Qué ver: El brutalista, o el desafío del cine en los tiempos de la atención fragmentada
A contrapelo de lo que se supone que se consume, la película protagonizada por Adrien Brody se presenta en los cines con una historia y un encare que merecen varias lecturas

Para empezar, una descripción simple. El brutalista es una película, extensa y con un intervalo, que cuenta la historia de un arquitecto judío que escapa de Hungría hacia Estados Unidos en una fecha imprecisa de la Segunda Guerra, y que lucha por empezar su nueva carrera allí y recuperar a su esposa y sobrina mediante la ayuda de un magnate industrial. 

Pero en realidad, es algo más. Se trata de una declaración de principios y de un desafío

Convicciones en pugna

El brutalista llegó a los cines uruguayos tras una larga espera (en Estados Unidos se estrenó en diciembre), situación atípica para una película de perfil alto. Aunque es probable que esto responda a una estrategia por la competencia en las salas y también por la recta final que se vive hacia los premios Óscar, para los que tiene 10 nominaciones. Mejor película, director (Brady Corbet), actor protagónico (Adrien Brody), actor secundario (Guy Pearce), actriz secundaria (Felicity Jones), guión original (Corbet y Mona Fastvold), banda de sonido, fotografía, montaje y diseño de producción. 

Esos rubros en los que está nominada son fundamentales para presentarla al mundo como una obra de apariencia importante ante cualquiera. En cierto sentido, es importante, aunque tal vez no por esos rubros, sino por lo que el total de esta obra dice sobre nuestros consumos.

Es verdad que las tres actuaciones nominadas al Oscar son potentes y cargadas de vitalidad, cada una en su registro. Guy Pearce como el magnate Harrison Lee Van Buren es arrogante, megalómano y controlador a través del poder que le da su dinero. Adrien Brody interpreta a László Tóth, el arquitecto brutalista dispuesto a cualquier sacrificio para salir adelante en Estados Unidos y recuperar a su familia; es por momentos hermético y firme en sus ideas. Felicity Jones es Erzsébet, la esposa que parece frágil, tras pasar por los campos de concentración, pero que es una periodista determinada a recuperar su vida y carrera. Los tres  personajes con una determinación y convicción envidiables.

La pugna dramática no solo sucede entre esos tres personajes, sino también en la poderosa impronta que le dan sus actores. Porque la película, a pesar de su nombre y de algunas cuestiones visuales, no trata sobre arquitectura (Anatxu Zabalbeascoa, historiadora del arte, ha reseñado en El País de Madrid los numerosos errores que la película tiene en ese sentido). Trata sobre choques de egos y de convicciones que se niegan a ser doblegadas.

Uno de esos grandes egos con convicción es el del co-libretista y director Brady Corbet. 

The Brutalist. FOTO: Difusión

La arquitectura como mensaje

El brutalismo es una corriente arquitectónica que favorece el uso de materiales toscos, pero nobles, antes que los elementos decorativos o aparentemente lujosos. Estructuras geométricas, concreto y paletas monocromáticas son sus características más reconocibles para quienes no somos expertos en arquitectura. 

Para el personaje de Brody, trabajar dentro de esta corriente tiene un significado especial que se revelará al final de la historia. Para la película, el brutalismo funciona como una suerte de reflejo de su propia intención. Porque se está ante una declaración de principios, una bandera que defiende la contemplación, plantada en la tierra de las distracciones y los consumos veloces.

Un reciente artículo publicado en el Fast Company Magazine, afirmaba que el 91% de las audiencias estadounidenses miran sus teléfonos al menos una vez mientras ven una película en streaming. Se explicaba ahí que algunas plataformas, especialmente Netflix, han empezado a elaborar sus series y películas para que sean igualmente comprensibles para un espectador que está frente a ellas, pero que mira su teléfono al mismo tiempo. Hay reseñas que incluso dicen que los diálogos de ciertas producciones se empiezan a parecer a audiodescripciones en lugar de ser la expresión de personajes con un corazón que late. 

El brutalista funciona en sentido contrario a esta tendencia, como sucedió hace poco con la pretenciosa Megalópolis, de Francis Ford Coppola y antes con Killers of the flower moon, de Martin Scorsese. No solo porque se trata de obras largas que demandan un extenso período de concentración, sino que son pensadas para ser disfrutadas en una pantalla realmente grande, tal como Dune, de Denis Villenueve. 

En este caso, el mismo director es productor y el costo de la película fue realmente bajo para los estándares actuales, US$ 10 millones. Eso le aseguró el control total y la independencia necesaria para llevarla hacia donde quería. A su modo, su propuesta es que no hay que correr detrás de las supuestas tendencias de mercado, siquiera alimentarlas, sino aferrarse a la convicción personal acerca de cómo debe ser una obra. 

Es la misma convicción que sostiene, despóticamente, el personaje de Adrien Brody cuando en cierto momento de la historia se aferra a su idea de cómo concibe la arquitectura. Es la misma fuerza con que el personaje de Guy Pearce sostiene su ego. Y la misma tenacidad con que Felicity Jones reconstruye su vida de periodista después de haber sido casi destruida en los campos de concentración. 

The Brutalist. FOTO: DIfusión

Se puede decir, entonces, que esta es una película de convicciones, en varios sentidos. Si se dice que el brutalismo fue como una reacción a otros movimientos arquitectónicos, también se puede afirmar que la película es una reacción a estos tiempos. 

Y vaya reacción. El prólogo se llama Obertura, lo cual remite a la ópera y la música clásica. A la mitad de la historia hay un intervalo de quince minutos (cronometrados desde la pantalla) que permiten descansar brevemente. El intervalo, si bien no es algo nuevo en el cine, resulta infrecuente en este siglo y remite a otro modo de disfrute en el que el público apuesta a la contemplación de una obra. Finalmente, está filmada en el sistema de Vistavision, un formato que se empleaba en la década del `50 y que al director le pareció adecuado para filmar una historia ambientada en esos años. 

Hay quienes han sido muy elogiosos con El brutalista y hay quienes han matizado sus críticas. Lo cierto es que Brady Corbet propone, a través de esta obra, una declaración de principios: es posible disfrutar y contemplar sin tener la atención fragmentada entre pantallas. Y es posible hacerlo con una película que dura más de tres horas. 

Vivimos y circulamos entre casas y edificios, obras de arquitectos con más o menos carácter artístico. Raramente nos detenemos a apreciarlos. El desafío de Corbet a través de su historia sobre un arquitecto, es para los espectadores. Propone dejar de correr entre imágenes escroleadas y disfrutar su película en un recinto para eso, del mismo modo en que vale la pena parar la vorágine cotidiana durante unos minutos, levantar nuestras miradas no educadas en arquitectura y contemplar que en las obras que nos rodean también hay arte.