimar cualquier cosa. Algunos esperaron, en el pasado, que esta inmunidad a los resultados de las medidas pudiera generar el famoso ajuste popular que nunca ocurrió. Pero como la política no puede escapar a las leyes de la economía, o al menos no por mucho tiempo, no faltará demasiado para que la crisis se resuelva. Y si el gobierno no lo hace por las buenas, entonces ocurrirá por las malas.