Argentina en 2023: entre el bear market y las derrotas oficialistas
Marcos Falcone Politólogo. Fundación Libertad
Marcos Falcone Politólogo. Fundación Libertad
Cada vez que se acerca el fin de un año no electoral y el comienzo de uno que sí lo es, comienzan las especulaciones acerca de posibles escenarios y resultados para lo que viene. Como es también costumbre, el gobierno buscará de una forma u otra seguir en el poder, motivo por el cual debe solucionar problemas para mostrar resultados. En este sentido, la Argentina es un país cuya gran dificultad crónica (el déficit fiscal) es de naturaleza esencialmente local: sin embargo, el país no es inmune a distintos eventos políticos y económicos internacionales que influencian los actos electorales.
En 2023, en términos económicos, lo que se vislumbra es un empeoramiento de las condiciones mundiales. La reciente entrada del S&P 500 en territorio de bear market, si bien esperable dada la espectacular alza de los últimos años, no deja de ser preocupante: la suba de tasas motorizada por la FED es un evento desafortunado para países emergentes que buscan fondos extranjeros. En el caso de la Argentina, la enorme desconfianza de los mercados respecto del gobierno kirchnerista ya había virtualmente aislado al país de las finanzas internacionales, pero un escenario de iliquidez prolongado podría también afectar a un gobierno alternativo que surja de las próximas elecciones y sí cuente con la confianza de los inversores.
En otro orden de cosas, el panorama político internacional y sobre todo regional también se revela como negativo para el gobierno. Luego del fin de la pandemia, distintos oficialismos han perdido elecciones a lo largo del mundo: hay evidencia, por ejemplo, de que Trump fue negativamente afectado por los casos de Covid-19. Sin embargo, e independientemente de las razones, también se han visto cambios más cerca de casa: los partidos gobernantes en Chile y Colombia, por ejemplo, sufrieron resonantes derrotas entre el año pasado y el presente, y Jair Bolsonaro en Brasil también se encuentra en serios problemas para asegurar su reelección a fin de mes.
Dado que el agotamiento de los modelos “progresistas” en la década de 2010 había catapultado al poder a diversos gobiernos que compartían la característica de no ser de izquierda, uno podría pensar que la reacción de hoy es una que los reivindica. Sin embargo, el escenario argentino parece mostrar que este no es necesariamente el caso: la derrota contundente del gobierno en las elecciones legislativas del año pasado sirve como recordatorio de ello, pese a que el presidente Alberto Fernández aproveche cada victoria regional de la izquierda para recordarles a los propios que sus aliados tienen éxito y hasta busque sumarse a una potencial victoria de Lula da Silva antes de tiempo.
Y es que los fundamentos que llevaron a la derrota del gobierno en 2021 no parecen haberse modificado; en todo caso, varios indicadores empeoraron y el sentimiento de consumidores e inversores acerca del futuro es negativo. Por primera vez desde la salida de las hiperinflaciones de 1989 y 1990, la inflación alcanzará pronto el 100% anual, y la pobreza oficial alcanza al 37% de la población. Al mismo tiempo, se hace cada vez más difícil de sostener el atraso del tipo de cambio que previene una evolución aún peor de estos indicadores.
Paradójicamente, el sentimiento acerca de la Argentina es tan negativo que la oportunidad para salir de la crisis podría estar a la vuelta de la esquina. Según las estadísticas del BCRA, el índice Merval medido en dólares retiene hoy solo un tercio del valor que llegó a alcanzar en 2018, y un recorrido por las principales acciones nacionales arroja resultados igual de tenebrosos: el ADR del Banco Galicia, que tocó los 70 dólares hace solo cuatro años, cotiza estos días en la zona de los 8; pero también una empresa estatal como YPF, que ya entonces venía en bajada, pasó de los 25 en la previa de las PASO a los magros 7 de hoy.
En efecto, el bear market argentino ha sido brutal, en especial después de las elecciones primarias de 2019 y de la toma de consciencia de que el kirchnerismo, contrario a las expectativas de la mayor parte de los agentes económicos, no terminaba con el macrismo. Hoy, el escenario internacional no parece ayudar al gobierno ni a la economía.
Pero la situación económica nacional es tan mala que cabe preguntarse: ¿qué se puede esperar que sea peor que lo que ocurre en la actualidad? Y esta pregunta, a su vez, se puede reformular en clave mercantil: ¿es posible que lo peor ya esté expresado en los precios? Si un solo día bastó en 2019 para que se esfumara la mitad de la riqueza financiera local, ¿qué tan terrible podría ser cualquier evento que sobrevenga?
El contexto internacional, en este sentido, puede resultar malo en el corto plazo para el gobierno. Pero en el mediano plazo, la divergencia argentina respecto del resto del mundo es tan alta que quizás ya no sea tan relevante para explicar la economía, y entonces un contexto que sea negativo en lo inmediato puede resultar inocuo poco tiempo después. De hecho, la situación del mundo quizás incluso sea buena para el país: si el contexto contribuye a la derrota del kirchnerismo para que un próximo gobierno empiece a desatar el pesado corset estatal que impide el crecimiento, el resultado para la Argentina será netamente positivo.
Es en exactamente este tipo de momentos críticos donde cada alternativa política local debe mostrar qué quiere y qué puede hacer en el gobierno. El peronismo y la suerte internacional, particularmente de la mano del precio de las commodities, casi siempre han ido de la mano. Pero el kirchnerismo de hoy, en un contexto de castigos a los gobiernos circundantes y sin plata ni stocks disponibles para consumir como en sus primeros años, ya no puede aprovechar la buena fortuna para promocionarse. Quizás este sea el comienzo de una historia diferente.