Tras la infausta y tan discutida pandemia y con el avance feroz de la tecnología, apareció un meme que fue compartido en redes durante unos días y después se hundió en el océano digital, como todo meme. Pero está ahí, como casi todo dato en Internet. Es una foto de una nota manuscrita, supuestamente colocada en una librería, que dice: "Sres clientes, movimos los libros de distopías postapocalípticas a la sección de historia contemporánea". Bien se podría hacer ese mismo chiste con la etiqueta de ciencia ficción de Black Mirror, cuya séptima temporada acaba de llegar a Netflix.
Probabilidades
Al igual que las seis temporadas y dos películas anteriores (una de ellas interactiva), la clave sigue estando en ambientar las historias en un presente alterno que se parece mucho a este. En ese presente siempre hay un factor tecnológico que es un poco más avanzado de lo que existe, pero que es comprensible y parece probable. Entidades digitales, biotecnología, realidades virtuales inmersivas e implantes neuronales son algunos de los elementos con los que se juega. Por encima de todo, de modo parecido a lo que ocurría antes, el tema de fondo suele estar en la disparidad de proporciones del individuo ante las corporaciones.
Otro de los elementos que la hacen atractiva está en el juego con los géneros. Black Mirror ha tenido episodios de terror, de guerra, de aventura y de drama, entre otros. Sin embargo, al igual que le pasa a los personajes en algunos de esos capítulos, el espectador suele recordar el drama y el golpe bajo, los finales depresivos. El pesimismo, en definitiva.
Por algo la serie se llama Espejo negro y no Espejo oscuro o Espejo opaco.
En cierta forma, el título le ha jugado en contra a la larga. No hay quien no recuerde aquel terrible capítulo con el que se presentó al mundo, en el que el Primer Ministro británico era obligado a mantener relaciones sexuales con un chancho frente a cámaras.Esa cachetada inicial al espectador, que parecía hablar de nuestro morbo televisivo e incluso del consumo irónico, marcó una línea que no se continuó de forma tan grotesca.
Porque Charlie Brooker, el creador y guionista de todos los episodios hasta hoy (algo infrecuente), eligió trabajar con libertad. Y contar historias con aire innovador pero sobre reglas dramáticas muy, pero muy clásicas y formulaicas.
Le funcionó desde el punto de vista del público, porque la serie ya tiene catorce años de vida. No tanto desde el punto de vista de la crítica, que ha tendido a señalar una disminución en la calidad. Una baja que, creo, no es tal, sino que se trata de una búsqueda constante de géneros e historias, siempre con un sello autoral difícil de encontrar en televisión y streaming.
Expectativas
Quien vea el primer episodio de esta nueva temporada, sentirá que la serie mantiene su espíritu duro y visión negra sobre la tecnología. Entonces, esperará más. Puede que se sienta conmocionado también con el capítulo protagonizado por Paul Giamatti, Eulogy, que tiene que ver con la fragmentación de la memoria y la intervención de la tecnología por sobre los límites de nuestra propia naturaleza. Ese espectador podría sentirse desilusionado con el episodio final, que es una secuela del capítulo USS Callister (temporada 4), una aventura espacial cruzada con thriller que homenajeaba a Star Trek.
Sin embargo, hay un elemento común que incluso se extiende al resto de los trabajos de Brooker. En mayor o menor medida, con un tono negro o de forma liviana, el humor siempre está presente. Si es negro, se sabe, el humor no es perceptible o disfrutable por todo el mundo. Su presencia tiene algo muy británico, del mismo modo que lo es el enfoque integral que le dio su creador.
Autoría
Charlie Brooker es uno de los creadores más interesantes, incluso importantes, de la televisión en el siglo XXI. Por ser no ser estadounidense, naturalmente, ha tenido algo menos de notoriedad que popes de la televisión de ese país como Vince Gilligan (Breaking bad y Better call Saul) o Ryan Murphy (Glee, American Horror Story, Feud y muchas otras).
Ex presentador televisivo conocido por su sarcasmo y crítica social, Brooker irrumpió en la ficción con la miniserie Dead set, de 2008. Esta historia intensa y astuta, contaba cómo estallaba una epidemia de zombies en el mundo, mientras los integrantes de un reality tipo Gran hermano seguían viviendo en el programa, creyendo que afuera todo continuaba igual. La metáfora sobre los espectadores era algo obvia, pero a nivel narrativo y dramático funcionaba muy bien.
Entre muchas otras producciones que tuvieron menos difusión, Brooker creó Black Mirror y su carrera se disparó fuera de Inglaterra. En 2013 lanzó un documental llamado How videogames changed the world, en el que se reflejaba su amor y conocimiento por los videojuegos (en el episodio Plaything, de esta temporada, se lanza un lindo guiño a juegos seminales como Los Sims y Rollercoaster Tycoon). También creó y escribió la serie de falso documental llamada Cunk on... en la que una falsa y tonta reportera, brillántemente interpretada por Diane Morgan, investiga distintos temas como la Navidad, Shakespear, Gran Bretaña y otros.
A lo largo de los años, Brooker demostró ser un tipo muy versatil, curioso e inteligente. En base a una amplia cultura que parecería ser un sello británico, jugó con los géneros y hasta con las posibilidades de los formatos. La película interactiva de Black Mirror, Bandersnatch, fue más noticia por el truco de las múltiples opciones para el espectador, que por lo que planteaba desde lo dramático.
Tecnocapitalismo
Hay un reciente ensayo del escritor y académico argentino Michel Nieva que se llama Ciencia ficción capitalista, cómo los multimillonarios nos salvarán del fin del mundo. En él, repasa el vínculo muy estrecho entre ciertos grandes empresarios como Bill Gates y otros muy anteriores y la literatura de ciencia ficción. La relación es mucho mayor de lo imaginada y va desde proyectos concretos (llevar la humanidad a Marte) hasta el diseño de trajes para los turistas espaciales, los nombres de empresas como Meta, el imaginario que mueve a las grandes figuras de Silicon Valley y más. Nieva incluso le dedica un capítulo a un encuentro entre Lenin con el escritor H. G. Wells en el que se manejó una divertida asociación entre el socialismo y posibles razas alienígenas.
A su manera, el libro expande el meme y sugiere que la ciencia ficción es parte integral de la historia contemporánea.
Black Mirror toma eso, consciente o inconscientemente. En el primer episodio de esta séptima temporada el espectador puede preguntarse ¿por qué los protagonistas no acuden a un centro de defensa del consumidor, a un abogado o apelan a una ley? Por que, sin decirlo expresamente, en ese episodio y en algunos otros, parecería que no hay Estado, como si fuera el sueño máximo de los minarquistas, pero mostrado desde el lado de la gente común y corriente.
En otros episodios, hay Estado y ley. Sin embargo, en ellos hay millonarios que cruzan esas molestas reglamentaciones para cumplir con sus objetivos. Lo cierto es que nunca hay un discurso explícito de parte de la serie, Charlie Brooker jamás expresa directamente una opinión a través de sus personajes, sino que deja la interpretación a cargo de quien mira.
Porque lo que le importa es la historia y el arco narrativo. Es que uno de los factores que le interesan notoriamente a Brooker son los formales en cuanto al drama.
Como casi todo género narrativo, la ciencia ficción tiene un origen literario. La de Black Mirror, además, tiene una base literaria que excede al género. Se trata de los principios y criterios de Anton Chéjov, modelo inevitable para el cuento corto y el drama en escena.
De este modo, con un formalismo religioso, cada capítulo empieza con un planteo de situación, sigue un hecho disruptivo, continúa con un avance hacia la aventura, luego un choque que puede ser dramático o trágico, un giro de trama con tensión creciente hasta la conclusión. Si esta es depresiva, los espectadores la recordarán más. Si es más emocionante o emotiva, tal vez un poco menos, porque de la serie se esperan golpes duros.
Anticipaciones
La convención tradicional solía ser que el valor de la ciencia ficción estaba en su capacidad de anticipar el futuro.
Las obras que trascendieron a los lectores específicos del género en el siglo pasado tenían mucho de eso, con ejemplos como el submarino de Julio Verne, las pastillas y el Gran Hermano de 1984, la domótica en los cuentos de Bradbury y otros casos.Lo que analiza Michel Nieva en su ensayo remite a ese carácter anticipatorio, pero también alude a cómo el género habla claramente sobre la humanidad pasada, presente y futura, desde la imaginación.
Hay muchas más variantes. Una de ellas es la ciencia ficción dura, aquella que apela a la credibilidad científica y técnica de cualquier postulado que elabore. Está la space opera, que privilegia la aventura, los personajes rimbombantes y tecnología sin explicaciones como lo que se ve en Flash Gordon, Star Wars, Buck Rogers.
La ciencia ficción más interesante es un vehículo para hablar del ser humano, su existencia, su consciencia y sus posibilidades. Las novelas de Dune, por ejemplo, hablaron en los años ´60 y ´70 sobre el colonialismo y el extractivismo, entre otros temas, e interpelaron a círculos grandes de lectores que ahora se han masificado de verdad gracias a las películas. La película Blade Runner trataba sobre la angustia existencial y la necesidad de conocer la propia naturaleza, detrás de su aire de cine noir y su planteo cyberpunk. Philip K. Dick, el escritor de cuya obra salió esa película, trataba sobre la naturaleza de lo que consideramos real o no.
Charlie Brooker ubica Black Mirror en un punto medio de esas variantes y otras. Apela a todas ellas.
La explicación o la factibilidad de la tecnología que muestra está en la que tenemos a nuestro alcance: mundos virtuales, computación cuántica, super vigilancia o chips neuronales. Todo eso lo podemos aceptar.
Además, hay un elemento que es bastante repetido como tema de fondo en muchos de sus capítulos, que tiene que ver con la novela Fahrenheit 451, de Bradbury: la memoria y las formas de sostenerla. Si en esa obra se trata de gente de la calle que recuerda libros, en un episodio de Black Mirror el asunto puede aparecer mediante tecnología que ayuda a reconstruir recuerdos o incluso identidades. La memoria, entonces, y como asunto más extenso que merecería tratamiento aparte, es un tema que parece desafiado por el mismo sistema de streaming que sobreproduce contenidos de forma aluvional y que, paradójicamente, permite que existan series como esta y que se desarrollen autores como Charlie Brooker.