“¿Qué nos impulsa cada día? ¿Qué motor interno nos lleva a elegir cada gesto? Escribo estas palabras en mi casa, en épocas de confinamiento. Estoy acompañada por mi hija Mora y nuestra gata. Y por las tantas obras de arte que en cada uno de los cuartos (de la cocina a las habitaciones, del living al palier) iluminan nuestras vidas. Cada una de esas obras fue elegida por razones diversas y personales, pero movidas por la pasión. Cada obra es una ventana y, ahora, un abrazo para entibiar el invierno del Covid-19, que quedará en nuestra memoria”. En medio del encierro provocado por la pandemia, a Mariela Ivanier -impulsora de la consultora Verbo y apasionada coleccionista de arte- se le cruzaron esas preguntas por la cabeza, y así nació una idea, un libro.
Rodeada de los cuadros y las esculturas que conviven con ella en su casa del porteñísimo Pasaje Rivarola, Ivanier se propuso indagar en la relación que otras mujeres también tenían con el arte. Quiso preguntar. Quiso saber. Pero su aspiración no era hacer un libro de arte, ni de crítica ni de artistas. Más bien, como dice ella, es un testimonio de mujeres que cuentan sobre su experiencia, sobre la relación de cada una de ellas, y de todas, con el arte. “En un principio iban a ser 30 textos, y terminamos en 141”, confiesa Ivanier entre risas, que ayer presentó El arte está en casa (Planeta) en el Auditorio Amigos del Bellas Artes, en una sala repleta de público, y de mujeres, que contó con una performance artística guiada por la directora teatral y curadora, Vivi Tellas.
El libro, adelanta la autora, es también un homenaje a su mamá, Raquel Ivanier, que hoy atraviesa un problema de salud grave. “Como toda hija mujer, hubo mucha terapia de por medio, y ahora estamos en una época de amnistía -dispara en una carcajada-. Mi mamá es una mujer hermosa, fuerte, que siempre supo lo que quería y cómo lo quería. Ser su hija ha sido un desafío muy interesante”.
-¿Cómo fue la selección de las 141 mujeres que dieron su testimonio?
-La idea inicial era invitar artistas mujeres que forman parte de mi colección. Pero en el camino, junto con mi editora Gabriela Comte, nos fuimos dando cuenta que la intención de este libro era mucho más amplia, más abarcativa. Porque a las mujeres el arte nos moviliza, inspira y nos impacta de distintas maneras. Y así se fue armando una cadena virtuosa de mujeres, de amigas, de profesionales. Cuando recibía el testimonio de una, eso me llevaba a pensar en el nombre de otra, y entonces la convocaba. En más de un año de proceso se fue armando este proyecto que involucra la amistad, la generosidad y el talento de todas estas mujeres. Hay periodistas, galeristas, cocineras, críticas de arte, coleccionistas, escritoras, tea blenders, zapateras. Todas tienen una gran pasión y reconocimiento en lo que hacen, y eso dio la posibilidad de tener tantas miradas. Hay textos más intelectuales, otros más racionales. Pero en todos hay una conexión con la emoción. No es un libro de análisis ni de investigación. Es, más bien, un espacio de reflexión acerca del rol de la mujer en el arte y de la función que tiene en nuestras vidas.
-¿Y cuál es la función que cumple el arte en tu vida?
-Lo que yo siento es que el arte te mejora la vida. Lo puedo aseverar. Para mí es como el agua, no puedo vivir sin eso. Tengo una necesidad imperiosa de estar en contacto con el arte, y estoy ligada desde el mundo de la emoción. Por eso digo que lo puedo sentir, aunque muchas veces no lo pueda entender. No soy crítica, podría decirse que soy una coleccionista de recursos moderados, por no decir escasos. Junto arte, acopio. Y muchas veces abro mi casa para que la gente vea. Puede parecer algo presuntuoso, pero me da mucha alegría cuando alguien me dice que se animó a comprar una obra de arte después de haber estado en mi casa. Durante la pandemia, todos los cuadros que teníamos en casa eran para nosotras, mi hija y yo, como ventanas abiertas. Nos trasladaban a otro lugar, nos permitían salir de un momento angustiante.
-¿Cómo fue la producción de las entrevistas durante el aislamiento?
-Comenzamos a finales de 2019, cuando creíamos que iba a ser un libro normal. Y agradezco a Ignacio Iraola [en ese momento, director editorial del Grupo Planeta] que confió siempre en mí. La verdad es que después llegó la pandemia y eso modificó todo. Cada uno vivió el encierro como pudo. En mi caso, que siempre trato de huir hacia el futuro, fue un tiempo donde trabajé muchísimo. Pero sucedió que, de a poco, iba sumando testimonios, y así pasamos de 30 a 141. La dinámica de las entrevistas también fue mutando. No había posibilidad de reunirse ni de tomar un cafecito, y así pasamos por varios esquemas de acercamiento. Primero, las mujeres que íbamos convocando escribían lo que querían. No funcionaba del todo bien, así que hicimos un mix y sumamos algunas preguntas: ¿Cómo nació tu pasión por el arte? ¿Cuál fue la primera obra que te impactó? ¿Te cuesta desprenderte de tus creaciones? ¿Crees que ser mujer influenció tu relación con el arte de algún modo? Fue un desafío, y fue arduo, porque todo se hacía por whatsapp, por mail o por teléfono. Sin posibilidad del más mínimo encuentro. Tuvimos la suerte, también, de contar con el diseño de Guillermo Miguens, que lo transformó en un libro lleno de colores, de texturas, muy femenino.
-¿Cómo surgió la idea de la performance El primer cuadro?
-Vivi Tellas descubrió en mi relato algo que yo siempre cuento con mucha naturalidad, y ella consiguió que me pusiera a escribir y organizara toda esa historia en un texto. Mi mamá y mi papá se casaron en 1975. Los dos son de familias judías, de San Juan, donde vivimos durante mucho tiempo. La verdad es que al momento de irse a vivir solos, no les hacía falta eso que muchas veces sale a comprar una pareja de recién casados, como una cocina, una cama y una heladera. Tenían 20 y 22 años, y con la plata que recibieron en la boda en unos sobrecitos que les dieron los invitados y familiares, fueron y se compraron un cuadro del pintor sanjuanino Suarez Jofré. Es decir que mi familia se fundó con una obra de arte. En toda su vida, mis papás se mudaron más de una docena de veces, y lo primero que se hacía al llegar a la nueva casa era colgar el cuadro. Siempre en una de las paredes del comedor, detrás de la cabecera donde se sentaba mi papá. Hugo Ivanier tiene ahora 80 años, y el cuadro está en ese mismo lugar.
-¿Cuál es tu primer recuerdo de esa pintura?
-Hay una foto de cuando cumplí un año. Mi mamá me tiene en brazos, y detrás de nosotras se ve el cuadro. Siempre fue parte de la familia, y como nunca estuvo ausente nunca tuve demasiada conciencia de su presencia. Era incondicional, estaba ahí. Aparece en cientos de fotos, siempre en casas distintas. Me gustan mucho los recuerdos, algo obvio, y además de las obras de arte acopio fotos y objetos de distintas épocas. Somos tres hermanos, y cuando el del medio recibió la invitación a la presentación del libro me miró horrorizado y me dijo: '¿Te vas a llevar el cuadro también?'
-¿Cómo se llama esa obra fundacional de Suarez Jofré?
-No sabemos el nombre. Vivi Tellas quería que lo descolgáramos para ver si detrás estaba escrito. Pero no hubo caso. Papá no quiso. Dijo que ese cuadro ya no se descuelga más, y que ni se nos ocurra tratar de hacerlo en su ausencia. Para mi familia siempre será 'el cuadro de Suarez Jofré'. Y punto.
Lanzamiento y homenaje
El arte está en casa está en las librerías desde noviembre del año pasado. Ayer se hizo el lanzamiento oficial en el Auditorio Amigos de Bellas Artes, y en los próximos días se presentará en España. El viernes próximo, en la Casa de América, dentro del marco de Conexión Buenos Aires-Madrid; y el próximo lunes 13 en la librería La Mistral, en un espacio más íntimo. “Quisimos presentarlo en el arranque de la semana de la Mujer. Fue una fecha elegida de manera intencional. Un homenaje distinto. También quisimos inaugurar el año laboral con un evento especial, de buenos deseos y muchas oportunidades”, concluye Ivanier.