Si hay algo que el cine ha logrado con gran efectividad es afectar el imaginario colectivo. De forma voluntaria o involuntaria ha moldeado la forma en que percibimos aspectos de la realidad y de nuestras culturas. La construcción de ciertas figuras públicas y las ideas que tenemos sobre el lejano oeste, por ejemplo, se deben a las ficciones cinematográficas. De eso no escapa una de las lecturas peor realizadas y más difundidas sobre la anarquía.
La serie documental The anarchists, de HBO, es un buen ejemplo de cómo esa desfiguración de conceptos se traduce en la vida real. Si bien tiene más de un año desde su estreno, cobra nueva dimensión tras la reciente situación en la que Javier Milei le regaló una motosierra a Elon Musk sobre el escenario de una conferencia.
La serie, además, plantea sin quererlo un tema recurrente en este siglo: la apropiación de términos y su desnaturalización.
Seis capítulos
Los anarquistas trata sobre seis años de trayectoria del evento Anarcapulco (que sigue realizándose), su vidrioso director y las vidas de algunos de sus más activos participantes. Fue filmado por otro participante, Todd Schramke, y muestra las fragilidades de muchos seguidores del evento y los costados oscuros que tuvo.
Anarcapulco es una conferencia anual que se realiza en la ciudad balneario mexicana en la que se dan cita anarquistas y anarcocapitalistas provenientes, sobre todo, de Estados Unidos. Según se puede ver en el documental, lo más cercano a un intelectual que hubo en su lista de oradores es el político libertario Ron Paul. Los demás parecen ser una mezcla entre personas que improvisan opiniones sobre el anarquismo como modo de vida, dudosos gurús de meditación y wellness y promotores de criptomonedas.
A la cabeza del repertorio de personajes está Jeff Berwick, el fundador del festival, un dudoso anarcocapitalista y libertario con larga carrera como emprendedor (o algo similar). Berwick comenzó haciendo dinero durante la burbuja de las punto com, de la que escapó con una venta en el momento justo. Con el tiempo se dedicó a invertir y promover el Bitcoin de varias formas e incluso creó el primer cajero automático para esta moneda, instalado en Chipre.
Es, además, rapero y amante de las fiestas. Lo que refleja la serie es que buena parte del motivo por el que llegaron a ir decenas de miles de personas a su festival radicaba en las fiestas y no tanto en los desconocidos oradores que repetían frases como "quiero ser libre", "odio al Estado", "los impuestos son una forma de robo" y latiguillos similares.
La estructura de los episodios está construida del mismo modo que muchas de las miniseries de true crime. Un primer capítulo que plantea una situación y sus personajes, anticipando lo que puede venir. Revelaciones inesperadas al final de cada episodio. Un hecho potente exactamente a la mitad de la serie. Entrevistas a posteriori con participantes de los hechos, que en el episodio final dan nuevas revelaciones sobre su destino. Y siempre un giro final para darle cierre a la historia.
Hay crímenes, por supuesto. También historias de vida hacia las que se puede sentir algo de pena, aunque tal vez no empatizar.
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Las ideas en escena
Tanto los participantes de las conferencias como el director del documental, definen su concepto de anarquismo por oposición al cinematográfico. Este anarquismo imaginario, tanto como la idea del salvaje oeste en las películas de John Wayne, consiste en revueltas callejeras y se podría expresar con la escena de Batman, the dark knight returns en la que le Joker (Heath Ledger), incendia una montaña de dólares.
Sin embargo, lo que sostienen estos autodenominados anarquistas, está muy lejos de los principios básicos de esa ideología tal como se la entendió, pensó y desarrolló durante más de un siglo. Está lejos, de hecho, del perfil de obreros, sindicalistas e intelectuales que la llevaron como bandera.
Lo que promueven los organizadores de Anarcapulco y defensores de las más sospechosas criptomonedas tiende a ser el siguiente concepto: el dinero que yo hice (no importa cómo) es mío y solo mío, si tengo un repentino ataque de bondad compartiré un poco, pero el Estado no me obligará a entregar nada. Los participantes más inocentes entre los que figuran en la serie, llegan allí por motivaciones personales entreveradas con seudo ideologías resumidas en redes sociales, buscando una supuesta libertad en el contexto de un evento que, al igual que otros, cobra absolutamente por todo lo que ofrece (incluyendo sesiones con hongos alucinógenos y retiros de ayahuasca).
Consignas e imágenes
Es significativo que la serie comience con una quema de libros. En la playa de Acapulco, participantes del festival, incluyendo familias, niñas y niños, rompen y lanzan a una hoguera libros de leyes y regulaciones. Los más chicos celebran y cantan "Fuck the State!".
Poco después, en el mismo episodio, se habla un poco de Ayn Rand, la autora de la influyente novela La rebelión de Atlas, como la principal referente del movimiento. La filosofía que impulsó a través de su obra se conoce como Objetivismo y en Hollywood tiene unos cuantos defensores (uno de ellos es el director Zack Snyder, realizador de numerosas películas de superhéroes). Sobre el objetivismo, sobre sus extensos libros, nadie habla en Los anarquistas. Es más fácil lanzar latiguillos y gritar consignas contra el Estado que, cuando menos, intentar elaborar un pensamiento sólido.
Tampoco se habla sobre el concepto de la anarquía y sus múltiples variantes según el autor y las corrientes que se tomen en cuenta, desde el anarcocolectivismo al anarcosocialismo y el anarcosindicalismo, entre otros. No se habla de que, a lo largo de un siglo, se ha tratado de una corriente de pensamiento (compartible o cuestionable, según cada uno) que está pensada para quien menos tiene y no para quien posee dinero y conocimientos para invertir en criptomonedas o pagar miles de dólares para asistir a un congreso. Por otro lado, históricamente los anarquistas se caracterizaron por sus lecturas. Erradas o no, lecturas de libros y no de twits.
Ahí es donde aparece un fenómeno creciente en el siglo XXI, la apropiación de términos.
Hace un par de años, en eventos públicos Javier Milei había encarnado un personaje superheroico llamado Capitán Ancap, por la denominación de los anarcocapitalistas. Pero nada hay más lejano a un anarquista real que alguien que defiende la concentración de capital en pocas manos (para el caso del citado evento de la entrega de la motosierra, en las manos de una única persona, que sería Musk).
La característica común podría estar en el ataque al aparato estatal, en el "Odio al Estado" que ha dicho Milei, en el "Fuck the State!" que gritan los niños en el documental. Sin embargo, para un anarquista de vieja guardia, se trataría del Estado en su conjunto. Para libertarios y anarcocapitalistas cercanos al poder, se trata de atacar y recortar la manifestación civil del Estado, no la militar. Es decir, de atacar la parte débil.
En ese sentido se trata de la apropiación de un término a través del vaciado de sus significados originales. Porque da prestigio, le da un aura y una nueva dimensión a lo que se dice. Al igual que cuando en cualquier ámbito no artístico se habla de "curaduría", solo porque suena bien o más refinado. O como cuando muchas figuras del mundo del entretenimiento (Paris Hilton, en su momento) se autodenominan artistas. Como también suena a psicología seria, cuando se dice que algo o alguien es tóxico y narcisista (para los conferencistas de Anarcapulco, el Estado es ambas cosas).
Se trata de tomar una palabra o un elemento y vaciarla para aplicarla como un sello a lo que se le quiera dar un aura de seriedad. Un medio como Twitter ha sido ideal para potenciar ese proceder. Así sucedió con movimientos de ultra derecha que apelaban al logo de Punisher, el personaje de Marvel, con los Anarcocapitalistas que usan la máscara de Guy Fawkes (popularizada por la película V de vendetta) o grupos radicales aplicando como quieren el meme de Pepe The Frog.
The anarchists, trascendiendo sus personajes, sus dramas y las estrafalarias situaciones que narra, es, justamente, una manifestación de la misma tendencia a la apropiación de algo ajeno. Como se trata de vocabulario y semántica, no es delito. Solo es libertad, para algunos.