En 47 años, Nicolás Zaffora lleva vividas varias vidas. Sus padres fallecieron cuando era chico, por lo que quedó al cuidado de sus abuelos. Con algunos problemas de conducta, decidieron que un Liceo Militar era la mejor opción para él, así que su educación secundaria transcurrió en un internado en San Martín.
Llegando al final de esa etapa, “un compañero mío comienza a hacer apostolado. Y me enganché. Me invitó a formar parte de un nuevo monasterio”, sostiene. Así, dejando atrás una infancia y adolescencia muy duras, el ahora empresario tomó “la gran decisión de mi vida. Yo elegí para toda mi vida el celibato, la obediencia y la pobreza, los tres votos”, cuenta.
Sin embargo, el camino tenía todavía más pruebas. Nicolás Zaffora fue monje durante 10 años, un tiempo que dejó sus huellas, más negativas que positivas.Tras sufrir abusos de autoridad y castigos constantes, a los 28 años decidió abandonar el monasterio, pero ese lugar también fue muy importante para su emprendimiento posterior, dado que allí aprendió a coser. “Mi superior me dijo: 'Vos tenés que ser el sastre porque las sotanas salen caras y yo me puse a aprender, con un conocido afuera, con otro adentro'”, manifiesta.
Una vez afuera, sus abuelos ya habían muerto también, por lo que se fue a vivir con su hermana. Recuperarse le tomó unos cinco años, y seguro de que no podía buscar trabajo para seguir obedeciendo, se preguntó cómo definir qué hacer.
“Fui a consultar un coach de emprendedores y el gran aporte fue: 'Hacete la pregunta '¿Qué sabés hacer?, Sé coser, Bueno, empezá por ahí'".Y Zaffora comenzó a aprender el oficio con sastres mayores. ”Acá siempre hubo una gran tradición sartorial en la Argentina porque las inmigraciones nos trajeron muy buenos artesanos europeos tanto españoles como italianos, más los segundos”, grafica.
¿Y cómo te ibas contactando con ellos? ¿Cómo averiguabas dónde estaban, dónde vivían?
Yo trabajé con un sastre un tiempo para hacer arreglitos y cositas, en una galería. Claramente no era lo que yo quería para mí, pero fue un buen comienzo y me permitió ir armando esta idea de una sastrería europea en Buenos Aires. Y ahí conocí unos camiseros, los camiseros me dijeron: "Está este tipo que…", lo fui a ver, con él estuve aprendiendo, era un muy buen sastre pero despiadado ser humano así que no duré mucho, un año y pico, y ya después me dije a mí mismo: "O empiezo, me equivoco y corrijo o no me largo más". Así que ahí empecé en casa primero, compré una máquina, y en ese momento hice una inversión de 89 dólares.
¿En qué año fue eso?
2010. Compré una máquina y un tablón de asado con caballetes altos (porque te tienen que llegar a la cintura, si no, estás muy agachado) y ahí empecé. De ahí, alquilé una oficina muy chiquitita en el Palacio Barolo, ahí tenía la mesa de corte, la máquina, un probador, una sillita y los muestrarios. Y en un momento se me quedó muy chico, pero fue paulatino todo, nada fue boom, nada de nada fue boom, pero todos los años era un 30%, un 40%, un 60% de desarrollo.
Y en el 2015 el local que tengo ahora en la calle Arroyo estaba vacío, es un local muy grande y compartimos con la zapatería de al lado, nos hicimos amigos por un cliente en común, ellos justo estaban buscando un lugar, yo también, lo vimos y alquilamos, hicimos todas las reformas. Así que ya vamos por el octavo año acá.
¿Cómo fueron esos primeros clientes? ¿Cómo aparecieron?
La primera transacción, que siempre es la más importante en cualquier negocio, fue ese coach que le fui a consultar que me hizo la pregunta super sencilla y de perogrullo pero genial de: "¿Qué sabés hacer?" que me dijo: "Bueno, tengo un pantalón así y asá, arreglamelo" y me pagó 10 pesos. Esa fue la primera transacción que la viví muy emocionado, no era un cliente del todo difícil de conseguir, pero él necesitaba algo y yo sabía algo.
Después le hice otros arreglos y le digo: "¿Cómo empiezo?", "Con amigos", me responde. Y empecé con algunos amigos a hacer siempre arreglitos. De repente uno me dice: "Quiero que me hagas un traje", bueno, hice una porquería y aparte necesité un montón de ayuda y la fui pidiendo, pero más o menos entraba. Después ese me recomendó a otro, hice el segundo traje. El primer año que empecé creo que hice tres trajes a medida y tardé cuatro meses para entregar cada traje. Y realicé algunas camisas, así empecé.
Y ese crecimiento, lento pero seguro, lo llevó a que cuando se mudó al Palacio Barolo, requirió de formar un equipo de sastres que trabajen junto a él. Pero el problema era que el oficio sólo “pertenecía” a la gente grande. “En un momento más o menos las cosas funcionaban, pero el problema era ¿cómo vamos a seguir? Porque yo tenía treinta y pico, 40, y los sastres estaban en 70, 80. Bueno, fui solucionando eso, toda la edad del equipo a hoy bajó, no enormemente, pero bajó y hoy estamos todos entre 40 y 60”, cuenta el empresario, que hoy tiene un equipo de nueve sastres más los colaboradores administrativos.
“El equipo está consolidado, tenemos un montón de mejoras para hacer, pero ya no es una cuestión de cómo queda el trabajo ni de la calidad ni nada, todo eso está muy bien a nivel internacional -localmente estamos sobrados, pero a nivel internacional está muy bien también-. Ahora estoy enfocado en armar protocolos de manufactura, más precisión, más exactitud, menos espacios grises en el medio”, detalla Zaffora sobre su presente en la compañía.
En su empresa se producen unos 150 trajes al año, tardan entre 60 y 90 días en confeccionarse y llegar hasta el producto final requiere de tres o cuatro pruebas.”Para el cliente que viene por primera vez lleva más pruebas el proceso, porque cuando armamos el traje estamos haciéndole el molde en papel por primera vez “, asegura.
Con respecto a las telas, Zaffora se maneja con proveedores locales, pero además, trae cortes de telas importadas cuando viaja.
Mercado local e internacional
El año pasado, Nicólas Zaffora facturó “entre 200 y 250 millones de pesos” y tiene una cartera de entre 200 y 300 clientes exclusivos, con profesiones variadas. Un traje de su marca puede costar entre 2000 y 3000 dólares.
“Tengo varios clientes que vienen de afuera y me buscan acá, entonces yo estoy dejando un poco de trasladarme a otros lugares porque requiere de mucho tiempo y mucho desgaste en viajes, y me estoy concentrando acá”, sostiene y amplía: “Estos días estoy mandando a Suiza, un cliente que ya le vengo haciendo hace unos años, una compra importante de verano y después tengo que mandar una tanda toda de invierno a Estados Unidos también. Además tengo clientes de Paraguay, Uruguay, Chile”, finaliza.