La gala de los Oscar de 2022 comenzó con ocho tuits, dos tenistas y una actuación musical no en directo. La ceremonia que pretendía “unir a los amantes del cine”, como repitió en infinidad de ocasiones Vanessa Hudgens, Wanda Sykes o cualquier persona a la que la ABC hubiera extendido un cheque, será recordada por galardonar como Mejor Película a una apuesta por la diversidad e inclusión como 'CODA', protagonizada por un elenco de actores sordos e interpretada en gran medida en lenguaje de signos, pero también por la incomodidad que produce esforzarse en convertir los premios en un espectáculo. Y por la trompada de Will Smith.
Antes siquiera de que empezara la gala, ya empezaron a descolgarse en redes los primeros premios. La victoria a Mejor Sonido para “Dune”, la primera de la noche, apareció en el feed de esos amantes del cine a través del perfil oficial de Twitter de la Academia, que anunció ocho categorías fuera de antena. Justo antes, a través de un tuit con más palabras, la misma Academia preguntaba a sus seguidores cuál debería ser el premio para los presentadores de la alfombra roja si acertaban en sus apuestas: “el derecho a presumir, un papel en una película de Spielberg, un cono de helado o un crucero en yate”. Todo, al estar sometido al yugo de las redes sociales, fue publicado con la misma solemnidad.
Para dar comienzo a la retransmisión poco después, las hermanas Venus y Serena Williams, deportistas, presentaron a Beyoncé, cantante, y su interpretación de “Being Alive”, por la que estaba nominada a Mejor Canción Original. Fue su primera actuación en cinco años, grabada en Compton y emitida en una enorme pantalla, uno de los múltiples titulares que la ABC trató de asegurarse a lo largo de la noche en una sucesión de decisiones delirantes, siendo la peor de todas también la más anticlimática posible: aprovechar la gala para celebrarlo todo, menos el cine. O, mejor dicho, aquellos que lo hacen posible.
Por lo de la viralidad
La extenuante búsqueda de la viralidad en redes sociales y el acercamiento a un público joven desencadenó una sucesión de momentos que funcionaron en las pocas ocasiones en las que sus protagonistas tenían el suficiente carisma para salir adelante con una seductora sonrisa de estrella. Estar relacionados con el cine, por supuesto, funcionaba incluso mejor que la sonrisa.
Hubo detalles que encajaron, como ver a Jacob Elordi (de la serie “Euphoria”) y a Rachel Zegler (de la película “West Side Story”) presentar juntos un premio, siendo “juntos” un eufemismo teniendo en cuenta el medio metro de altura que los separa. O ver a Billie Eilish ganar un Oscar, demostrando que componer una canción para una película de James Bond es prácticamente una garantía de victoria (desde “Skyfall”, no ha perdido ninguna).
Pero también los hubo absurdos, como escuchar a la boy-band de K-pop koreana BTS hablar de lo mucho que les gustan las películas de Disney y Pixar. O simplemente incómodos, como ver a Tracee Ellis Ross (que a estas alturas cuenta más apariciones en los Oscar que en películas) presentar Mejor Guion Adaptado junto a Shawn Mendes mientras tienen una conversación sobre ensaladas.
Incluir una interpretación de “We Don't Talk About Bruno”, de la ganadora a Mejor Película de Animación “Encanto”, a pesar de no estar nominada como canción, y hacerlo además contando con Megan Thee Stallion, Luis Fonsi y Becky G, resultó innecesario. Los premios a los favoritos de los fans forjados en Twitter, donde se rescataron debacles críticas como “Cenicienta” (protagonizada por Camilla Cabello), “Army of the Dead” o “Minamata”, resultó ridículo. Que Regina Hall, presentadora de la gala, adoptara la personalidad de una ninfómana, bochornoso para todos los implicados.
Y aun y con toda la simpatía incómoda planificada, nada, absolutamente nada, pudo anticipar ni redimir ese puñetazo que mantuvo a todo el mundo en vilo durante la segunda mitad de la gala.
Por lo de Will Smith
Absolutamente nadie lo vio venir. Y, hasta que no se filtró una versión sin censurar en las redes sociales, nadie lo vio siquiera con claridad. En plena intervención de Chris Rock, cuando este hace un chiste sobre Jada Pinkett Smith y la película “G.I. Jane” (Pinkett Smith padece alopecia y lleva la cabeza rapada), Will Smith se levanta de su sitio, sube al escenario y golpea con fuerza a Rock, que exclama en voz alta: “Wow, Will Smith acaba de partirme la cara”. A lo que Smith asiente y responde: «Que el nombre de mi mujer no salga de tu puta boca». Dos veces. En televisión en directo. Minutos después, ganó el Oscar a Mejor Actor.
Por supuesto, la gala no se repuso. Jamás lo hubiera conseguido. Todo lo que siguió a Smith tuvo un tinte de incomodidad, miedo y malestar que hizo que ninguna intervención terminase de cuajar. Todo era extraño. Todo era incómodo.
Diddy presentó, por alguna razón, el breve tributo a 'El Padrino', en el que Coppola dijo unas breves palabras sin mencionar a Marlon Brando y salió prácticamente corriendo del escenario, huyendo de unos Al Pacino y Robert de Niro que no podían seguirle el ritmo.
El in memoriam, extrañamente animado por un coro góspel, contó con Jamie Lee Curtis, agarrando un perro y diciendo algunas palabras sobre Betty White, y un link para poder consultarlo entero – no todos los nombres aparecieron en pantalla. Jane Campion llamó dramático Kevin Costner, por su sentida introducción de la categoría, tras convertirse en la tercera mujer en ganar un Oscar a Mejor Dirección. Anthony Hopkins, que presentó Mejor Actriz y que fue para Jessica Chastain, parecía perder el hilo con demasiada facilidad como para presentar un premio solo. Los chistes de las tres presentadoras a costa de películas no nominadas resultaron demasiado crueles. Todo parecía que iba a volver a ir mal en cualquier momento. Y entonces Smith ganó. Y fue a peor.
En su terrorífico discurso de unos interminables seis minutos, el actor justificó su comportamiento violento alegando que, al igual que Richard Williams, era un gran defensor de la familia y del amor. Sus lágrimas dejaban entrever cómo era perfectamente consciente de que había arruinado la noche más importante de su carrera. Las caras de la familia Williams, también.
Pero no por lo del cine, cine
Porque, aunque no lo parezca, también lo hubo. Cine de verdad. Cine, cine. Homenajes delicados y mágicos, como ver a Uma Thurman y John Travolta bailar de nuevo juntos por el aniversario de “Pulp Fiction”. O a Spielberg grabar con el móvil el discurso de su amigo Coppola. O el emotivo discurso de Troy Kotsur, ganador del premio a Mejor Actor de Reparto, que en lenguaje de signos expresó la gratitud y emoción de ver reconocido su trabajo como muchos de sus compañeros no pudieron hacer.
Sin embargo, fueron Lady Gaga y Liza Minelli las que salvaron la noche. Las únicas que pudieron arreglar ese desastre. Si Smith actuó como si no hubiera cámaras para mostrar lo peor de si mismo, Gaga hizo exactamente lo contrario. Priorizar el bienestar de Minelli, que estaba claramente desorientada, para darle la mano y llevarla al final de una agotadora carrera. “I got you”, le susurró.
En una noche llena de momentos tensos, ella supo hacer lo que la Academia no quiso: tratar con respeto y empatía a aquellas personas que hacen que el cine sea algo digno de celebrar. Esperemos que el año que viene tomen nota. Porque, aunque anoche no lo pareciera, los Oscar están para eso. Y a quien no le guste, siempre puede cambiar de canal.