Sus 1.200 islas la convirtieron en la nueva Riviera europea. Pero ahora es su gastronomía exquisita, una cultura enriquecida por imperios y conquistadores y el boom del turismo de lujo lo que la vuelven un destino sublime.
Nelly, Sasha y Biba avanzan por el bosque con sus hocicos rozando la tierra húmeda. Tenemos que hacer un esfuerzo para seguirles el ritmo. De repente, Nelly, la labradora, se frena en seco, con la mirada fija en un punto del suelo.
Sasha, Biba, ayúdenla!, las alienta Nikola Tarandek. Las perritas empiezan a cavar, hasta que su dueño las aparta con suavidad y sigue la tarea. Finalmente, su mano embarrada emerge del pozo con el tesoro: una trufa negra del tamaño de un bombón de chocolate.
Nikola empezó a cazar trufas en Croacia cuando era chico, como una especie de juego; hoy, es su trabajo full time. Cada vez que vengo al bosque, es una lotería. En mi pueblo, llevamos más de 100 años cazando trufas, y tenemos más preguntas que respuestas sobre cómo, cuándo y dónde crecen, admite acerca de un problema milenario: la imposibilidad de cultivarlas.
Eso solo las hizo más deseadas: Aristóteles decía que eran un fruto consagrado a Afrodita, y parece que el Marqués de Sade y Napoleón las consumían como estimulantes sexuales.
Nikola es un afortunado: es cazador en Motovun, pequeña localidad croata de colinas, ríos y bosques de la península de Istria, en donde no solo crecen las trufas negras ?que se venden a unos ? 300 el kiló, sino que, de octubre a diciembre, también puede llegar a encontrar la mítica trufa blanca, mucho más intensa ?y más cara: cotiza en ? 3.000 el kilo, aunque, en 2014, un comprador anónimo de Taiwán desembolsó US$ 61.000 en una subasta de Sotheby?s por la más grande del mundo (1,89 kilos)?.
Ese hongo gigante, sin embargo, provino de Umbria, Italia. Las trufas blancas también aparecen en Serbia, Bulgaria, Rumania, Eslovenia y Francia. Pero nadie tiene nuestra calidad. La trufa de Motovun es la mejor del mundo, pero hace diez años ya que intentamos posicionarla y todavía no lo logramos del todo, reflexiona Nikola.
Una idea que podría aplicarse a todo Croacia, un país que en los últimos años llegó a las principales listas de destinos must, pero cuyo encanto todavía suele reducirse a sus playas, aunque comienza a ser un nuevo boom del turismo de lujo.
Playas y gastronomía
Sin duda, sus más de 1.000 islas enclavadas en el Mar Adriático conforman uno de esos paraísos que no necesitan ningún filtro de Instagram para enamorar a primera vista. Pero Croacia también goza de una gastronomía de primer nivel ?que incluye vinos, quesos, pastelería, frutos de mar, trufas y aceite de olivá, una cultura forjada a través de milenios e imperios, gente tan amable como divertida, y hasta un parque nacional con lagos y cataratas que conjuga lo mejor de la Patagonia e Iguazú en un solo paisaje.
Y mientras ricos y famosos como Bill Gates y Tom Cruise suelen hacer base en yates anclados a varios kilómetros de la costa (es sabido que el fundador de Microsoft y el hombre más rico del mundo según el ranking FORBES estaciona un barco cerca de Dubrovnik en el verano), agencias de viajes de lujo como Calvados Club intentan ofrecer más experiencias en tierra para llevar el turismo al próximo nivel.
Hoy, un 20 o 30% de los turistas se anima a explorar Croacia más allá de la costa dálmata, pero esa cifra asciende al 50% en temporada fría. Istria, por ejemplo, empieza a recibir mayor atención del viajero de lujo; en cambio, Zagreb sigue bastante desestimada.
El desafío es seguir creciendo sin caer en el turismo masivo, apostando a un desarrollo sostenible, como por ejemplo logró Bután, apunta Zeljka Mustra, directora de Ventas y Marketing. La agencia crece un 35% anual y cerró 2016 con una facturación de US$ 6 millones.
La caza de trufas en los bosques de Motovun, seguida de una degustación en el glorioso palazzo del siglo 17 donde opera el Hotel Kátel, es una de las excursiones VIP más solicitadas por los clientes de Calvados.
Pero también está creciendo el interés por degustar vinos en la península de Peljéak, región en donde fue pionera la bodega Miló ?boutique, multipremiada y todavía familiar, se dedica a vinos 100% orgánicos y produce tres de las variedades más características de Croacia: Dingá, Postup y Plavac?, y hasta empieza a ganar adeptos la travesía en lancha pesquera a las granjas de ostras y almejas de Ston, en donde un granjero local recibe a los visitantes en su isla privada para cocinarles en vivo y en directo un suculento plato de estas delicias frescas, literalmente recién salidas del mar. ¡Dobar tek! (¡Buen provecho!)
Pequeña superficie, grandes inversiones
Croacia es apenas más grande que la provincia de Jujuy, pero siempre fue un punto central en el mapa histórico, político y comercial de Occidente. Fue parte de las colonias griegas y de algunos de los imperios más poderosos: romano, turco-otomano, austro-húngaro.
También perteneció a las repúblicas de Venecia y, claro, de Yugoslavia. De todos esos invasores, quedaron palacios, murallas, caminos, leyendas, folklore, platos típicos y hasta un coliseo romano de 3.000 años en donde se realizan conciertos.
Así y todo, hay que admitirlo: Zagreb no es una ciudad como Roma, Londres o París. Pero su encanto radica precisamente en su escala petit. Con poco más de 800.000 habitantes, la capital de Croacia es un conjunto de iglesias medievales, edificios que fueron reales y plazas verdes: invita, entonces, a recorrerla despacio y acoplarse al ritmo casi campechano de los locales.
De hecho, podría decirse que el único tour obligado es tomar un café un sábado a la mañana en uno de los bares del centro: un ritual ineludible entre amigos, familias y parejas que es un verdadero espectáculo.
En Zagreb, el museo más visitado no despliega una vasta colección de arte mundial, sino que está dedicado a las relaciones rotas y muestra cartas, objetos y curiosidades de parejas reales que se desenamoraron.
En Zagreb, el restaurante al que hay que ir no tiene una cocina elegante dirigida por un chef de tres estrellas Michelin, sino una pequeña cantina medio escondida que lleva el nombre del único plato que sirve: el ?trukli, hecho de masa filo y queso fresco.
Pero Zagreb también mantiene intacta una pátina de gloria que recuerda a los tiempos de Sissi la emperatriz, con edificios como el Pabellón del Arte, el Teatro Nacional y el Museo Arqueológico; sin embargo, ninguno habla mejor de épocas doradas que el hotel Esplanade, un espectacular exponente de la arquitectura art decó inaugurado en 1925 para albergar a los pasajeros del Orient Express con rumbo a Estambul y que, en 2004, se renovó para continuar a la vanguardia del servicio cinco estrellas.
No es un fenómeno aislado: en todo el país se percibe un boom hotelero. Basta por ejemplo con ver el desarrollo imparable de la cadena Maistra al norte del país, en la península de Istria.
En la Toscana croata, Maistra cuenta con 17 hoteles y, desde 2005, lleva invertidos unos ? 550 millones para remodelar o reconstruir de cero muchos de sus edificios.
El verdadero potencial de la región está en la oferta de lujo, explica Vanja Mohoroví, gerente de Marketing de la compañía. Por ahora, la joya de la cadena es Monte Mulini, inaugurado en 2009 frente a las mejores playas de Rovinj; pero ya se ven las grúas construyendo una nueva estructura en un terreno enorme, con una vista aún más privilegiada del casco antiguo de la ciudad: Este nuevo lanzamiento, planeado para 2018, contará con seis restaurantes, un centro comercial y una marina propia, adelanta Vanja.
En el extremo sur del país, el recién renovado y deslumbrante Villa Dubrovnik es otro exponente de la misma tendencia, que incluye arquitectura vanguardista, playa privada, suites con jardines y jacuzzi y servicio de lancha cada 30 minutos a la espectacular fortaleza amurallada que convirtió a la ciudad que inspiró su nombre en la perla del Adriático.
Villa Dubrovnik suma otra particularidad: su dueño es el grupo turco Dóú que, como muchos otros inversores extranjeros, está cada vez más interesado en impulsar el turismo de ultra lujo.
Es que, desde la adhesión de Croacia a la Unión Europea en 2013, y con el empuje extra que la filmación de Game of Thrones (no hay que subestimar el poder de la TV: desde el estreno de la serie de HBO, el turismo internacional crece alrededor de un 10% cada año), todos están de acuerdo en que lo mejor está por venir.
Y para el que esta fiebre no lo entusiasme, aún queda un sinfín de rincones naturales y turismo slow, como el Parque Nacional Plitvice (con un circuito de lagos color esmeralda y cascadas danzarinas de ensueño) o la isla de Kor?ula ?en el pueblo donde todo indica que Marco Polo nació realmente (Italia intenta llevarse los laureles), viven apenas 2.000 personas, aunque eso no les impide ofrecer un hotel boutique con habitaciones sencillamente mágicas, inspiradas en la Ruta de la Sedá.
Quizás, al final, haya que desconfiar de la cuna de origen de Marco Polo, porque ¿quién necesitaría viajar por el mundo si ya hubiese nacido en el paraísó